Homilía para la fiesta de la Asunción de María en el Domingo Vigésimo del Ciclo Litúrgico A
14 Agosto 2005
Lectura: 1 Cor 15,20-26
Evangelio: Lc 11,27-28
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La Fiesta de la Asunción de María nos abre otra vez en medio del año, una dimensión central de la Pascua:
Cristo ha vencido la muerte – es decir:
* no en teoría y en abstracto,
* no separada de nuestra realidad dentro del mundo,
* no espiritualmente espiritualizada,
* no únicamente y sólo para Sí mismo,
* sino absolutamente concreta para cada una y cada uno de nosotros,
* totalmente –por consiguiente abarcando toda la persona,
con cuerpo y alma
y con todo lo que integra nuestro ser humano
 
Por consiguiente, cada uno de nosotros puede decir con irrefutable convencimiento, proporcionado a la fuerza y vitalidad de su fe personal:
* Yo estoy liberado del poder de la muerte en mi vida.
* Tú estás liberado del poder de la muerte en tu vida.
* Todos nosotros estamos liberados del poder de la muerte en este mundo.
 
La Fiesta de Pascua anuncia este grandioso mensaje alegre, en la que no celebramos la inmortalidad del divino Cristo,
sino la Resurrección de un ser humano,
del ser humano Jesús de Nazareth.
 
Nosotros los seres humanos nos inclinamos
a  poner en cuestión y en duda
las palabras de otros y también el mensaje pascual de la fe, que nos es procurado “por otros”
más allá de las generaciones.
La Iglesia reacciona ante esto,
* subrayando la declaración nuclear de la fe continuamente,
* presentándola siempre con Luz nueva
* y celebrándola siempre de nuevo otra vez.
 
Esto ya fue así en la Iglesia primitiva:
Pablo sitúa el mensaje pascual en el punto central
de su anuncio.
Su Carta a los Corintios forma parte del núcleo más antiguo de la tradición neotestamentaria:
“¡Cristo ha resucitado de entre los muertos –
como el Primero de los difuntos!”
Después los Evangelios anuncian
desde muy diferentes apreciaciones
y sobre el fundamento de muchas y muy diferentes experiencias pascuales continuamente lo mismo:
* este Jesús, con el que habéis comido y bebido,
* este Jesús, que vivió entre nosotros como uno de nosotros,
* este Jesús, cuya terrible muerte en la Cruz habéis presenciado,
* este Jesús vive –de una forma absolutamente nueva,
pero al mismo tiempo también de una forma manifiestamente real.
 
“Muerte ¿dónde está tu aguijón? Muerte ¿dónde está tu victoria?”
¡Se trata de celebrar la vida con júbilo!
También la muerte quisiera aún librar alguna batalla –
pero se mantiene irrefutablemente firme la “victoria final” de la vida.
Los cristianos de la primera época ya celebraron el día de la muerte –sobre todo de los mártires-
como día de nacimiento a la nueva vida.
Así celebramos en la Iglesia hasta el día de hoy
el día de la muerte de los santos como una fiesta de Resurrección.
 
Esto guarda relación con que los cristianos desde el principio,
reflejaron el mensaje pascual a la vista de las personas,
que les agradaban
y también a la vista de su propio destino en la faz de la muerte.
 
Estas reflexiones están en el fondo
del capítulo quince de la Primera Carta a los Corintios:
Si no hubiera para nosotros ninguna resurrección de los muertos,
entonces tampoco Cristo resucitó de entre los muertos.
Por consiguiente, si vosotros ponéis en duda vuestra propia resurrección de entre los muertos,
entonces hacéis de Dios mismo un mentiroso;
pues es el mensaje de Dios, el que anunciamos.
 
Estas reflexiones están también en el fondo
de la antigua y en parte legendaria tradición de la muerte de María, la Madre de Dios.
Fue un fruto natural de las reflexiones pascuales
que la Madre de Jesús, antes de todos, participara de la Resurrección de su Hijo.
La “mujer del pueblo” del Evangelio de hoy
articula este convencimiento natural
de los primeros cristianos.
 
Pero ciertamente estos versículos del Evangelio de Lucas ya transmiten además el paso siguiente de la reflexión:
“Bienaventurada” – por consiguiente, también en la muerte captada interiormente en la gloria de Dios –
no es sólo María;
más bien tenemos parte en la plenitud de Su Vida
“todos los que escuchamos y seguimos la Palabra de Dios”.
 
Expresión de estas reflexiones pospascuales es también la antigua y maravillosa leyenda de la muerte de María,
que refleja de múltiples formas otra vez el acontecimiento pascual:
 
* Como en Pascua las mujeres fueron otra vez al sepulcro de Jesús,
para abrirlo y tratar Su Cuerpo con ungüentos olorosos,
así se cuenta,
que los discípulos abrieron la tumba de María otra vez.
* Como en Pascua las mujeres,
del mismo modo los discípulos tampoco encontraron el cuerpo.
En su lugar divisaron, allí donde el cuerpo había estado colocado,
una abundancia prodigiosa de flores olorosas.
* Como en los relatos pascuales, se dice también aquí:
El “incrédulo Tomás llegó demasiado tarde y
no quiso creer,
hasta que él también pudiese ver y oler el “milagro”.
 
El mensaje de la leyenda es ciertamente el del capítulo quince de Corintios:
“Cristo ha resucitado de entre los muertos,
como el Primero de los Difuntos.”
Pablo habla después de la “sucesión”:
El Primero es Cristo;
pero después siguen todos los que Le pertenecen.
La leyenda termina diciendo
que entre aquellos que pertenecen a Cristo,
Su Madre recibe una situación de primacía.
Sin embargo, Ella es absolutamente “una de nosotros”.
Así esta leyenda encierra en su lenguaje simbólico
otra vez aquel alegre mensaje:
Vosotros todos, los que seguís a Cristo,
Le podéis también seguir
en la plenitud de la vida pascual.
 
“¡Vosotros sois llamados por la resurrección a la Vida!” –
éste es el mensaje de la Asunción de María.
Este mensaje tiene que tener consecuencias:
 
Es un mensaje de esperanza para nuestro mundo todavía grabado por la muerte.
Este mensaje es válido para anunciarlo.
Esto no es sólo tarea de los “altos profesionales”.
¡Es tarea de todos nosotros!
El mundo necesita nuestro testimonio para este mensaje.
Sólo este mensaje está en condiciones de vencer
el muy frecuente escepticismo de las personas,
su resignación, su abatimiento,
pero también su macabro sarcasmo.
 
* El mensaje nos obliga a nosotros y a toda la Iglesia
a un compromiso sin condiciones por la vida.
Por consiguiente, consecuencia forzosa es también el hecho,
de que nuestra Iglesia se sitúa de forma intransigente frente al aborto
y frente a la “eutanasia”, o sea frente a la ayuda activa para morir –
sea oportuna o inoportuna,
y también contra la resistencia de liberales e “ilustrados” científicos y ecónomos.
(Sobre el tema de la “evitar embarazos” se puede discutir;
del aborto y de la eutanasia
desde el núcleo del mensaje vital cristiano,
 no puede disponerse de ningún modo).
 
* También la Iglesia y todos nosotros pedimos
un compromiso incondicional por la vida
en conexión con toda una serie de otras expresiones actuales.
Algunas son mencionadas –no en último lugar también en atención a la inminente campaña electoral -:
* Proscripción de las armas atómicas –
también de su almacenaje en suelo alemán
y tanto más de su modernización:
* En suma: desarme y sobre todo la destrucción de minas terrestres;
* proscripción de toda forma de tortura;
* proscripción de la pena de muerte;
* superación del hambre en las regiones pobres de este mundo –
finalmente todavía es el hambre la causa más frecuente de muerte;
*resuelto fomento de la investigación al servicio de la vida.
 
La “plenitud de la vida” en la perfección del Reino de Dios
está en una total y estrecha conexión
con las posibilidades de vida en el camino hacia allí.
El Reino de Dios no es una “música de futuro”
sin compromiso.
El Reino de Dios ha comenzado ya en este tiempo.
La Vida y la Muerte de Jesucristo
y sobre todo su Resurrección
-y también la “admisión de María en el cielo”-
atestiguan exactamente esto.
 
Amén.