Homilía para el Domingo Décimo Quinto (A)
13 Julio 2008 en St. Peter, Colonia

Lectura: Is 55,10-11
Evangelio: Mt 13,1-23
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Se dice que vivimos en un mundo de imágenes.
Y, sin embargo, no hubo en ninguna época una abundancia tal de palabras como en la nuestra.
* La radio nos inunda con palabras.
La mayor parte de ellas llega a nosotros ruidosamente.
* Los medios impresos producen verdaderos desiertos de palabras.
La mayor parte de ellos van a la trituradora.
* La publicidad vierte sobre nosotros un gran cubo de palabras.
No podemos ya oír más.
* Y ¿quién puede contar la miríada de palabras
que retozan en el World Wide Web?.

¿Qué realizan las palabras?
* Las palabras nos enervan hasta la saciedad.
* La verdad es enterrada bajo montañas de palabras.
* No sólo los políticos no dicen nada con muchas palabras.
* Las palabras hieren.
* Las palabras destruyen.
* Las palabras siembran discordia.

Pero, desde otro ladoo, no debiéramos pasar pro alto:
* Las palabras animan y consuelan.
* Las palabras enderezan y curan.
* Las palabras pueden abrir la verdad y crear sentido.
* Las palabras pueden crear paz y poner el fundamento para un amor que plenifique la vida.

En las Lecturas de este domingo se trata ahora de la Palabra de Dios y de lo que realiza.
Significa que la Palabra de Dios no regresa a Él vacía,
más bien realiza lo que Él quiere,
consigue todo aquello para lo que Él la manda.

Pienso en el relato bíblico de Creación:
Dios dijo “¡hágase!”
¡Y así se hizo!
¡Y era todo bueno!

Naturalmente luego se me ocurre el comienzo del relato de Juan:
“Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba con Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba con Dios.
Todo se hizo por medio de la Palabra,
y sin la Palabra no se hizo nada de lo que fue hecho.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.”

En Su Palabra, Dios mismo se manifiesta.
Su Palabra es idéntica a Él mismo-
es sabiduría, verdad y amor en persona –
En la Persona de Jesucristo:

“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros,
y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria del Hijo Único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1,14)

Aquí, por consiguiente, tocamos otra dimensión totalmente diferente de la Palabra,
que, sin embargo, en este Jesús de Nazareth
actúa interiormente en nuestra realidad humana:

“El ser humano vive de toda palabra,
que viene de la boca de Dios.” (Mt 4,4)
Esto se hace muy concreto cuando es atestiguado por este Jesús:
“Él expulsaba con su Palabra los espíritus y
curaba a todos los enfermos.” (Mt 8,16)
Este poder de la Palabra de la boca de Jesús lo han experimentado muchos y
han puesto su confianza en ella –
por ejemplo, el centurión de Cafarnaum:
“Di una palabra y mi siervo sanará.” (Mt 8,8)

¿Por qué nosotros hoy reiteradamente hemos perdido la fe en la eficacia de la Palabra divina?
Quizás hallemos una respuesta a esta cuestión en el Evangelio que esboza tres fases del encuentro con la Palabra de Dios:
Se trata del origen de la Palabra en la imagen de un sembrador que esparce la semilla.
* Aquí se describe el punto del “viraje” –
la penetración de la Palabra en la tierra de labor.
* Aquí finalmente se describe,
cómo y bajo qué condiciones la Palabra no regresa vacía a Dios,
sino que crece cargada de fruto.

¡En el punto del “viraje”
importa la tierra de labor!
Las palabras “humus” (el suelo) y “homo”
“(el ser humano) tienen el mismo origen.
Por consiguiente, ¡no somos ajenos sino que somos
corresponsables del resultado de la Palabra de Dios!
Se trata de nuestra preparación para la acogida:
¿Somos individualmente,
pero también conjuntamente como sociedad humana
tierra de labor fructífera?
O ¿somos camino duro, quizás incluso de hormigón?
¿Somos piedra rocosa estéril o un zarzal de mala hierba?

El discurso de Jesús claro como el agua  y duro para los corazones obstinados de los seres humanos y de la sociedad de Su tiempo es hoy quizás más actual que nunca:
“¡Vosotros oís, pero no entendéis nada!
¡Vosotros veis enormemente, pero no reconocéis nada!”
* Nunca la ciencia ha progresado continuamente tanto como hoy;
pero nunca estuvo tan alejada del conocimiento de lo esencial, de la verdad de Dios y de una orientación de la vida hacia ÉL.
* Domináis la técnica como ninguna generación antes de vosotros.
Pero finalmente ¿en qué ha contribuido toda vuestra técnica a una humanización de vuestro mundo?
Con todas vuestras posibilidades, no os habéis acercado ni un comino a este Reino de Dios que ya apunta.

La idea “cultura” es altamente valorada entre nosotros,
- aún cuando nosotros ni siquiera de ella distribuyamos demasiado-
pero el suelo para la aceptación de la Palabra de Dios, por consiguiente el suelo para cultivar la fe-
no está en ella para los seres humanos de nuestra época.
Y nosotros mismos contemplamos nuestra fe
demasiado a menudo como un asunto privado.
No reconocemos nuestro entorno social como suelo
para la siembra de la Palabra de Dios.
Y aún menos cultivamos este suelo social.
Para esto nosotros tenemos nuestro Profis
(en todo caso creemos- todavía).

Pero Jesús relata expresamente la parábola del sembrador no sólo el “Profis”.
Cuenta muy conscientemente la gran cantidad de gente, que se reúne en torno a Él en la orilla del lago.
Él nos la cuenta también a nosotros –
y en verdad a todos nosotros, que nosotros como cristianos nos reunamos en torno a Él.

Por eso, la pregunta para esta semana no sólo puede sonar:
¿Dónde cae la semilla de la Palabra de Dios en mí personalmente?
La pregunta tiene que sonar precisamente así:
¿Dónde cae la semilla de la Palabra de Dios en mi entorno?
Y ¿qué aportación puedo y tengo que efectuar para que caiga en suelo fértil?

Quisiera terminar con uno de los relatos judíos de los Chassidim, que Martin Buber ha reunido.
Yo creo que está justificado no sólo para la sinagoga,
sino precisamente para la Iglesia:
Baalschem (fundador de la secta judía de los kasidas) permaneció en el umbral de una casa de oración y rehusaba entrar.
“No puedo entrar”, dijo,
“está de pared a pared y del suelo al techo
superlleno de la doctrina y de la oración,
¿dónde habría espacio para mí?”
Y cuando observó que los presentes le miraban
fijamente, sin entenderle, añadió:
“Las palabras que atraviesan los labios del maestro y del orante y no vienen de un corazón orientado hacia el cielo,
no suben a las alturas,
sino que llenan la casa de pared a pared y del suelo al techo.”

Amén.