Homilía para el Domingo Vigésimo del Ciclo (A)
17 Agosto 2014
Lectura: Is 56,1.6 -7
Evangelio: Mt 15,21-28
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Las espantosas guerras e indecibles crueldades.
que, ciertamente experimentamos de nuevo,
tienen múltiples causas, fundamentos y trasfondos,
pero también tienen todas algo en común y es que
los seres humanos de todas las épocas
consideran todo lo que les parece ‘extraño’
como ‘hostil’.
Esto procede del antiguo vocablo latino ‘hostis’:
‘Hostis’ significa en primer lugar ‘extranjero’,
pero también ‘enemigo’, ‘enemigo del país’ y ‘enemigo del Estado’.

Incluso en la Biblia se necesita un desarrollo a lo largo de siglos para superar la equiparación de ‘extranjero’ y ‘enemigo’ paso a paso y en un proceso muy laborioso.
En la Lectura de Isaías de este domingo se refleja un paso de este desarrollo:
En el fondo se halla la difícil época de la destrucción del Templo de Jerusalem y el tiempo de cambio radical del Exilio de Babilonia.
Incluso en este tiempo también se puede sacar algo positivo.
El encuentro con otros pueblos ensanchó el horizonte de muchas personas en Israel.
Y cuando, después del regreso a Jerusalem,
se trató de la reconstrucción de la ciudad y del Templo,
el profeta Isaías vio el Templo ya no sólo reservado al pueblo de Israel.
Este Templo debía estar abierto también a otros pueblos, a personas del paganismo,
que encuentran acceso a la fe y al culto en el monte Sión.

Esto fue un enorme paso adelante en el camino del conocimiento,
porque todas las personas son creadas a imagen y semejanza de Dios y
porque Dios ama verdaderamente a todos los seres humanos;
pero este ‘paso adelante’ durante largo tiempo no fue tan amplio
como para respetar o incluso supervalorar
la respectiva fe de los ‘otros’.
Para Isaías era una natural condición previa
que ‘los otros’ se convirtieran a la fe judía,
observasen el sábado y ofreciesen a Yahwe
holocaustos y víctimas.

Alrededor de quinientos años más tarde Jesús cita a Isaías:
“¿No se dice en la Escritura que mi casa debe ser una casa de oración para todos los pueblos?” (Mc 11,17).
Pero también Jesús estaba aún en Su mirada de las cosas poco lejano de Isaías:
Él se siente exclusivamente enviado “a las ovejas perdidas de la casa de Israel”.
También el desgarrador ruego para la curación de su hija de esta mujer cananea del Evangelio de hoy,
encuentra rechazo en Él:
“No es correcto quitarle el pan a los hijos y arrojarlo a los perros.”

Pero precisamente esta mujer pagana Le hace reflexionar:
De una forma psicológicamente inteligente Le responde:
“¡Tienes razón, Señor!”
Pero después recoge la palabra de los perros y le da otro sentido:
“Incluso los perros comen los restos de pan que caen de la mesa de sus amos.”
Para mí este relato es de enorme importancia:
Jesús es verdaderamente un ser humano como tú y como yo;
Él aprende y se desarrolla continuamente.
Él incluso se deja interpelar por esta mujer cananea.
Por tanto, el seguimiento de Jesús significa también
aprender como Él y esto no solamente en este cuestión sobre nuestro entendimiento con los extranjeros.

Este proceso de aprendizaje continúa ya en los primeros tiempos de la cristiandad:
Pedro y todos los primeros Apóstoles aprendieron en la praxis pastoral de su época y p.e. en el enfrentamiento con Pablo,
lo que hubieran tenido que saber hace mucho tiempo, es decir, por medio de esta experiencia con Jesús, que el Evangelio de hoy relata.

Ahora una mirada a nuestro mundo nos hace evidente que también nosotros aún tenemos mucha necesidad de adentrarnos en este proceso de aprendizaje y esto también la Iglesia, pero no sólo allí por el problema de la delimitación sino que se nos presenta en todos los ámbitos de la vida.

Nosotros delimitamos y excluimos a otros:
Pregúntense ustedes mismos cómo reaccionan espontáneamente:
- cuando se encuentran inesperadamente con un impedido.
- cuando su hijo o hija trae a casa a una persona de piel obscura como amigo o incluso como pareja,
- cuando ustedes van a parar sin querer a un punto de encuentro de ‘homosexuales’.
Naturalmente ninguno de nosotros tiene nada contra estas personas.
Ciertamente aquí en Sankt Peter más de uno elogia
la apertura, la tolerancia y la liberalidad de esta parroquia.
Pero una disposición fundamental abierta y tolerante es una cosa; sin embargo, una reacción espontánea personal y un afecto privado es otra muy diferente.

O sigan ustedes sinceramente los propios prejuicios:
naturalmente tenemos en gran estima a personas de otras religiones, muy acordes con el sentido del Concilio Vaticano II.
Pero ¿permanece todo lo que nosotros en estos días escuchamos y leemos de espantoso sobre el terror islámico,
permanece todo lo que verdaderamente sin influjo sobre nuestra actitud está contra el Islam y los musulmanes?
(En todo caso dejando aparte a uno u otro, al que nosotros personalmente conocemos hace años,
lo cual naturalmente vale).

O contemplen ustedes el ‘ecumenismo’:
Naturalmente es para todos nosotros un gran deseo.
Y naturalmente también lo vivimos.
El entendimiento entre la parroquia de Sankt Peter y la parroquia de la Iglesia Antoniter es manifiestamente amistoso.
Pero ahora nuestro Papa ha puesto repetidas veces acento masivamente ecuménico e incluso amistoso
en el entendimiento con la Iglesia Pentecostal.
¿no son éstas las iglesias que para nosotros ayer aún eran ‘sectas’?
Y ¿no son estas las iglesias, que con la ayuda de los dólares norteamericanos, minaban a la Iglesia católica en Latinoamérica?
¿Están ustedes totalmente libres de razonamientos,
juicios y prejuicios?

Con qué rapidez esta egocéntrica mirada a los ‘extranjeros’ conduce a ver en ellos a ‘enemigos’
y a recubrirlos de violencia, guerra y asesinatos. Miremos momentáneamente sobre todo al Oriente Próximo, pero también a África Central, a Ucrania y a tantos otros lugares del mundo.
Con criterio político denominamos esta mirada asoladora sobre los extranjeros como nacionalismo, racismo, fundamentalismo…
En nuestra vida en común diaria se hallan las consecuencias de una mirada tan excluyente y separatista a los extranjeros no poco misantrópicas
y destructivas.

Tanto en la vida privada como también en la política tenemos que aprender de Jesús y aprender a mirar cómo Jesús mira a cada uno – y sobre todo también

a los ‘extranjeros’ – con ojos amorosos y bienhechores, si no queremos perecer en un mundo lleno de extranjeros.

Amén.