Homilía para el Domingo Quinto del ciclo litúrgico A
9 Febrero 2014
Lectura: Is 58,7-10
Evangelio: Mt 5,13-16
Autor: P. Heribert Graab S.J.
A veces se puede tener la impresión
de que no pocos católicos ocultarían con mucho gusto externamente su cristianismo:
* Su confesión religiosa es para ellos un asunto puramente privado.
* Ante más de un acontecimiento escandaloso en la Iglesia algunos también se avergüenzan de pertenecer a ella.
* La imagen de la Iglesia en los medios y en público no hace más fácil confesarla.
* En una considerable secularización del mundo,
la fe cristiana además parece ser algo totalmente “de ayer”.

Pero ahora se nos ha dicho en el Evangelio:
“Vosotros sois la sal de la tierra…
Vosotros sois la luz del mundo…”
Por tanto, según Jesús nosotros somos como cristianos el auténtico condimento en una sociedad
que, en sentido exacto, no gusta “nada”
o todo lo posible, que viene a ser lo mismo;
en una sociedad, que a veces gusta incluso
lo horrible.

Según el mensaje del Evangelio los cristianos son precisamente, los que aportan luz en una obscuridad,
en la que orientarse apenas es posible.
En todo caso, los cristianos debían, también en la época actual,  hacer este mundo ‘comestible’
y aportar luz en la obscuridad.
Jesús está completamente convencido de que:
haremos en Su seguimiento todo lo que sea necesario.
* Nosotros hemos facilitado el sentido de Su mensaje y con ello hemos abierto el futuro.
* Conocemos Su praxis existencial, cura a los enfermos, sacia a los hambrientos, integra las existencias marginadas e incluso las desplaza
al centro.
* Sabemos que Su paz supera los conflictos.
* Él fundamenta para nosotros una relación muy nueva con Dios, al que nosotros
–como también Él mismo– podemos denominar Padre.
* Este Jesús es nuestro Hermano, que recorre todos los caminos con nosotros y nos ofrece Su amor, de modo que nosotros mismos aprendamos a amar.

Si verdaderamente todo esto fuera consciente para nosotros como cristianos, entonces el Evangelio de hoy nos plenificaría con gran alegría y
con una fuerte auto-conciencia y –en un sentido positivo– incluso con orgullo.

Ya no nos irritaríamos por ‘lo humano-demasiado–humano’ en la Iglesia de Jesucristo,
tampoco por aquellos desagradables escándalos.
Quizás pensaríamos en las palabras de Jesucristo tan realistas:
“Es inevitable que haya escándalos, pero ay del que los cause.” (Lc 17,1)
Pero, al mismo tiempo, también tendríamos que reflexionar sobre las siguientes palabras y tomarlas en serio:
“¡Estad atentos! Si tu hermano peca, repréndelo y
si se arrepiente, perdónalo.” (Lc 17,3)

También nos reprocharía a nosotros mismos el espejo.
Lanzaríamos una mirada sobre nuestras propias debilidades y probablemente reconoceríamos
cuanto se obscurece la Luz de Jesucristo por medio de nosotros, en lugar de resplandecer a través nuestro;
cuanta sal que nosotros mismos removemos
en la ‘sopa de este mundo’ se ha hecho sosa y
ha pervertido el sabor.

Pero sobre todo –en lugar de lamentarnos y quejarnos– nos remangaríamos para transformar
este mundo –mejor dicho: nuestro pequeño entorno– por medio del amor vivido y así contribuir a la construcción del Reino de Dios venidero.

También miraríamos a esta Iglesia con otros
–es decir, con buenos ojos, a la Iglesia del pasado y de presente: naturalmente nos pueden y tienen (¡!) que estremecer algunas cosas como el proceso de las brujas en el pasado o los escandalosos abusos entre nosotros y en muchos lugares del mundo.

Yo ahora puedo contemplar todo esto “desde fuera” y reaccionar con una crítica destructiva.
Pero si yo mismo en conjunto con otros me comprendo como Iglesia, entonces yo miro
‘desde dentro’ y reacciono con una crítica constructiva.
Entonces me pregunto lo que yo mismo puedo y tengo que cambiar.
Después quizás comienzo con la oración:
“¡Señor, renueva a Tu Iglesia y empieza por mí!”
Después intento llenar esta oración con vida y descubro mis muchas posibilidades de cambiar algo
y esto no sólo en mí mismo sino también en mi comunidad, en mi obispado y entre mis prójimos cristianos.

Si además yo no  sólo miro las partes obscuras de la Iglesia sino que también percibo a mi alrededor
la Iglesia de los Santos, entonces esto me anima
a colaborar comprometidamente en una renovación de la Iglesia.
Entonces colabora en colocar la luz de Cristo en Su Iglesia en los candelabros y no en el altar sino en los obscuros huecos de las escaleras de este mundo y también de la Iglesia para que allí nadie se caiga
y se parta el cuello.

La propia Iglesia reúne en el orden de la lectura de este domingo el Evangelio de la sal de la tierra y
de la luz del mundo con una Lectura de Isaías
de una gran crítica social. Esta habla por sí misma:
“Parte tu pan con el hambriento,
recibe en tu casa a los pobres sin techo,
si ves a uno desnudo vístelo…
después tu luz irrumpirá como la aurora…”
Y: “Si alejas de ti toda opresión,
si dejas de acusar con el dedo y de levantar calumnias,
si repartes tu pan al hambriento
y satisfaces al desfallecido,
entonces surgirá tu luz en las tinieblas
y tu obscuridad se volverá medio día.”

¡Por tanto, no se trata de luces sobre el altar
o de cirios ante la Madonna!
¡Se trata de luz en los obscuros huecos de las escaleras!
En todo fallo de la Iglesia y siempre que se pusieron sucios baldes sobre la Luz de Jesucristo, podemos estar de todo corazón y de forma totalmente consciente alegres y felices de que a nosotros se nos haya confiado en Jesucristo la sal de la tierra y
la luz del mundo.

¡No nos ocultemos!
¡No lo atesoremos en cualquier cuartucho privado!
¡Desembuchemos!
¡Actuemos, iluminemos nuestra época!
Contribuyamos con nuestra parte a que el mayor número posible de todas las personas y recien llegados participen cada vez más en el condimento sabroso y en la luz que da felicidad del Reino de Dios futuro.

Amén