Homilía para el Domingo Décimo Séptimo del ciclo litúrgico (A)
27 Julio 2008
Lectura: 1 Col 3, 5. 7-12
Evangelio: Mt 13,44-46
Autor: P. Heribert Graab S.J.
También nosotros hoy nos dejamos fascinar por un “tesoro”.
Sólo la palabra despierta espontáneamente
codicias y nostalgias.
Invita a soñar:
* a soñar en una vida sin preocupaciones
o incluso en una vida de lujo;
* a soñar en una trabajo que nos realice
o incluso en una carrera estupenda;
* a soñar en una relación feliz
o incluso en una compañía para la vida.

Pero Mateo tiene ante los ojos a personas,
que están fascinadas por el Reino de Dios,
que Jesús anuncia,
o bien por el “Reino de los Cielos”,
como fue llamado en las primeras comunidades judeo-cristianas,
porque, según la tradición judía, se temía pronunciar la palabra “Dios”.

¿Todavía puede el mensaje del Reino de los Cielos
hacer salir a la intemperie a las personas?
¿Vemos nosotros, como “buenos cristianos”, en este mensaje un valioso tesoro o una perla muy valiosa?
¿Afrontaríamos por ello un riesgo importante?
O ¿incluso postergaríamos todo lo demás?

Conozco a un grupo de jóvenes que se han reunido
para viajar a Sydney el Día Mundial de la Juventud.
Hubo no pocos escépticos en su entorno:
“Para un gran evento ¿gastar tanto dinero?”
“De una forma más barata también podéis vivir una aventura.”
“En nuestra juventud, tampoco nosotros podíamos recorrer el mundo de un extremo a otro.”

Los mismos jóvenes estuvieron presentes en Colonia
hace tres años.
Volvieron entusiasmados.
Y también entonces hubo escepticismo:
“Esperad sólo a que vuelvan a la vida diaria.”
“¿Dónde queda vuestro entusiasmo
en la vida normal parroquial?”

Cada vez más enmudecía este crítico escepticismo:
De forma discreta, pero muy evidente
estos jóvenes se comprometieron en el trabajo
con la juventud, en el campo social
y también enteramente en su parroquia.

No sólo en las primeras semanas después de Colonia fueron unánimes:
En Sydney quieren estar presentes de nuevo.
Tres largos años se afanaron para ello
con mucha fantasía y creatividad,
pero también con duro trabajo,
con pequeñas y grandes campañas
reunieron el dinero para el caro viaje,
en absoluto cada uno para sí mismo,
sino todos juntos en una caja, para que todos pudieran viajar,
independientemente del dinero de los padres.

En mis reflexiones sobre el Evangelio de hoy se me ocurrieron estos jóvenes.
¿Verdaderamente han descubierto en Colonia aquel tesoro o aquella perla
de que se trata en el Evangelio?
En todo caso, se han tomado grandes esfuerzos
y también han renunciado a mucho
para desenterrar un tesoro, para conseguir una perla,
para estar presentes de nuevo en Sydney.
Pero ¿qué es lo que les motivaba?
Ciertamente en Colonia han experimentado una Iglesia que entusiasma:
* una Iglesia joven,
* una Iglesia católica, mundial,
* una Iglesia muy colorista, polifacética, multicultural,
* una Iglesia, en la que hay muchas formas de ser cristiano y de espiritualidad cristiana.
Han experimentado en la Iglesia la relación de unos con otros pacífica y amistosa, que abarcaba incluso al Papa y a los Obispos.

Y, sin embargo, yo no tengo la impresión
de que se trate para estos jóvenes, en primer lugar, de la Iglesia concreta, que realmente existe.
* Ellos no pertenecen de ningún modo a aquellos cristianos jubilosos, que se dejan embriagar por la multitud y por el grito entusiasmado de Benedetto.
* También conocen muy bien las debilidades humanas en la Iglesia.
* Se enfadan mucho con la estructura jerárquica
y con tanta comunicación pedante.
* Ponen muchas cosas críticamente en cuestión,
no temen la discusión y esperan argumentos.
* Viven como cristianos mayores de edad, finalmente deciden por sí mismos
lo que consideran correcto,
* y no hacen caso de forma muy natural
de mucho de lo que se hace pasar como moral prescrita eclesialmente.

Se puede preguntar totalmente con razón:
si la Iglesia concreta no ha obscurecido
más que iluminado el mensaje del Reino de Dios;
si no ha hecho de él un sistema de enseñanzas y prescripciones.
En verdad, esto no facilita
que se descubra la fuerza de la luz del Evangelio como “tesoro”.

Y, sin embargo, yo estoy seguro:
los jóvenes han encontrado aquel tesoro,
aquella valiosa perla,
que, según el Evangelio, son imágenes de Jesús sobre el Reino de Dios.
Quizás no aprecien hasta lo último,
todo lo que hay dentro de esta “caja del tesoro”.
Pero ellos tienen un presentimiento de lo esencial.

Los jóvenes decían continuamente después de Colonia
y dicen también ahora después de Sydney:
“Hemos ganado muchos amigos nuevos”.
Esto no suena de forma religiosa.
Y, sin embargo, es característico del Reino de los Cielos:
“Yo no os llamo siervos...
Más bien Yo os he llamado amigos...” (Jn 15,15)
Esto es el Reino de Dios:
Una red de amigos
- con Jesús y entre sí.

Los jóvenes cuentan entusiasmados de lugares
que invitan a la oración totalmente personal
y de las horas que han pasado allí.
Cuentan de tiempos de oración en conjunto
y de Misas que conmueven.
Ciertamente todo esto también lo pueden tener aquí.
Pero el Reino de los Cielos que despunta
en el aquí y ahora tiene que ver con seres humanos en persona.
Y éstos necesitan por regla general
unas condiciones para orar de todo corazón
y para celebrar la Misa.
Estas condiciones no se pueden crear siempre y en todas partes.
Pero también uno se puede preguntar
si la Iglesia hace siempre in situ
lo que puede hacer y lo que tendría que hacer,
para crear una patria para los jóvenes
y para comunicar un presentimiento del Reino de Dios.

Sobre todo los jóvenes experimentan entusiasmados
la internacionalidad universal de un Día Mundial de la Juventud.

Experimentan un compartir pacífico y amistoso,
más allá de las fronteras de pueblos, lenguas y culturas.
Ellos vislumbran algo de la fuerza pacificadora
del mensaje del Reino de Dios.
A todos nosotros nos colocan ante la cuestión crítica
de por qué en la vida diaria y tanto más en la vida política y económica la regla es la “competición feroz”.

Aquí algunos y algunas participantes
aplican también su crítica al propio Día Mundial de la Juventud:
Opinan que un Día Mundial de la Juventud tendría que poner también un claro acento en la política,
en la ecología, en la cuestión de la pobreza
y también en los esfuerzos por la reconciliación entre pueblos, razas y religiones.
Donde este crítica entre los jóvenes suena fuerte,
no se trata de otra cosa que del crecimiento del Reino de Dios.
Jesús no ha escogido por casualidad en la tradición bíblica un concepto político para el núcleo de Su mensaje:
¡“Basileia tou Theou” – la soberanía real de Dios!
Tampoco por casualidad la propia Iglesia ha puesto en conexión la oración del Rey Salomón
por la sabiduría política con las parábolas del Reino de Dios de este domingo.

Para muchos, Sydney fue una fiesta de reencuentro.
Yo he hablado de aquel grupo de participantes,
que ha trabajado a lo largo de tres años,
para hacer posible su viaje a Sydney.
Expresado de otra forma:
Colonia ha actuado de forma típicamente “eficaz”.
También en esta eficacia veo un signo del Reino de Dios.
Recordemos la parábola del sembrador:
“Una parte de la simiente cayó en suelo rocoso,
donde había poca tierra y brotó en seguida
porque la tierra no era profunda;
pero en cuanto salió el sol se agostó
y, por no tener raíz, se secó.” Mt 13,5 ss.

Donde falta la eficacia,
el Reino de los Cielos no tiene
ninguna posibilidad de crecer.

Me parece que es un aspecto muy importante
el que estos jóvenes se hayan esforzado conjuntamente por la financiación de su viaje a Sydney.
Sobre esto hubo muchas discusiones.
“Cada uno para sí mismo y Dios para todos nosotros”,
que es un enfoque básico muy frecuente.
El principio fundamental del mensaje de Jesús sobre el Reino de Dios, por en contrario, se centra en la palabra “solidaridad”.

Yo no digo, que todo esto y en todos los detalles fuera y es consciente en los jóvenes.
Sin embargo, estoy convencido
de que ellos han hallado no sólo algún tesoro,
sino ciertamente el tesoro del que habla el Evangelio.

También en el Evangelio se efectúa el descubrimiento del tesoro en varios pasos:
* El agricultor lo descubre, en primer lugar,
por casualidad,
sin saber en detalle,
lo que verdaderamente ha encontrado.
Sabe espontáneamente sólo una cosa:
Este hallazgo es valioso por encima de todo.
* En un segundo paso, tapa de nuevo el tesoro
para asegurarlo.
* En un tercer paso compra el campo,
para que todo siga delante de forma legal.
* En un tercer paso y quizás en muchos otros pasos
se le ilumina el valor del tesoro
en todos sus detalles.

En un proceso de descubrimiento así hay
algo de aventurero -
también para nosotros, si examinamos a fondo el descubrimiento del Reino de Dios y poco a poco hacemos la experiencia:
Éste es el tesoro de mi vida por antonomasia.
Este tesoro puede darle la vuelta a mi vida
y abrir inesperadas posibilidades
de realización feliz para mi existencia.

Un cuento muy breve y no concluido de los Hermanos Grimm nos puede aclarar
lo que aquí sucede:

La llave de oro

En época invernal, cuando había caído una fuerte nevada, tuvo que salir un pobre chico
e ir a buscar madera en un trineo.
Cuando la había rebuscado y cargado no quiso
ir todavía a casa.
sino primero hacer un fuego y calentarse un poquito, porque estaba muerto de frío.
Como la nieve se derritió,
él descombró el terreno y
encontró una pequeña llave de oro.
Pensó que donde esté la llave
tiene que estar el palacio
y cavó en la tierra y encontró una cajita metálica.
Buscó, pero no encontró ningún agujero para la llave;
finalmente descubrió uno, pero era tan pequeño
que apenas se podía ver.
Probó y felizmente la llave le iba.
La giró en la cerradura y ahora tenemos que esperar
hasta que la abra por completo y levante la tapa,
después experimentaremos qué clase de cosas maravillosas hay en la cajita.”

Por consiguiente, nosotros mismos tenemos que poner el final a este cuento,
no de forma narrativa, sino con la aventura de nuestra vida.
Podemos ir a buscar el tesoro – cada uno de nosotros.
Y a cada uno de nosotros está destinado un valioso tesoro que podemos encontrar.
También merece la pena en todo caso
un esfuerzo extraordinario.

Amén.