Homilía para el Domingo vigésimo
del ciclo litúrgico (A)
St. Peter, Colonia

Evangelio: Mt 15,21-28
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Para mí personalmente este Evangelio tiene un significado totalmente central
* para mi fe,
* para la imagen que yo tengo de Jesús
* y no en último lugar para mi comprensión de la Iglesia.

1) En primer lugar encontramos
en este texto evangélico a un Jesús,
que es capaz de aprender.
Para muchos de nosotros – sobre todo de la generación mayor –  esto es inconcebible:
Hemos aprendido que Jesús es Dios;
en Él, Dios mismo se ha encarnado.
Y Dios es omnisciente.
¿Cómo Él puede aprender?
¡Él lo sabe todo!

“Dios es el motor inmóvil” se dice.
En Él nada cambia –
porque Él tiene por antonomasia la plenitud del Ser.
Pero poder aprender significa
poder - cambiar,
poder- perfeccionarse.

La expresión del “motor inmóvil”
es seguramente acertada para la naturaleza divina
en su eternidad.
Pero en Jesús de Nazareth, Dios se ha hecho totalmente ser humano-
en todo como nosotros, excepto en el pecado.
Dios se ha encarnado en una época concreta,
bajo unas determinadas condiciones históricas y culturales.
Naturalmente Él abarcaba el saber de Su tiempo,
y también las tradiciones religiosas de Su pueblo,
que impregnaban su entorno.

Así, a modo de ejemplo, Él estaba convencido
de que la revelación de Dios era válida
exclusivamente para Su pueblo -
el pueblo elegido, con el que Dios
había contraído Su alianza,
y al que Él había hechos Sus promesas.
Y precisamente una mujer cananea
hace vacilar este convencimiento.

Puede ser que Él se haya acordado
en este momento de Isaías:
“Hasta los confines de la tierra llega
la salvación de nuestro Dios.” (Is 52,10).
Quizás también se Le ocurra la idea de la peregrinación de los pueblos:
“Al final del día sucederá:
El monte con la casa del Señor está firmemente asentado como el monte más alto;
supera a todas las colinas.
Hacia él afluirán todos los pueblos.” (Miq 4,1)

En todo caso, en este encuentro con la mujer cananea, Él aprende:
El mensaje de salvación de Dios, que se me ha encargado,
es válido no sólo para el único pueblo de Israel,
es válido también para esta mujer cananea
y, en general, para todos los pueblos y
todos los seres humanos.

Quizás Él reconozca en este instante:
La revelación de Dios es un proceso creciente
en la historia de la humanidad.
La revelación de Dios se desarrolla paso a paso,
en primer lugar en Israel y en la historia de este pueblo,
pero después – partiendo de aquí – en todos los pueblos y culturas de todas las épocas.
La revelación de Dios es un proceso histórico,
que además exige,
“aprender” continuamente.

Para nosotros hoy, esto significa:
También nosotros y toda la Iglesia y toda la humanidad tienen que aprender continuamente,
lo que la revelación de Dios hoy y aquí significa,
lo que Dios nos quiere decir en esta época
y en las diferentes culturas de nuestro tiempo
y bajo condiciones permanentemente en cambio.

Ciertamente es indiscutible
que la revelación de Dios en Su Encarnación
en Jesucristo está “cerrada” definitiva e irrevocablemente.
Pero ¿esto qué significa?

En Jesucristo, Dios se nos ha presentado
en toda Su plenitud.
El Reconocimiento de “plenitud” de la auto-revelación divina, no ha llegado
ni con mucho a un final.
Ningún ser humano, ninguna cultura y ninguna época puede agotar esta plenitud totalmente.

Por el contrario:
En la historia de la Iglesia y de la Teología también se cae continuamente en uno u otro aspecto de la “verdad” ya reconocida en el pasado.
Esto se encuentra en antiguos escritos, cubiertos de polvo, o incluso en el propio Evangelio.
Lo leemos y lo oímos continuamente
y la Iglesia lo ha leído, escuchado e interpretado para todas las épocas.
Pero también para esto es válido,
lo que hemos escuchado en uno de los últimos domingos:
“Miran, pero no ven;
oyen, pero no escuchan
y no comprenden nada” (Cf. Mt 13,13)
Por consiguiente, si nosotros descubrimos en cualquier tiempo antiguos conocimientos,
esto suscita a lo mejor una gran alegría –
enteramente comparable a la alegría de aquella viuda en la parábola de Jesús,
que encuentra el dracma perdido (Lc 15,8 s).
Esto también podría sucedernos a nosotros,
si escuchamos el Evangelio de hoy con oídos nuevos
y lo leemos con ojos nuevos.

Pero naturalmente no se trata de un único texto.
Se trata de nuestra fe en suma:
También bajo condiciones cambiantes
de toda nuestra vida personal,
debíamos ver también nuestra fe con ojos nuevos
y aprender continuamente,
en que dirección se tiene y se debe desarrollar.
Una fe que ya no es capaz de aprender
es finalmente una fe muerta.

2) Sobre todo después del Concilio Vaticano Segundo, en la Iglesia Católica algunas mujeres
han comenzado
- y gracias a Dios también algunos hombres -
a leer la Sagrada Escritura con ojos nuevos -
es decir, muy conscientemente con los ojos de las mujeres de nuestro tiempo.

Para la Teología feminista nuestro Evangelio de hoy se convirtió en un texto clave.
En el mundo acuñado patriarcalmente,
en el que Jesús vivió,
y en el que también fueron redactados
los Evangelios,
no es totalmente comprensible,
que justamente una mujer, además una “pagana”
sea presentada como “maestra” de Jesús.

Y de nuevo en una Iglesia muy temprana, patriarcalmente acuñada,
era incomprensible en todo caso
que María, como Madre de Dios, fuera una maestra de Jesús,
aunque también ella antes fue vista como “alumna” de Su Hijo.
¡Así se ha pasado por alto sin más ni más
durante largo tiempo a esta mujer cananea
como maestra de Jesús, cada vez que se leía su historia!

Hoy ha ido creciendo la teología feminista
y muchos de sus conocimientos “nuevos” o nuevamente descubiertos se han convertido
en bien común de la teología.

Sin embargo, podría haber aún un largo camino,
hasta que la Iglesia saque también consecuencias prácticas de estos conocimientos;
hasta que figuras como esta mujer cananea
o como una María de Magdala,
la “apostola apostolorum”,
la anunciadora del mensaje de la mañana pascual,
o también como una Marta de Betania,
aquella teóloga del rango de Pedro,
se conviertan en “maestras” de la Iglesia
hasta una praxis muy vivida.

3) Aún merece la pena de arrojar una mirada al modo,
en el que la mujer cananea se encuentra con Jesús:
Naturalmente ella también está marcada por las costumbres de su entorno.
Hablarle a un Rabbi tan importante, exige valor
- sobre todo para una mujer.
Incluso contradecirle es casi inaudito.
Pero esta mujer no cesa,
aún cuando al principio se siente desairada.

Probablemente la palabra “perro” en el lenguaje de Jesús no tuviera el carácter ofensivo que tiene
entre nosotros.
Tampoco es acogida como lisonja por esta mujer.
Pero no se encoleriza, no se enfada ni protesta de forma altanera.
Ella reacciona más bien con prontitud y de forma típicamente diplomática.
En su réplica hace suya la imagen de Jesús,
comienza con una “captatio benevolentiae”
- “¡Sí, Tú tienes razón, Señor!”
y después vuelve la imagen a su favor.
No argumenta de forma general e impersonal,
sino muy psicológicamente “ad hominem” –
por consiguiente, inmediatamente referida a su oponente, a Jesús.
Y ciertamente con ello provoca Su reconsideración,
aquel proceso de aprendizaje del “gran maestro”.
 
Probablemente también sería muy beneficioso en la Iglesia aprender de esta mujer.
Los “protestantes” de la época de la Reforma,
ciertamente tuvieron muchos puntos de crítica
muy justificados.
Sin embargo, su protesta condujo a la escisión de las Iglesias.
Mucho más tarde sus deseos despertaron también examen en la Iglesia -
que sólo fue muy gradual y en pequeños pasos.

Hay una sabia regla para las relaciones interhumanas:
“Que tu crítica no golpee al otro
como un paño húmedo en la cara,
si no preséntasela, como un caballero,
ofrece un abrigo, de modo que el otro
pueda fácilmente entrar en él.”

Según esta regla reacciona la mujer cananea.
Ciertamente según esta regla debíamos también formular nuestra crítica en la Iglesia.
Motivos para ello hay seguramente más que suficientes.
Protesta y Demos pueden ser absolutamente oportunos aquí y allá.
Pero ciertamente en la Iglesia tienen éxito raras veces.
Finalmente nosotros en la Iglesia tenemos que tratar con personas concretas.
Y ésta se irrita por la protesta precisamente contra sí misma, como por el examen.

Esto lo ha entendido muy bien la mujer cananea.
Entender esto también nos sería beneficioso a nosotros.

Amén