Homilía para el Domingo Décimo Octavo del Ciclo (A)
3 Agosto 2014
Lectura: Is 55,1-3
Evangelio: Mt 14,13-21
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Hemos oído gritar al profeta Isaías como a un charlatán oriental:
“¡Vosotros los sedientos, venid todos a por agua!
También puede venir quien no tenga dinero.
¡Comprad trigo y comed, venid y comprad
sin dinero,
comprad vino y leche sin pagar nada!”

Este texto despierta en mí recuerdos de los difíciles tiempos de hambre durante mi niñez y mi juventud después de la Segunda Guerra mundial;
recuerdos de largas horas de pie en las colas delante de una panadería para volver a casa sin nada o,
en todo caso, con un poco de pan de maíz húmedo y continuar con hambre.

El relato de la multiplicación del pan de Jesús subraya estos recuerdos del hambre y además trae a mi memoria imágenes de mi madre, de cómo ella intentaba ocultar al máximo ante nosotros, niños entonces, que ella misma renunciaba a su escasa ración de pan por nosotros.

Después me vienen a la memoria los relatos de mi madre de su propia niñez durante la Primera Guerra mundial y los años posteriores:
Como también entonces, por ejemplo, los nabos no podían acallar el hambre.

En estos días se ha pensado en innumerables actos y en todos los medios sobre la Primera Guerra mundial, que se declaró exactamente hace cien años
y marcó totalmente un siglo por la guerra y por una violencia hasta entonces inimaginable.
Una gran huella de hambre y miseria, sufrimiento y muerte se extiende desde entonces hasta nuestro tiempo.
Aunque a nosotros mismos desde los años cincuenta se nos ha deparado “una buena época”,
no debiéramos reprimir que nunca hubo tantas guerras y tantas víctimas bélicas como en estos últimos cincuenta años.
Y, en consecuencia, continuamente y cada vez más:
Hambre, hambre, hambre –
y millones no sólo de muertos de guerra sino de muertos de hambre – sólo diariamente 25.000.

Sabemos que toda guerra lleva como remolque el hambre, directa o indirectamente.
Pero yo me pregunto:
¿qué ‘hambre’ en sentido figurado, qué nostalgias, qué esperanzas y qué codicia impulsan a las personas a la guerra?
¿Tan complejas pueden haber sido las causas de la Primera Guerra mundial, que arrastraron a políticos y militares hasta a emperadores y reyes a forzar la guerra?
Y ¿qué instintos, qué ‘hambre’ estaban detrás del entusiasmo inicial de la guerra en agosto de 1914?

¿Qué ´hambre’, qué instintos están hoy en juego en
Siria, Israel y Palestina, en Ucrania, en Libia y, y, y, …?

Pero, ¡volvamos a la Lectura de Isaías!
El texto se dirige a aquellos que regresan del exilio babilónico.
Éstos encontraron allí situaciones desoladoras y se hallaron ante enormes desafíos totalmente comparables a las situaciones posteriores a la guerra
del siglo pasado.

Por una parte, Isaías anima al pueblo por la fantástica invitación de Yahwe de tener acceso gratis a las fuentes de la vida.
Pero por otra parte, señala también exhortándole que las verdaderas fuentes de la vida son:
La vida viene del propio Dios y de Su Palabra portadora de salvación en la Torá.
Porque vosotros os habéis apartado de esto y dedicado al servicio de vuestros ídolos,
“lo que no os alimenta”-
todo esto tuvo como consecuencia expulsión, necesidad, miseria y muerte.

Pero ahora aprovechad la nueva posibilidad,
dirigíos de todo corazón a Dios y a Su Palabra de vida y dejaos obsequiar por Él, con todo lo que produce vida: misericordia, justicia, reconciliación, amor, paz…
En resumen: todo lo que Jesús de Nazareth desarrolla mucho más tarde en Su Evangelio y sobre todo en el Sermón de la Montaña.

También de todo esto se trata en las maravillosas visiones consoladoras de Isaías.
El mercado, en el que se puede comprar lo necesario para la vida sin dinero y la fuente de la que brota de forma tan espléndida la vida pertenecen al contexto de las muchas visiones de la nueva Jerusalem.
Dios mismo será el centro de esta magnífica ciudad:
“Él será juez de los pueblos,
árbitro de naciones numerosas.   
Convertirán sus espadas en arados,
sus lanzas en podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo
ni se ejercitarán más para la guerra.
Venid vosotros, los de la casa de Jacob,
deseemos caminar a la Luz del Señor.” (Is 2,4-5).

No es ningún milagro que estas palabras de Isaías,
sobre todo después de la Segunda Guerra mundial
jugasen un papel central mucho más allá de la Iglesia.
Recuerdo que las primeras grandes manifestaciones tuvieron como lema: “¡nunca más la guerra!”
Entonces también intentábamos los jóvenes eliminar barreras entre Francia y Alemania.
Y aún precisamente en 1959 la Unión Soviética
donó a la ONU para su principal acantonamiento de Nueva York la famosa escultura “espadas para arados”
Esta escultura se convirtió en símbolo del movimiento de paz en la DDR.

Desgraciadamente se repiten estas experiencias humanas continuamente:
En cuanto se alcanza el bienestar se olvida pronto
la miseria y la necesidad de la guerra.
Se habla continuamente de la paz,
pero el abismo entre la palabra hablada y el actuar práctico se hace cada vez mayor.

Si en 1950 alguien hubiera profetizado que la industria alemana de armamento estaría cincuenta años más tarde en el tercer lugar mundial
se hubieran reído de él rotundamente.
A la vista de estos logros uno se podría resignar.
Los profetas y también Jesús de Nazareth no cesaron en este intento.
Todos ellos no renuncian con exhortaciones muy serias, en caso necesario también con amenazas y sobre todo con sueños y visiones estimulantes para apoyarse contra la corriente.

Todos ellos confían en que la nueva Jerusalem y
el Reino de paz de Dios se hagan realidad ahora y finalmente se impondrán contra todos los poderes mortales.
Según este asunto, todos ellos conocen el adagio:
“Los molinos de Dios muelen despacio”
Pero también saben:
¡Muelen! Y ¡muelen de forma consecuente!
Y están convencidos:
Todos nosotros podemos y tenemos que agarrar
de forma dinámica y constructiva el engranaje de este molino.
Todos estamos llamados a colaborar en las condiciones de vida dignas y en la construcción del Reino de Dios, en primer lugar y sobre todo en nuestro ámbito cotidiano y privado, pero después también en la vida social y política.

Amén.