Homilía para el Domingo Vigésimo Octavo del Ciclo (A)
12 Octubre 2014
Lectura: Is 25,6 – 10a
Evangelio: Mt 22,1-14
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
“Querido Señor Jesús,
con el mensaje del Reino de los cielos nos hemos hecho adultos, pero esperamos que Tú tengas comprensión porque por el momento tengo cosas más importantes que hacer:
Tú mismo sabes lo estresado que es en el día de hoy el trabajo profesional.
En último caso tengo una familia que alimentar.
Por tanto, no me queda más remedio que depender realmente de esta profesión…”

Probablemente así o de forma semejante se tendría que disculpar espontáneamente más de uno de nosotros, incluidos en el grupo de los que están invitados al banquete, por tener que hacer algo
‘más importante’.

¿Qué tiene esto que ver con el ‘banquete’ del Evangelio?
Jesús quisiera con esta imagen –como mucho tiempo antes que Él ya hizo Isaías– poner ante la vista
de los oyentes invitando y motivando lo más posible:
la promesa de Dios es insuperable;
el Reino de Dios abarca auténticamente todo,
incluso lo que no os atrevéis a soñar;
el Reino de Dios es sencillamente la vida, vida feliz, vida en plenitud, una vida junto a todo lo que ansiáis, una vida que parece miserable - por regla general mezquina.
Para Jesús y ya para Isaías era un banquete festivo,
y tanto más un banquete real, la insuperable esencia de una vida en plenitud.

Ciertamente ahora yo tengo la impresión de que la mayoría de nosotros encuentra ya en estas palabras,
en esta imagen del banquete un problema:
Ya la sencilla palabra ‘banquete’ nos suena en nuestros oídos como algo pasado de moda,
cuando nos imaginamos lo que verdaderamente significa.
La cultura de la comida de nuestro alrededor
está marcada por Burger, alimentación congelada y tentempiés.
Por tanto ¿dónde experimentamos en nuestra vida diaria todavía un ‘banquete’?
En realidad esto forma parte de la relación mutua de una comunidad;
esto corresponde al tiempo, que se toman los unos para los otros;
esto corresponde al diálogo que siguen con interés unos junto a otros.

La palabra del ‘banquete’ es otra vez un problema por sí misma:
A menudo vemos en ella un pesado y obligatorio acto social, en el que uno se encuentra con gente aburrida.
Por regla general, no las contamos entre nuestro círculo personal de amistades.
Para más de uno de nosotros un ‘banquete’ así sirve en todo caso para anudar ‘relaciones’ y para hacer ‘política’.
Por tanto algo que no es atractivo y ni siquiera entusiasma.

Pero ahora reflexionen ustedes un instante:
qué imagen, o qué comparación se les ocurriría
a ustedes si quisieran entusiasmar a alguien,
que es importante para ustedes y está en su corazón,
con la idea de una vida insuperable, hermosa, feliz y plena?

En Isaías este intento suena marcadamente asombroso:
La muerte ya no existirá;
las lágrimas serán limpiadas de todo rostro;
los pueblos encontrarán en paz y amistad caminos;
todas nuestras esperanzas se harán realidad;
la tierra estará llena de alegría y júbilo por la salvación y plenitud de toda vida humana.

Jesús halla en este intento de ganar los corazones de los seres humanos para las promesas de Dios,
junto a la imagen del banquete otras imágenes aún más fascinantes:
por ejemplo la parábola del tesoro enterrado en el campo y de la perla.
Jesús dice con ellas:
Todo lo que hasta ahora importa en vuestra vida,
y lo que es importante y deseable-
¡sencillamente olvidadlo!
La nueva y fascinante realidad de Dios supera todo esto.
Y esta realidad ya despunta.

•    Pero Jesús no sólo relata parábolas del Reino de los Cielos; toda Su vida y todo lo que Él hace es concebido por Él como una parábola de la gloria que se acerca del Reino de Dios:
Por ejemplo, en la multiplicación del pan lo perciben las personas inmediatamente.
Comprenden el mensaje:
Él nos quitará, cuando reine, toda nuestra preocupación por el pan diario y tanto más
por el hambre agobiante y enfermiza.
Jesús se retira cuando ellos quieren hacerle Rey de forma muy concreta.
Él reconoce que ellos interpretan mal Su mensaje y lo hacen de forma superficial y exclusivamente materialista.
Más tarde Él intentará poner esto en claro ante Pilatos:
“Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36)
Pero éste no lo comprende en absoluto.

•    Parábolas sobre la plenitud de la salvación en un mundo, que es gobernado por Dios y por Su amor son también todas las curaciones y resurrecciones de Jesús.
Contemplen ustedes sólo el relato del Evangelio del encuentro de Jesús con la viuda de Naín en el camino del entierro de su hijo único.
Aquí se hace concretamente experimentable la promesa de Isaías de la Lectura de hoy:
Él disipa la muerte para siempre.
Dios, el Señor, limpia las lágrimas de todos
los rostros.”
Por supuesto, los seres humanos ven también aquí
sólo el acontecimiento actual:
El mensaje del Reino de Dios de la victoria definitiva de la vida y de la ayuda amorosa de Dios continúa oculto también para ellos.

Ciertamente todas las curaciones de Jesús y tanto más las resurrecciones de los muertos tienen carácter provisional:
También son reales – en último caso se trata de parábolas: parábolas reales.
La victoria de la vida sobre la muerte pierde su carácter provisional en la Resurrección del propio Jesús:
En la mañana de Pascua Él –antes de todos nosotros– entra en la plenitud de vida de Dios definitiva y universal.
Entonces el ‘poder de Dios’ se convierte en una realidad irreversible.

Decir ‘Sí’ a esto sin reservas –con completa alegría y júbilo– no sólo a nosotros sino ya entonces a los amigos y discípulos más estrechos de Jesús les resultaba muy, muy difícil.
Lo que sucede en Pascua es casi increíble.
El largo camino de los discípulos desde su escepticismo por la muerte hasta la fe pascual
se muestra en casi todos los relatos de Pascua.

En estos relatos pascuales también encontramos de nuevo el motivo del banquete y de la plenitud.
Aunque en Emaús, como también en Jerusalem,
el Resucitado es al mismo tiempo anfitrión e invitado, cuando los discípulos Le reconocen en
la comida como el Viviente.

Yo quisiera entresacar de todos estos relatos bíblicos pascuales la aparición del Resucitado por la mañana temprano en el lago de Genesareth.
Aquí se habla en primer lugar de la abundancia del pescado, que los discípulos pescan, después de que
-siguiendo las instrucciones del ‘extraño’- echan las redes otra vez.
Aquí se relata a continuación la ‘comida’, a la que este Extraño invita junto al fuego caliente.
Allí ya está todo preparado y allí –bajo la impresión de la rica pesca y de la invitación a la comida, se les abren los ojos y Le reconocen: “¡Es el Señor!”.

Ciertamente después de Pentecostés se les quitarán los impedimentos de la vista y podrán ver con claridad:
La promesa de Isaías está a punto de cumplirse de forma irrevocable.
El Reino de los Cielos, del cual el Maestro ha hablado continuamente, toma la forma aquí y ahora de un grano, que se desarrolla lento pero seguro.

Cada vez más el crecimiento del Reino de Dios convierte el núcleo esencial de su fe en el Resucitado.
Y ciertamente celebran este núcleo, celebramos en la comida que el Resucitado se nos ha regalado
en todos los tiempos en la Eucaristía.

Finalmente aún una frase muy corta sobre el traje de bodas, cuya falta critica el anfitrión en el Evangelio de hoy:
Este traje de bodas, sin el que tampoco nosotros hoy tenemos lugar en la comida eucarística, este traje de bodas se refiere al amor.
Sólo el amor deja crecer al Reino de Dios.
Sin este amor la comida pascual, a la que Jesús
nos invita, quedaría vacía de sentido.

Jesús pronuncia sobre el que aparece sin el traje de bodas un duro juicio, al que nosotros nos resistimos.
Pero nos podemos consolar con el hecho de que nadie de nosotros y, en general, ninguna persona se puede cortar este traje de bodas.
¡Se nos regala de forma totalmente sencilla!
¡Dejémonos obsequiar!
¡No se exige más, pero tampoco menos!

Amén.