Homilía para el Domingo Vigésimo Noveno del Ciclo (A)
19 Octubre 2014
Lectura: Is 45, 1.4-6
Evangelio: Mt 22,15-21
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Quizás para ustedes es aún familiar la idea de la “disputa de las investiduras”, aprendida en la escuela en su clase historia.
Este asunto responde al enfrentamiento por
la hegemonía a lo largo de una década en la Edad Media entre el Rey y el Papa.

Hasta el día de hoy compiten entre sí con frecuencia
instituciones religiosas y mundanas;
y en estos enfrentamientos siempre se trata del poder.
Estos enfrentamientos ocurren en este momento sobre todo en el mundo islámico,
pero tampoco son extraños en absoluto al cristianismo.

En segundo plano del Evangelio de hoy se halla
la relación entre autoridad religiosa y profana igualmente con múltiples referencias:
En primer lugar en el antiguo Israel religión y política forman tradicionalmente una unidad,
no siempre libre de conflictos.
La consecuencia es: La ‘humillación’ de la ocupación romana se siente como ‘nacional’
y, al mismo tiempo, como deshonra ‘religiosa’.
Con los romanos se instala una autoridad puramente profana e incluso pagana sobre todo.
De este modo se origina una peligrosa constelación de poder:
Los romanos aseguran su poder mediante amenazas penales draconianas;
los ‘antiguos’ dirigentes, que se saben legitimados religiosamente, proceden sin miramientos contra todos los que amenazan la parte de poder que aún conservan.
Y ahora se sienten amenazados por este Jesús de Nazareth y le proponen de forma insidiosa e hipócrita un caso con la meta de eliminarlo.

Pero Jesús reacciona de forma manifiestamente sabia y astuta.
Él pide que le muestren la moneda del tributo
y así los deja al descubierto.
Estas monedas muestran la efigie del Emperador,
al que se debe venerar como a un Dios.
Y precisamente llevan esta imagen en el bolsillo
los jefes religiosos de Israel ¡como algo natural!.
Esto era ya según la Torá una blasfemia.
Naturalmente todos conocían las palabras de la Ley:
“¡Escucha Israel! Yahwe, nuestro Dios es único!” Dt 6,4
y “No puedes tener al lado mío otros dioses.
No puedes hacer ninguna imagen de Dios y ninguna representación de nada de lo que hay arriba en el cielo,
o aquí abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra.” (Ex 20,3 s).

¡Han quedado en ridículo!
Y – en todo caso- por el momento
fuera de combate!

Pero la interpretación de Jesús de la moneda romana
tiene también para nosotros algo esencial que decir:
la moneda lleva la imagen del Emperador;
por tanto, le pertenece, según la interpretación de Jesús:
“¡Dad al César lo que es del César!”

¡Pero todo ser humano es imagen de Dios!
¡Tú mismo eres creado como imagen de Dios
- por tanto perteneces a Dios!
Tu prójimo e incluso tu enemigo son creados como imagen de Dios.
Pertenecer a Dios, ser imagen de Dios, significa
en la comprensión de Jesús:
estar acuñado y plenificado por el amor de Dios,
lo que significa: Vivir el amor de Dios, transmitirlo, multiplicarlo en este mundo:
“¡Ama al prójimo como a ti mismo!”

La Lectura de Isaías de este domingo
no está puesta por casualidad al lado del Evangelio de la moneda del tributo.
La Lectura de Isaías arroja otra vez una nueva luz sobre la relación del poder pagano y religioso y ayuda, a comprender las palabras de Jesús algo más profundamente:
“¡Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios!”

En esta Lectura encontramos a Ciro, el gran Rey de Persia.
En su época (siglo VI antes de Cristo) su poder era totalmente comparable al poder del César romano
en tiempos de Jesús.
Naturalmente él era –como también el emperador romano- un soberano pagano, del que Isaías dice expresamente, que no conocía a Yahwe.
Y, sin embargo, Yahwe le denomina, según Isaías, “Su Ungido”, su ‘Cristo’ por tanto, Su ‘Mesías’.
Yahwe le ha llamado y le ha dado el poder de poner en libertad a Su pueblo de Israel, sacándole del exilio babilónico, que duró casi cincuenta años,
y de acompañarle a Jerusalem.

A primera vista parece sorprendente la elección divina y la misión precisamente de un soberano pagano.
Pero Isaías presenta al mismo tiempo la solución para el aparente problema.
Èl deja claro que Yahwe es el Señor de todos los señores.
El gran Rey no se puede servir de Dios como tampoco se puede servir ningún otro soberano
para legitimar su propio poder.
Pero Dios, el Señor, puede muy bien tomar a Su servicio al gran Rey para conducir a Su pueblo a la libertad.

Por tanto, cuando hoy fanáticos religiosos extienden terror, muerte y espanto, no pueden invocar para ello a Dios, tampoco si Le llaman bajo el nombre de Alá!
Pero hoy Dios también se puede servir de personas individuales –sean musulmanes, judíos o hindúes- para decirnos a nosotros como cristianos, lo ue debemos hacer.
Pienso p.e. en el hindú Mahatma Gandhi, del cual hemos aprendido mucho y todavía podemos aprender siempre.

Desde este punto otra vez dirigimos una mirada a las palabras de Jesús:
“¡Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios!”
Me parece importante prestar atención exactamente:
Jesús no dice: Dad al Estado lo que es del Estado y a la Iglesia lo que es de la Iglesia.
Jesús dice muy en la línea de comprensión de Isaías:
Dad a Dios lo que es de Dios;
pues Él es el Señor de los señores y de las instituciones.

Desde la exigencia de Dios se determina todo lo demás-
precisamente también lo que se debe o no se debe dar
al Estado o a cualquier otra institución –comprendida la Iglesia-.

Desde la exigencia de Dios, no está claro ni es natural desde el principio que se tenga que pagar todo tributo sin duda alguna,
que se tenga que prestar todo servicio,
que se tenga que observar toda ley.

De ahí se sigue también la antigua, pero a menudo olvidada doctrina de la Iglesia, de que la conciencia personal del individuo, conducida por Dios, pueda o tenga que poner en cuestión las normas, reglas y costumbres generales también de la Iglesia como mínimo en los casos particulares.

Pues Dios es el Señor de todos los señores e instituciones;
sin olvidar que también es mi Señor y el Señor de mi conciencia.

Amén.