Homilía para el Domingo Décimo Séptimo del Ciclo (A)
27 Julio 2014
Lectura: 1 Re 3.5.7-12
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
En un mundo de hechos duros los sueños no cuentan mucho.
“Los sueños son espuma” – nada más que ilusiones.
“Sigue soñando” le gritan sarcásticamente a alguien
que amenaza con no tener los pies en el suelo.

En textos de Jesús Sirach se dice:
“Atrapar sombras y perseguir el viento
es hacer caso de los sueños.” (Eclo 34,2)
“Los sueños son vanos:
lo que tú esperas te engaña.” (Eclo 34,5)

Y el profeta Isaías dice:
“Si un hambriento sueña que come,
cuando despierta sigue aún hambriento;
y cuando un sediento sueña que bebe,
cuando despierta sigue aún con sed.” (cf. Is 29,8).

Ahora en época de vacaciones estamos especialmente abiertos a los sueños:
Soñamos incluso con gusto en un viaje de vacaciones al paraíso.
y a veces tales sueños llegan a ser incluso verdaderos:
por ejemplo, despertamos el primer día de vacaciones por la mañana,
salimos al balcón o a la terraza,
nos pellizcamos las mejillas y preguntamos:
¿Sueño o estoy verdaderamente en el paraíso?

El Salmo 126 no habla ciertamente de un viaje de vacaciones;
pero también aquí se trata de un sueño que se ha hecho realidad:
“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía a todos que soñábamos;
la boca se nos llenaba de risas y nuestra lengua de júbilo.” (Sal 126, 1-2)

El sueño de Salomón tiene otras características
y pone ante nosotros otra pregunta muy diferente:
¿Es posible que Dios nos encuentre en el sueño,
y que Él nos hable en el sueño?
O ¿no es más que fantasía?
¿Nada más que ilusión?

La Sagrada Escritura parece aceptarlo como algo natural y por eso transmite algunos de estos sueños:
Por ejemplo el de la escala de Jacob;
o también en el Nuevo Testamento los sueños
de José en torno al nacimiento de Jesús.

Hoy sobre todo los psicólogos se dedican a los sueños porque seguramente tienen mucho que ver
con lo que nos mueve en el subconsciente.
Posiblemente un psicólogo, que no tiene que llamarse Drewermann, nos pueda decir
algo totalmente lleno de sentido sobre el sueño de Salomón.
Pero no puede decir nada sobre la comprensión teológica del texto de la Lectura sin traspasar los límites de de su ciencia de manera reprensible.

Dios puede hablar a los seres humanos de formas muy variadas, del mismo modo que los seres humanos también se comunican entre sí de formas muy diferentes.
En la tradición religiosa se cuentan con frecuencia formas inusuales de encuentro con Dios, como las visiones.
Pero Dios quisiera hablarnos a cada uno de nosotros
y esto, por regla general, de un modo muy ‘cotidiano’.

*Naturalmente Él nos habla en toda época por medio de las palabras de la Sagrada Escritura y sobre todo por medio del mensaje de Jesús.

*Pero Él nos habla también por ejemplo en la oración,
no por casualidad entendemos la oración como un ‘diálogo’.

*El que nosotros experimentemos raras veces la oración como diálogo, radica posiblemente en nosotros mismos:
Por ejemplo, frecuentemente tratamos con Dios
en la oración usando un aluvión de palabras.
Así tampoco se dialoga entre las personas sino al contrario: Cuando alguien me colma con palabras de tal modo que no tengo ninguna posibilidad de intervenir, entonces sencillamente desconecto.

*Muy ‘cotidianamente’ puede hablarnos Dios en el silencio, por tanto en un ‘silencio hablado”;
o cuando yo reflexiono o medito.

*mediante una incidencia sorprendente o una especie de ‘iluminación de la mente’;

*en el encuentro con las personas-
Jesús habla en el llamado ‘lenguaje del juicio’,
porque Él mismo nos encuentra en determinadas situaciones en los más “pequeños” de Sus hermanas y hermanos.

*De este modo hay muchas formas totalmente diarias de encuentro con Dios y en las que Dios
nos habla.
Ignacio cree que debiéramos buscar y hallar a Dios en todas las cosas.
Naturalmente Él también nos puede encontrar en los sueños.
Hoy nos inclinamos a todas estas situaciones de posibles encuentros con Dios con explicaciones e interpretaciones ‘naturales’.
Estas aclaraciones ‘naturales’ son absolutamente ayudadoras e incluso con frecuencia necesariamente urgentes.

Pero nadie de nosotros, -tampoco ningún científico o psicólogo- puede prohibir a Dios,
encontrarse con las personas y hablar con ellas-
del modo que crea conveniente.
Condición previa de un tal encuentro es naturalmente por nuestra parte que creamos.

Sólo en pocos casos excepcionales Dios le dirigirá la palabra a una persona tan masivamente que no pueda apartarse o hacer oídos sordos.
Algo así hizo Dios con el obstinado Saulo delante
de Damasco porque Él quería hacer de este Saulo
un Pablo.

También se trataba de una situación muy excepcional de la que también hoy podemos aprender algo para nosotros:
No engañarse por ninguna ilusión o fraude es necesario para construir “seguridades”.
Saulo entonces fue remitido a la comunidad de Damasco y sobre todo al sabio Ananías.
Necesitaba ayuda para elaborar lo experimentado delante de Damasco e integrarlo correctamente.

El correctivo del Rey Salomón fue la sabiduría transmitida del Señor y el derecho regalado por Dios al pueblo de Israel.
A la vista de ello Salomón pide un “corazón que escuche”.
Un “corazón que escuche” es mucho más que la razón clara para juzgar.
Un ‘corazón que escucha” significa la persona en su totalidad que se orienta hacia Dios con todas sus capacidades humanas y por ello sabe discernir el bien del mal.

Igualmente necesita nuestra escucha atenta de Dios y de lo que Él quiera decirnos de forma totalmente personal (posiblemente también en un sueño)---
esta escucha atenta necesita, para que llegue a ser comprendida auténticamente, nuestra orientación fundamental hacia la Revelación de Dios en la historia de la humanidad y sobre todo en el alegre mensaje de Jesucristo.

Esta disposición para escuchar atentamente a la luz de la Revelación - esta disposición requerida-
también debemos tenerla en cuenta muy seriamente para que Dios nos hable en cualquier situación y de cualquier modo siempre, incluso en un sueño.

Amén