Homilía para el Segundo Domingo
del Ciclo Litúrgico (B)
15 Enero 2.006

Evangelio: Jn 1,35-42
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hemos escuchado aquí en el Evangelio
una curiosa historia de vocación:
En primer lugar no es Jesús quien llama a las personas a Su seguimiento,
sino que Juan se refiere a este Jesús de Nazareth
aún totalmente desconocido
y Le llama el “Cordero de Dios”.

Nosotros estamos familiarizados con esta expresión por la liturgia,
pero no nos dice nada ni significa nada para nosotros.
Por otra parte estos dos discípulos de Juan
están como electrizados por la palabra de su maestro.
Para ellos es espontáneamente claro
a que alude Juan:
Al famoso canto del Siervo de Dios del profeta Isaías.

Allí se trata del Mesías prometido,
del Salvador de Dios.
De  Él se dice:
“Fue oprimido y él se humilló
y no abrió la boca.
Como un cordero llevado al matadero
y como una oveja que ante los que la trasquilan
tampoco él abrió la boca.” (Is 53,7).
También se dice:
“Mi Siervo, el justo,
justificará a muchos,
él carga la culpa de ellos sobre sí.” (Is 53,11)
“El plan del Señor se realizará
por medio de Él.” (Is 53,10)

Muchas personas en tiempo de Juan creían que
¡el tiempo estaba maduro!
¡Así no se puede continuar! –
Esta era aproximadamente la disposición básica
de las personas de aquel tiempo.
Así llegaban en multitud a Juan en el Jordán.
Querían escuchar su mensaje de salvación.
Pero también se querían bautizar con su bautismo penitencial y así lo expresan:
Nuestros vínculos en la desmesurada culpa de la época tienen que tener un final.
Si se debe dar un nuevo principio,
nos situamos ya por nosotros mismos
en un nuevo comienzo.

Quizás haya aquí también más de un paralelismo
con una disposición básica de nuestro tiempo:
¡No se puede continuar así!
El edificio de nuestro concepto de los valores
es tan ruinoso,
que toda la vida de la humanidad y
también de nuestra sociedad
amenaza con ir a la deriva.
Ante el fondo de un vacío de sentido que asusta
demasiadas personas están en búsqueda
de fundamentos básicos para su vida.
Hay una gran nostalgia de espiritualidad,
de realización de la vida,
que no puede dar el bienestar material.

Pero yo veo una diferencia entre entonces y hoy:
La disposición de mirarse a sí mismo,
para confesar la propia culpa
e introducirse por sí mismo en un nuevo principio,
me parece que hoy no se da.

En todo caso los discípulos de Juan se dejan motivar
para seguir al “Cordero de Dios”,
del que se dice que quita el pecado del mundo
y que hace realidad la salvación prometida de Dios.

Sin embargo, no se atreven a hablarle directamente a Jesús.
De momento sencillamente Le siguen a una distancia respetuosa.
Jesús lo observa y reacciona de una forma sorprendentemente distante:
Ninguna invitación amistosa:
¡Acercaos más!
Sino concisa y directamente:
“¿Qué queréis?”

Ambos se sienten desprevenidos por este trato
y caen en el tartamudeo:
“Maestro - ¿Dónde vives?”
Por la rapidez no se les ocurre algo más inteligente.
Probablemente querían decir:
Nos gustaría conocerte.
¿Quién eres Tú?
¿Eres Aquel, en el que podemos poner nuestra esperanza?

También la pregunta de Jesús podría dirigirse hoy
a nosotros:
“¿Qué queréis?” “¿Qué buscáis?”
* ¿Qué queréis verdaderamente aquí en esta Misa?
* ¿Qué queréis de Mí?
* ¿Qué queréis en mi Iglesia?
* ¿Qué queréis con vuestra confesión de fe en Mí?
* ¿Qué buscáis para vuestra vida?
* ¿Qué buscáis para vuestro futuro?
* ¿Qué buscáis para este mundo?

– Silencio –

La contestación de Jesús a los discípulos de Juan podría ser también una respuesta ayudadora para nosotros hoy:
“¡Venid y ved”!

Un ejemplo personal:
No lejos de Göttingen hay
un monasterio de monjas cartujas.
Hace años lo visité por primera vez como “curioso”.

Tenía poco tiempo, pero recé Vísperas con ellas.
Continuamente miraba el reloj.
Estas Vísperas duraban demasiado.
No aproveché nada ni de las Vísperas,
ni de la visita superficial en general.
Después me decidí a pasar en este apartado monasterio ocho días de Ejercicios personales.
Necesité tiempo hasta que me pude introducir en el silencio desacostumbrado para mí.
Con el tiempo también aprendí a valorar la oración de sereno abandono y tranquilizante en sí misma de las monjas.
Yo había celebrado la Misa o las Vísperas raras veces tan intensamente como en estos días.
Estos días fueron para mí una vital experiencia de fe y de encuentro con Dios.
¿Por qué?
Porque yo seguí la llamada interior “ven”;
porque me tomé tiempo;
porque permanecí (los discípulos de Jesús “permanecieron” con Jesús);
porque miré y participé;
porque me adentré en lo que era importante en este lugar y para estas personas.

Salir – tomarse tiempo – permanecer;
ver – abrirse sin prejuicios – adentrarse.
Aquí están las palabras de las que se trata.

Probablemente todos hemos hecho experiencias semejantes –
por ejemplo en el encuentro con las personas.

Hay personas que metemos en un determinado cajón:
Están “tachadas” porque alguna vez
“nos han puesto de los nervios”,
o por lo que hemos oído de ellas
y hemos asumido el juicio de otros.

Hay otras personas,
que creemos conocer ya largo tiempo:
¿Qué se debería esperar nuevo de ellas?

Y después se da una ocasión
de reunirse con tales personas más tiempo
y en una situación muy nueva.
Quizás nosotros mismos nos hallamos en una situación de sinceridad relajada y nos podemos tomar tiempo para el encuentro y el diálogo.
Y a la vez experimentamos en el otro
a una persona totalmente nueva.
A la vez experimentamos al otro
como un regalo que da felicidad.

Con Jesús, con Dios – con Su Iglesia –
no sucede de otra forma:
Creemos conocerle.
Nos hemos hecho adultos con la fe en Él.
La Iglesia –nosotros lo creemos- nos es familiar.

Y, sin embargo – ¡qué superficial es nuestra fe a menudo!
¡Qué evidentes son nuestras experiencias con la Iglesia!
“¡Venid y ved”!
¡Aventuraos en nuevas experiencias, que van a lo profundo!
¡No os dejéis irritar por los prejuicios y la opinión pública!
“¡Venid y ved”!
¡Percibid espontáneamente ocasiones – como los discípulos de Juan!
¡Tomaos tiempo!
¡Mirad meticulosamente!
¡Abríos y adentraos realmente en este Jesús!
¡Adentraos también en la Iglesia!
¡Experimentadla como nunca la habéis experimentado todavía!

Para esto no hay patente.
Lo importante es agarrar las ocasiones –
como hicieron los discípulos de Juan.

Para muchas personas –no sólo jóvenes –
fue notoriamente una tal ocasión la reunión de la juventud mundial en Colonia.
Para otros son quizás algunos días en el monasterio,
o también la experiencia de los Ejercicios –
quizás de los Ejercicios en la Vida Diaria,
como tendrán lugar de nuevo durante la Cuaresma también aquí en Göttingen.
Y quizás también el encuentro con una persona de fe auténtica pueda abrir nuevos horizontes para nuestra fe.

¡Los discípulos de Juan estuvieron espontáneamente abiertos para el “kairos”!
Pero quizás también ayuda
buscar con la vista muy conscientemente tal oportunidad,
después extender la mano,
como se extiende la mano a la esperanza,
de que una mariposa multicolor se instale encima.

Nosotros no podemos forzar a la mariposa
a colocarse sobre nuestra mano.
Tampoco podemos forzar nuevas experiencias con las personas
y mucho menos podemos forzar nuevas experiencias de Dios.
Pero podemos crear las condiciones previas para ello.

Esta noche yo deseo para mí y para todos nosotros
que logremos esto continuamente
y que nos sea regalado un día un encuentro con el Señor,
que nunca olvidemos
- los discípulos de Juan recordaron mucho más tarde la hora de este encuentro;
que a nosotros nos sea regalado un encuentro con el Señor que cambie nuestra vida,
como aquel encuentro cambió la vida de los discípulos de Juan radicalmente.

Amén