Homilía para la Fiesta de Todos los Santos
1 Noviembre 2008
Evangelio: Mt 5,1-12a
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Todos los Santos - ¿a quién o qué celebramos verdaderamente?

¿A todos los santos que, como “estrellas luminosas”
ponen luces en la historia de la Iglesia doblemente milenaria?
¿Y cuyo recuerdo, aquí en St. Peter, se mantiene vivo sobre todo a través de las maravillosas ventanas?

Sí – nosotros celebramos a estos santos,
porque dan un testimonio digno de fe de Jesucristo,
que también hoy es el centro de nuestra fe.
Muchos de ellos – unos más y otros menos –
dependiendo de la época y de la situación,
pueden ser para nosotros modelos de una fe vivida consecuentemente.

Pero también celebramos los innumerables santos desconocidos.
A la mayor parte de ellos la Iglesia nunca los ha declarado santos.
Y, sin embargo, son santos porque “contemplan a Dios mismo cara a cara” en Su eternidad
Y han hallado en la feliz comunión con Él
la plenitud de su vida.

Los celebramos a todos con enorme gratitud.
Son algo así como un puente entre el cielo y la tierra.
Oran con nosotros y por nosotros.
Acompañan nuestra acción de gracias, nuestra alabanza y nuestras peticiones.
Esto se puede proporcionar incluso a un cristiano evangélico, aunque le sea extraña nuestra tradición de veneración a los santos.
También para los cristianos evangélicos es familiar la oración de intercesión en la comunidad.
Al mismo tiempo, creen con nosotros en la resurrección de los muertos.
Por consiguiente, ¿¿¿por qué –supuesto esto – yo no debiera pedir a mi madre muerta su oración de intercesión,
cuando yo confío sin problemas una petición a la comunidad o digo a un amigo: “¡Piensa en mí en la oración!”???

Todos los Santos – Yo quisiera aún dar un paso más:
¡Nos celebramos con total gratitud también a nosotros mismos!
Nosotros mismos somos por el Bautismo y por nuestra pertenencia a Jesucristo, “santos”.
no lo somos por nuestro propio esfuerzo,
sino totalmente por la gracia de Dios y por el llamamiento.
Así es totalmente comprensible que Pablo se dirija a los destinatarios de sus cartas como
“a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que invocan en todas partes el nombre de Jesucristo, nuestro Señor”. (1 Cor 1,2)
Por consiguiente, nosotros nos celebramos a nosotros mismos, no porque estemos “locos”,
sino porque nos fue regalada la comunión con Dios en Jesucristo – sencillamente eso.
¡En verdad, un motivo para celebrar una fiesta
llena de alegría agradecida!

Ser “santos” – también significa ser llamados internamente al “Reino de Dios” que ya despunta.
De este “Reino de Dios” que ya despunta
se habla en el Sermón de la Montaña y, sobre todo, en las Bienaventuranzas.
 “Bienaventurado” en el Sermón de la Montaña tiene una inmediata referencia a lo que se expresa con “santo”:
“Santo” es quien es aceptado por Dios:
“bienaventurado” – la plenitud feliz que se nos regala en comunión con Dios.
“Santo” y “bienaventurado” – son, por consiguiente, dos caras de una misma moneda.

En las Bienaventuranzas, Jesús concreta ahora, quién es aceptado por Dios con preferencia.
Se podría decir que los criterios para ello ponen
del revés lo que “en este mundo” hace valioso
a un ser humano.
En el mensaje de Jesús, no sólo en el Sermón de la Montaña, sino continuamente, los “pequeños”
son declarados bienaventurados.
Por consiguiente, Jesús anuncia y Jesús vive
la “parcialidad” de Dios por los “pequeños” a los ojos del mundo.
Por consiguiente, también en el Evangelio de hoy:
Ya la primera bienaventuranza anuncia, por así decirlo, todas las demás:
“Bienaventurados los pobres”, así dice la redacción original, que nos ha transmitido Lucas.
Naturalmente esta formulación concisa y absoluta
es chocante para todos, los que entonces u hoy estamos acomodados.
En griego suena aún más dura:
En este idioma hay varias palabras que traducimos por “pobres”.
Pero ahora llaman Lucas como también Mateo
a los “Hoi Ptochoi” “bienaventurados”
y esto traducido literalmente significa
“pobres de solemnidad”.
Tomado al pie de la letra, nosotros, los acomodados, sólo podemos participar de la comunión con Dios,
si participamos de Su parcialidad por los pobres.

Mateo ha suavizado ya en su época la dureza experimentada por la elección de esta palabra.
Su transmisión suena así:
“Bienaventurados los pobres en el Espíritu”
o según la traducción única:
“Bienaventurados los pobres ante Dios”.
Sin embargo, yo creo, que debiéramos guardarnos de una espiritualización del Evangelio.
Es bien natural – a la vista de las siguientes Bienaventuranzas – pensar no sólo en los pobres materialmente, sino p.e. en aquellos que por causa de la enfermedad o de un impedimento
o por el aislamiento y la soledad son “pobres”
en sentido figurado.
En el mismo sentido es válida esta bienaventuranza
seguramente también para aquellos que se afligen por un ser amado.
Pienso que ellos seguramente pueden estar cerca del Dios consolador.

Y, sin embargo, la segunda Bienaventuranza
opina algo diferente de los que están tristes:
Aquí están sobre todo los que están afligidos por la pérdida de Sión –
por consiguiente, por la decadencia de la fe en Israel,
bajo la presión del poder político de Roma
y por el influjo de la “secularización” del mundo helenístico.

Referido a nuestra situación actual
esto no significa:
tristeza por los tiempos pasados
de tradiciones populares,
pero tristeza por un mundo progresivamente ateo,
que cada vez más pierde también de vista
a los seres humanos.

La Bienaventuranza para aquellos que no utilizan ningún poder,
es también hoy inmediatamente accesible para nosotros,
aunque los mismos cristianos sucumbimos continuamente ante la tentación de apostar
como el antiguo Israel por el poder político y por el uso de la fuerza – no sólo de modo militar –.

“¡Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia!”.
Naturalmente estas palabras nos conducen permanentemente a la boca.
Pero ¿es verdaderamente para nosotros la justicia en este mundo una necesidad tan existencial
como anhelan los hambrientos y los sedientos, el agua y el pan?
Y ¿se trata verdaderamente de esto en nuestras representaciones de la justicia, de lo que significa verdaderamente a los ojos de Dios?

“¡Bienaventurados los misericordiosos!” Ciertamente son “Caritas” y “Misereor” (=¡misericordia!), la mayor parte de las instituciones apreciadas de la Iglesia Católica.
Pero ¿tratamos verdaderamente de misericordia, cuando llaman a nuestra puerta los refugiados en botes del olvidado continente africano golpeado
por el hambre, el sida y la violencia?
¿¿¿No compartimos entonces con gusto la inmisericorde política de la Unión Europea,
según el lema “El bote está lleno!???

“¡Bienaventurados los que tienen un corazón puro!”
O dicho de otra manera:
¡Bienaventurados los que no siguen intenciones malas ni egoístas!
Esta Bienaventuranza se ilustra mediante la maravillosa descripción de la nueva Jerusalem,
la ciudad de Dios en el Apocalipsis de Juan
- en referencia a la terminología de los Evangelios: del Reino de Dios:
“La calle de la ciudad es de oro puro, como de claro cristal.” (Ap 21,21)
Una imagen sólo aparentemente contradictoria para la claridad, veracidad y transparencia.

Los pacificadores de la sexta Bienaventuranza son
-traducido literalmente- aquellos que crean la paz.
Imposible imaginar, que Jesús tenga ante la vista a los políticos.
Pero ¡en todo caso nos los dice!

“¡(Luego) Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia!”
Lo mismo expresado en forma de pregunta:
¿Qué vale para nosotros la justicia con mayúscula y con minúscula?
¿Qué estamos dispuestos a invertir para ello?
¿Incluso la injusticia que nos sucede a nosotros mismos?
¿Desventajas con las que nos conformamos?
O ¿incluso “persecución”?

Finalmente son declarados bienaventurados,
los que son injuriados, perseguidos y difamados por el seguimiento de Jesús.
Hoy también se podría formular así:
Bienaventurados, los que sólo por ello no son tomados en serio como excluidos, empujados a la orilla, insultados e incluso perseguidos,
porque para ellos es importante,
no sólo llamarse cristianos,
¡sino cargar con todas las consecuencias.!

Finalmente aún esto:
No debiéramos entender mal todas las Bienaventuranzas,
como reglas morales o mandamientos.
Más bien transmiten un presentimiento
de lo que es el “Reino de Dios” y ya puede ser aquí.
Se trata de una visión, de una utopía real,
en la que nosotros nos podemos orientar como cristianos
y ya ahora experimentar algo de aquella bienaventuranza prometida.

Amén.