Homilía para la Fiesta de Cristo Rey (A)
23 Noviembre 2008

Lecturas: Ez 34,11-12.15-17/1 Cor 15,20-26.28
Evangelio: Mt 25,31-46
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Las Lecturas del domingo de Cristo Rey de este año
ponen de relieve tres aspectos diferentes del misterio, que se celebra hoy y
que se enlazan todos, unos con otros:

1. En la primera Lectura del libro del Profeta Ezequiel se trata de la “función de pastor” de Dios frente a Su pueblo.
No debiéramos entender mal esto como sucede con frecuencia:
No se trata de degradar a los creyentes como
a un rebaño de “ovejas necias”,
que no tienen juicio propio
y que tienen que ser conducidas “desde arriba”.
Se trata más bien de una crítica afilada
a los guías políticos y religiosos de la época.
*Estos sencillamente han fallado.
* Han explotado al pueblo.
* Son culpables del hundimiento de Jerusalem
y de la deportación de las clases superiores a Babilonia.
Y porque esta catastrófica situación “clama al cielo”,
interviene Dios mismo como “Pastor” de Su pueblo,
pone a raya a los “Reyes” corruptos
y promete por medio de los profetas una nueva salvación al pueblo duramente probado.

2. En el Evangelio se nos pone ante los ojos al “Pastor” divino como Juez.
Aquí no se trata sólo de la responsabilidad de los guías políticos y religiosos.
Aquí se trata de cada uno en particular – entonces y hoy.
Se trata también de nosotros y de la cuestión:
¿Satisfaces la misericordia y la justicia del Reino de Dios?

3. El gozne y el centro de rotación de las Lecturas
de hoy es ahora el texto de la Primera Carta a los Corintios de Pablo,
no se trata sólo de aquel poder
que se opone fundamentalmente al Reino de Dios.
Se trata también de aquel poder
que nos interpela radicalmente a nosotros mismos
y nuestra vida.
Se trata del poder de la muerte en este mundo.

La muerte tiene muchos cómplices a su servicio.
Por eso, hablamos con razón de las fuerzas
de la muerte en plural.
Estas actúan ya en la historia de Israel
y en todos los tiempos de la historia de la humanidad.
Aquellos políticos y guías religiosos,
que Ezequiel, en nombre de Dios, hace responsables de la destrucción de Jerusalem,
de la deportación a Babilonia
y de la miseria de todo el pueblo,
todos ellos explotan el negocio de la muerte.

Hoy una canción espiritual moderna habla de los señores de nuestra época,
“que nos gobiernan con la muerte”.
Otra canción se lamenta con las infinitamente numerosas personas que alrededor del globo terráqueo son entregadas violentamente a la muerte –
en el Congo, en el Oriente Próximo, en Irak y en cualquier lugar:

“A menudo está el mundo en llamas
y la sangre tiñe el agua de rojo.
Una cruz está en cada país,
por todas partes se enseñorea la muerte.
Odio, que no tiene fin,
y pueblos que se enemistan.
Pero Dios nos dispone para la dicha,
¿por qué entonces nos deja solos?”

Tras esta pregunta está el antiguo grito al Dios de la Vida, en medio de una zona de inevitable influencia de la muerte:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿por qué no escuchas mis gritos y me salvas?
Dios mío, de día clamo y no contestas;
de noche y no me haces caso.” (Salmo 22)

Jesús mismo grita a Dios con estas palabras del Salmo su propia miseria mortal en la Cruz:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 24,46).
El Viernes Santo, en la muerte del Hijo del Hombre,
es experimentable esto – como en ninguna otra parte – de forma arrolladora,
cómo es avasallada la Creación del Dios de la vida por los poderes de la muerte.

Sin embargo en Jesús, el Dios encarnado,
Dios mismo camina como ser humano,
como uno de nosotros,
a través de los espantos de la muerte
hacia la luz clara de la mañana pascual.
Con Su muerte en la Cruz, vence el poder de la muerte y con ella aniquila toda fuerza y poder contrario a Dios.

La mañana de Pascua nos ofrece a todos,
los que estamos marcados por la muerte,
aquella visión resplandeciente
de una realidad nueva y definitiva,
en la que la vida triunfa sobre la muerte:
La perfección del Reino de Dios.
Esta es la confesión de fe,
el alegre y arrollador mensaje de la Iglesia de Jesucristo, que Pablo formula continuamente:
Cristo ha resucitado de entre los muertos.
Por medio de Él, llega la resurrección de todos los muertos.
En Él todos tendremos la Vida.
Él es el verdadero soberano de este mundo.
Sólo a Él corresponde el título de Rey.
En Él reina el Dios de la Vida sobre todo y en todo.

La visión de esta realidad definitiva no es ninguna utopía, ningún sueño, ninguna representación ideal.
Pascua es una realidad creída a pies juntillas
y experimentada en la fe.
Y los poderes pascuales de la Vida
están actuando ya aquí, en esta época
y en todas partes donde justicia, misericordia y amor son el fundamento en el seguimiento de Jesucristo y en el sentido del Evangelio de hoy a través de nosotros y de innumerables personas.

Amén.