Homilía para el Domingo Décimo Noveno del ciclo litúrgico (B)
13 Agosto 2006

Lectura: 1 Re 19,4-8
Evangelio: Jn 6,48-51
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La escena de la vida del profeta Elías me recordó una “parábola del ser humano moderno”,
que no les quisiera ocultar:
Un ser humano moderno se extravió en un  desierto.
A lo largo de días y noches vagó por él.
¿Cuánto tiempo se necesita para morir de hambre y de sed?
Se sobrepuso constantemente a esto. Tuvo fiebre.
Cuando estuvo extenuado durmió un par de horas y soñó con agua, naranjas y dátiles.
Después despertó en peor tormento y continuó dando tumbos.

Vio un oasis a lo lejos.
¡Ah! una Fata Morgana pensó.
Un espejismo que me enloquece y me impulsa a la desesperación, pues en realidad aquí no hay nada en absoluto.
Se acercó al oasis, pero éste no desapareció.
Por el contrario, se hizo cada vez más claro.
Vio palmeras de dátiles, la hierba y las rocas, entre las que nacía un manantial.
Naturalmente esto puede ser una fantasía del hambre, que engaña mi semi enajenado cerebro, pensó.
Tales fantasías se tienen en mis circunstancias.

Naturalmente – ahora oigo incluso el agua brotar a borbotones.
Una alucinación acústica. ¡Qué cruel es la naturaleza!
Con estos pensamientos se derrumbó.
Murió con una silenciosa maldición
a la inexorable maldad de la vida.

Algunas horas más tarde le encontraron dos beduinos.
“¿Puedes comprender algo así?” Le dijo un beduino a otro.
“Los dátiles le crecen al lado de la boca –
sólo hubiera necesitado alargar la mano.
Y yace muy cerca de la fuente, en el centro del hermoso oasis –
muerto de hambre y de sed. ¿Cómo es posible esto?”
“Era un ser humano moderno”,
respondió el otro beduino.
“No ha creído en ello.”

Por consiguiente, la parábola describe claramente cómo las personas hoy vagan a través de los desiertos de nuestro mundo postmoderno.
•    Vagan a través de una inabarcable oferta de ideologías y ofertas de sentido,
que yacen como peñascos esparcidos a ciegas en el casi infinito desierto de nuestra existencia.

•    Están irritados por los innumerables desiertos hechos por seres humanos, de guerras, terror, catástrofes climáticas, explotación económica y hambre.

•    Vagan a través de los desiertos de su propia vida, que está aislada y solitaria, sin meta y sin valor.
Vagan quizás también – como Elías –
por los desiertos de su propia frustración y de su rebelión contra Dios.

Este Elías se sabe enviado por Dios
para responder contra las herejías y contra las ideologías religiosas de su tiempo.
Pero todos estos cultos a los ídolos a su alrededor son tanto más radiantes, tanto más luminosos en apariencia, tanto más poderosos y al mismo tiempo tanto más “manejables” que la fe en el Dios invisible, que había llamado a Israel de Egipto.
Y ahora él también tiene que inquietarse por su vida, porque resultaba molesto a los que gobernaban.
Así que huye al desierto –
que al mismo tiempo es imagen de lo que sucede en su interior:

Está totalmente frustrado.
Su fe se le ha deshecho
como la arena del desierto entre sus dedos.
¿No ha naufragado la obra de su vida?
¿No ha sido toda la vida un sinsentido?
¿Para qué vivir aún?
Elías no quiere ver nada más, ni oír nada más y ni siquiera luchar más.
“¡Señor, es suficiente! ¡Quítame la vida!”

Pero aquí hay un diferencia esencial con la parábola:
Antes de que sea demasiado tarde interviene un “mensajero de Dios” –un “ángel”, se llama – y le empuja, se convierte para él en “impulso” para un nuevo comienzo.
Quienquiera que haya podido ser este “angel”
– quizás uno “de al lado” –
no abandona sencillamente cuando Elías quiere recaer en su resignación.
Este ángel emplea todos los esfuerzos
para señalar a este naufrago su meta de nuevo
y llevarle con nueva energía al camino.
¡Eres llamado por Dios! ¡Eres único!
¡Eres insustituible!

¿Cuántas personas necesitarían hoy un “ángel” así que les alargase el “Pan de Vida”, el “Agua de Vida” refrescante?
Este “Pan de Vida”, por decirlo así, está delante de los pies de cada uno de ellos:
No nos dice Jesús también hoy:
“Yo soy el Pan de Vida,
quien coma de este Pan tendrá la plenitud de la Vida.”

Al extraviado en el desierto le crecían los dátiles casi en la mano.
El agua dadora de vida casi aclaraba sus manos.
Y, sin embargo, pereció.
¡Esto no puede ser verdad!
¡Si hubiera habido un ángel que le hubiera abierto los ojos,
que con paciencia le hubiera desarrollado la fe!

¿No podríamos y debiéramos todos nosotros ser “ángeles” así para los muchos que también aquí, en Göttingen andan errantes y están en búsqueda, aunque el Pan de Vida” esté directamente al lado de ellos, como estaba al lado de la cabeza de Elías debajo de la retama?

Amén.