Homilía para el domingo Décimo Octavo del ciclo litúrgico (A)
3 Agosto 2008
Lectura: Is 55,1-3
Evangelio: Mt 14,13-21
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Qué se les ocurre a Vds. espontáneamente para “pan”?

Yo podría también preguntar:
¿Quién o qué es para Vds. tan importante que dirían:
Necesito tan urgentemente a esta persona o esta cosa como el pan nuestro de cada día?

Probablemente a Vds. se les ha ocurrido una u otra respuesta para esta pregunta.
Y probablemente también se ha hecho consciente para Vds. que cuando decimos “pan cotidiano”
no sólo se trata de aquel alimento para nuestro cuerpo, para el que nosotros, como ciudadanos prósperos, necesitamos también el embutido.

Se trata mucho más de necesidades fundamentales muy diferentes que tienen que ser satisfechas para una vida digna.

Heinrich Böll ha escrito en 1955 el relato denominado “El pan de hace años”.
En este relato se trata de un joven,
que con trece o catorce años vivió el final de la guerra,
y para el cual el único impulso vital en aquellos años era llenar de alguna manera el vacío de su estómago “al que le sonaban las tripas”.

Estas experiencias le marcan.
También en años posteriores,
cuando le iba muy bien económicamente,
valora a las personas con las que tiene que tratar, sobre todo según su provecho para la satisfacción
de su propia necesidad.
Hasta que un día encuentra a una joven, una estudiante,
por primera vez encuentra a una persona,
a la que puede amar de una forma incondicional.

Por primera vez, ahora se le hace consciente
* lo que él ha anhelado en todos estos años,
* lo que finalmente le ha hecho solitario y desgraciado,
* lo que era el hambre auténtica de su vida actual.
Comienza a reflexionar sobre esta vida.
A la vez ve también a su madre con unos ojos completamente nuevos.
Ésta estaba entonces enferma de mucha gravedad
y hambrienta;
pero aún le cede a él el último trocito de pan.

La totalmente nueva experiencia relacional con aquella estudiante
y el, por consiguiente, nuevo ángulo de enfoque,
desde el que ve a su madre de forma muy diferente
le permiten reconocer:
Hay necesidades humanas fundamentales-
que van mucho más allá del hambre animal
por el “pan de cada día”.

Quizás a Vds. se les haya ocurrido muy espontáneamente una persona concreta,
de la que piensan:
Es para mí tan necesaria como el pan de cada día.

Esto es válido no sólo para la relación con una persona en particular.
Más bien se aplica a todo lo que transcribimos con la palabra “amor”.
Esto, por ejemplo, encuentra su expresión
en una “nueva canción espiritual”,
que hace referencia a Isabel de Turingia:
“Cuando el pan que nosotros repartimos florece como rosas
y la palabra que hablamos suena como canción,
entonces Dios ya ha construido entre nosotros Su casa...”

Esta canción alude a la condesa de Turingia:
Ella repartía pan a los pobres de la ciudad.
Lo hacía contra la voluntad de su marido
porque ella dedicaba su vida en primer lugar a Jesucristo y sobre todo al Evangelio de hoy.
Cuando el conde la controlaba,
se transformaba el pan de su cesto en rosas olorosas.

Como en el Evangelio tampoco se trata aquí de un “milagro” en el sentido físico.
Se trata del milagro de aquel amor
que regala “vida en plenitud”,
una vida que abarca a todo el ser humano,
cuerpo y alma.

Jesús no se dirige en este texto del Evangelio de Mateo a la multitud de seres humanos que buscan, enseñándoles.
Se dirige a ellos con la misericordia concreta, curando sus enfermedades y aplacando su hambre.
Pero sobre todo se dirige a ellos con toda su Persona:
* Él sabe de su miseria actual,
* Él percibe sus verdaderas necesidades,
* Él no habla de amor y misericordia,
* Él vive ambas cosas y enseña a Sus discípulos a hacer lo mismo.
¡Promulgación con manos y pies!.

La misericordia vivida de forma totalmente natural
efectúa el milagro auténtico, que se relata:
Una leyenda sugerente desarrolla lo que sucedió:

Érase un muchacho –Salomo–, que llevaba cinco panes y dos peces.
Los discípulos llamaron la atención de Jesús sobre este muchacho.
Y Él le llamó y le preguntó:
“Salomo ¿quieres compartir con los demás los panes y los peces?”
El muchacho consintió,
Jesús pronunció una oración de bendición
y después mandó a Salomo junto con los discípulos
a repartir el pan.

Ahora se subraya
que además muchos otros tuvieron que comer.
Contagiados por el ejemplo del pequeño Salomo
y por el amor transformante  de este Jesús de Nazareth,
comenzaron también ellos a partir y a repartir.
Como una piedra que es arrojada al agua –
la disposición para compartir se extiende
hasta en los bordes más extremos
de la multitud reunida.
Y todos quedaron saciados.
Y todavía sobraron doce cestos completos.
Donde la misericordia de Jesús traza ondas
no se anda con pequeñeces
sino que –se muestra plenitud sin límites.

Wilhelm Willms, también un poeta de nuestros días,
y párroco al mismo tiempo sigue tejiendo esta historia:
Él deja correr continuamente la ola del compartir hasta en las playas de nuestra época.
Describe como también los ricos de este mundo,
los líder de la economía y las grandes naciones industriales se dejan contagiar.
Todos hacen la experiencia:
Cuando uno comienza a compartir
y todos los demás le siguen poco a poco,
entonces llega para todos, lo que esta tierra
nos regala como alimento,
entonces puede ser vencida el hambre universalmente.

Una canción de una de las campañas de Misereor
de hace unos años aporta esta experiencia:
“¡Cuando cada uno da lo que tiene,
entonces todos quedan saciados!”

Finalmente la quintaesencia del Evangelio
acaba para nosotros hoy
en que el dinero y el provecho monetario no pueden ser la medida de todas las cosas.
Puede sonar de forma tan paradójica,
como hemos oído en la Lectura:
“¡Comprad grano y comed, venid y comprad sin dinero,
comprad vino y leche sin pagar!”-
este texto en el contexto del Evangelio contiene
una clave para la solución de un problema central de nuestro mundo globalizado.
Los diálogos sobre comercio internacional han fracasado de nuevo en Ginebra.
Casi todos los comentarios lamentaban este fracaso.
Una única excepción:
MISEREOR celebra el fracaso
con la consideración de
lo que hubiera podido resultar en todo caso,
según la situación de las cosas:
Un resultado dictado por el poder económico de los estados industriales como desventaja para los países en vías de desarrollo.

La experiencia nos enseña en el campo privado
que el acopio de riquezas materiales no silencia
nuestra hambre y sed de vida en plenitud.
En el contexto social y tanto más en el global
se produce una política que juega con el poder económico en provecho propio contra otros,
generando permanentemente más pobreza, marginación y falta de paz.
Este mundo sólo sobrevivirá como un mundo filantrópico, que también en las conexiones globales aprende a compartir.

¿¿¿Qué tiene que ver todo esto con la comida eucarística a la que Jesús nos invita hoy de nuevo???

En esta comida, Jesús no nos reparte un alimento
que finalmente nos deje de nuevo hambrientos y sedientos.
Más bien nos regala el pan de la vida,
se ofrece a Sí mismo en abundancia,
Él se parte a Sí mismo para todos – para la vida del mundo.

Mateo ha redactado el texto del Evangelio de hoy muy conscientemente,
ya que la correspondencia entre la alimentación de los 5000 y la celebración de la Eucaristía en la parroquia es incalculable.
Esta conexión debía sernos clara cada vez que celebremos la Eucaristía.
Ciertamente porque además se trata esencialmente de más que de la saciedad corporal,
porque se trata de la vida en plenitud,
tenía que parecernos a nosotros los cristianos
un monstruoso escándalo un mundo, en el que las personas sufran y mueran de hambre material.

En el Evangelio y en esta celebración eucarística dominical se trata de un milagro –claro–
pero al mismo tiempo también de una exhortación permanente:
“¡Y todos quedaron saciados!”

Amén