Homilía para el Domingo Vigésimo Octavo del ciclo litúrgico (B)
15 Octubre 2.000

El texto fundamental de la homilía del P. Heribert Graab S.J. es el Evangelio del domingo Mc 10,17-30 con referencia a la Lectura del libro de la Sabiduría (7,7-11).
Yo puedo comprender bien a este joven del Evangelio:
Yo no tuve nunca –como la mayor parte de ustedes –
“una gran fortuna”;
pero me crié – de nuevo como la mayor parte de ustedes – en una familia burguesa con un estilo de vida modesto, precisamente burgués.
Y ciertamente abandonar esto por algo más grande,
por la llamada de Jesucristo a Su seguimiento,
es realmente difícil.

Me acuerdo de un encuentro en mi juventud con el P. Manfred Hörhammer.
P. Manfred Hörhammer era capuchino,
por consiguiente un hombre de la “familia” del pobre Francisco de Asís.
Después de la guerra se ocupó sin reserva en la reconciliación sobre todo con el pueblo francés
y – ¡ya entonces!- con el pueblo polaco.
En este encuentro en nuestra parroquia quiso entusiasmarnos a nosotros los jóvenes por este deseo –
y esto no sólo teóricamente:
Quería ganarnos para una empresa muy práctica,
para un campo de reconciliación en las vacaciones.
Esto hubiera significado un trabajo duro bajo condiciones modestas, pobres, por no decir rigurosas.
Esto hubiera significado la renuncia a las vacaciones ya planificadas, con buenos amigos
Esto hubiera significado aventurarse en un estilo de vida totalmente extraño y desacostumbrado.
Me acuerdo de que la personalidad y la credibilidad de este hombre Manfred Hörhammer nos fascinaba a todos.
Y, sin embargo, aún hoy recuerdo este encuentro con una mala conciencia:
No me pude decidir a decir Sí.

Poco más tarde entré en una Orden, para la que el voto de pobreza es absolutamente central.
Esto tuvo diversas consecuencias personales,
de las cuales yo nunca me arrepentí.
Sin embargo: finalmente yo nunca renuncié a mi estilo de vida burgués.
He admirado a compañeros de la Orden y los admiro aún hoy, que se han decidido sin reservas a vivir como pobres entre los pobres de nuestra sociedad,
como curas obreros entre obreros,
como socialmente proscritos entre marginados,
incluso como presos entre presos.
Yo mismo nunca he dado este paso.

Yo me he comprometido socialmente – sí:
Yo he fundado nuestra casa de comidas,
pero siempre, por así decirlo, desde “fuera”.
Yo no he compartido nunca la vida de estos pobres y marginados.
Nunca fui uno de ellos –
algo así como fue Jesús un pobre entre los pobres,
que podía decir de sí mismo:
“Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.” (Lc 9,58)

Por consiguiente, yo comprendo al joven del Evangelio muy bien.
Y después se añade aún esta provocativa sentencia del camello:
“¡Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico en el Reino de los Cielos!”
Esta sentencia radical nos pone totalmente en honda.
Ya Marcos y su comunidad no podían evidentemente identificarse con esto.
Esta sentencia causaba ya entonces espanto:
“¿Entonces quién puede salvarse?”

Del mismo modo que Marcos estamos nosotros ante la pregunta:
¿Qué significa este texto para nosotros?
No podemos sencillamente anularle del Evangelio,
como, gracias a Dios, tampoco Marcos lo hizo,
que lo hubiera podido esconder enteramente debajo de la mesa.
Quizás debiéramos volver otra vez a la provocativa pregunta del joven:
“¿Qué tengo que hacer para alcanzar al vida eterna?”.
La “vida eterna” no significa en absoluto la vida “después de la muerte”,
sino vivir ya ahora en la presencia de Dios.
Jesús le responde en primer lugar con algunos mandamientos conocidos,
pero de forma interesante, no con aquellos mandamientos que se refieren a nuestra relación inmediata con Dios.
Jesús enumera más bien mandamientos sonoros,
que tienen que ver con nuestra relación con el prójimo.
Por consiguiente, ya resulta de esta primera respuesta de Jesús:
 A Sus ojos se desarrolla ya la riqueza,
 la plenitud de la vida en la comunión con Dios,
por medio de nuestra propia apertura al prójimo.
Y el texto como totalidad concreta esta apertura,
especialmente como una apertura a los pobres,
como la disposición a compartir con ellos.

Con este fondo, cada uno podría preguntarse a sí mismo:
- ¿Qué integra para mí la plenitud de la vida, la verdadera riqueza de la vida?
- ¿Qué papel juega en mi concepto de la vida la relación con el prójimo?
- ¿Con qué ojos miro a los pobres y marginados de nuestra sociedad?
- ¿Miro para otro lado o pueden contar conmigo en su necesidad?
- ¿Comparto el partidismo de Jesús por los pobres en mis pensamientos, conversaciones y acciones?
- ¿Cómo va mi apego a los bienes materiales?
- ¿Puedo dejarlos muy concretamente y generosamente repartirlos?

Estas son algunas preguntas para el examen de conciencia personal.
Este texto como todo el Evangelio tiene además una dimensión política.
La Iglesia misma la subraya por medio de la combinación con la Lectura del libro de la Sabiduría.
Se trata de una reflexión del Rey,
por consiguiente, del reinante políticamente,
que aquí se pone en boca del Rey Salomón.
La cuestión es de qué tiene que tratar el ser humano políticamente pensante y actuante.
Y la respuesta sigue así:
En todo caso, no de las riquezas de este mundo,
no del provecho propio
y tampoco del provecho de la propia clientela.
Lo decisivo para el ser humano político y a fin de cuentas para todo ser humano es antes bien la “sabiduría”.
Se trata de una “sabiduría” que es regalada por Dios,
y une entre sí la razón y la fe;
una sabiduría que sobre todo es filantrópica
y sirve a la vida.
Esta sabiduría política es conducida en el Evangelio
- comenzando por el Sermón de la Montaña – al total desarrollo, por medio de lo que nosotros hoy con la Iglesia llamamos “opción por los pobres”.
En una época, en la que las diferencias entre pobres y ricos son cada vez más grandes
- en todo el mundo y también entre nosotros -
es necesario urgentemente que nosotros como cristianos recordemos esta “sabiduría” del Evangelio y nos entreguemos a ella de pies y manos.
“Globalización” puede significar no sólo encadenamiento universal del capital y aspiración de beneficio.
“Globalización” en primer lugar y sobre todo tiene que dar sentido a una red transformadora del mundo para la humanidad, la justicia y el amor.
Con una tal comprensión tendremos que nadar como cristianos también políticamente “contra corriente”,
en lugar de mirar para otro lado y marcharnos “tristemente” , como hizo el joven del Evangelio, porque él mismo era un burgués acomodado – como nosotros.

Otra vez la pregunta: “Entonces ¿quién puede salvarse?”
La respuesta de Jesús:
“Para los seres humanos es imposible, pero no para Dios, pues para Dios todo es posible.”
Se nos propone hacer lo que podamos hacer;
pero el “milagro” –también en esta situación –
sólo lo hace Dios.
Para Él es incluso posible salvar para la vida eterna  a cristianos desganados y a alemanes acostumbrados al bienestar.
Entonces, ante esta respuesta los discípulos se quedaron con Jesús.
No se alejan como el hombre rico.

Y Jesús tampoco los despidió – a pesar de toda su falta de entusiasmo.
Así como tampoco despidió al joven.
Ellos se quedan. Del mismo modo nosotros también podemos quedarnos porque Jesús se queda con nosotros.

Amén.