Homilía para el Domingo Vigésimo
del Ciclo Litúrgico (B)
20 agosto 2.006

Evangelio: Jn 6,51-58
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Este Jesús de Nazareth no es de ningún modo el “amado Jesusito”,
como fue siempre minimizado.
Este Jesús de Nazareth provoca – entonces como hoy.

Hoy, un texto como el del Evangelio actual, provoca:
 A todos los que ponen de relieve exclusivamente el carácter social, el elemento que crea comunidad de la Cena del Señor eucarística;
 pero también a todos aquellos que interpretan de forma exclusivamente simbólica
la Presencia de Jesucristo bajo las especies del Pan y el Vino –
y que no son sólo los cristianos evangélicos,
sino cada vez más también católicos.

Una ojeada a los así llamados “nuevos cánticos espirituales”, muestra que allí donde se trata de la Eucaristía está en primer plano el pensamiento casi exclusivamente de la relación entre los prójimos y de la misión social en la vida diaria.
La mayor parte de estos cánticos no han nacido sólo en una conexión ecuménica – por ejemplo como cánticos del “día de las iglesias” – ;
están también teológicamente
“uniendo las confesiones religiosas”
y excluyen lo distintivo de la comprensión de la Cena del Señor.

De forma muy diferente, los “antiguos” cánticos, que al menos aún parcialmente se pueden encontrar en la alabanza de Dios:
Estos “viejos” cánticos – sobre todo las canciones del Corpus Christi –
dan valor a la “Presencia real”,
por consiguiente a la “verdadera” Presencia de Jesucristo bajo las especies del Pan y el Vino.
Naturalmente estos cánticos encuentran su justificación en el discurso eucarístico,
que hemos oído hoy en el Evangelio de Juan.
Muy conscientemente no está aquí – como de costumbre frecuentemente – el discurso del “Cuerpo” de Jesucristo, sino de la “Carne” y de la “Sangre”.

Con este lenguaje casi “materialista”,
se dirige el Evangelio de Juan ya entonces contra todas las interpretaciones gnóstico-espiritualistas de la comprensión de la Eucaristía.
Pero, al mismo tiempo, este modo de “materialismo” es la continuación lógica de aquel “materialismo”, que en nuestra fe se expresa por la Encarnación de Jesús.
Del misterio de la Encarnación hablamos como “Incarnation” y esto significa literalmente ¡“hacerse carne”!
En el Evangelio de Juan se dice:
“Y la Palabra se hizo carne.”
Conforme a esto en el Credo cristiano se dice:
“Se encarnó por obra del Espíritu Santo
de María Virgen y se hizo hombre.”

Un importante teólogo y físico de nuestro tiempo, el jesuita Teihard de Chardin, interpreta esta conexión de un modo fascinante en su librito: “Misa sobre el mundo”.
En una comprensión moderna y científica de la materia, ésta no se comprende como una “roca” estática y errática sino como algo totalmente dinámico que, por la interactividad de pequeñísimas partículas y por la radiación energética y las ondas luminosas está unida interactivamente y forma una unidad.
En este segundo plano dice Teilhard de Chardin:
Por medio de Su Encarnación y del misterio de la Eucaristía, Dios mismo está en la materia, en cuya totalidad ha entrado y, por lo tanto, ha santificado todo el mundo material.

Nos llevaría demasiado lejos, citar en una homilía todos los puntos de vista, que en la historia de la Teología hasta el día de hoy, han jugado un papel en la discusión sobre la “Presencia real”.
Sólo un par de notas sobre la comprensión bíblica del concepto “carne”, que pueden ayudar a evitar las malas interpretaciones:

Los autores bíblicos dan un sentido diferente al de un ganadero o al de un carnicero, que en un ejemplar del ganado sólo ven “carne”, que quisieran hacer dinero.

La Biblia comprende bajo “carne” al ser humano total, en su existencia terrena y, por tanto, carnal.
La Biblia piensa de forma total.
La división del ser humano en cuerpo y alma, como nos es familiar por el influjo del helenismo, es extraña a la Biblia.

Por consiguiente, cuando Jesús dice:
“El Pan que Yo daré es mi Carne”,
no nos hace con ello “antropófagos”.
Y naturalmente el comer y el beber de Jesús es Carne y Sangre en los dones eucarísticos, posible después de Su Resurrección.
Sin embargo: Cómo quisiera el Resucitado realmente, por consiguiente verdaderamente (¡) tomar posesión de nosotros y entrar dentro de nosotros – y esto en un sentido total.
Él quisiera entre nosotros y en nosotros estar presente en Su naturaleza divina y humana, con toda Su historia sanante hasta la Muerte y la Resurrección y en Su Presencia pascual transfigurada.
Esto es y permanece como un “misterio de la fe” –
que se puede hacer girar e interpretar como se quiera.

Por lo demás, esta comprensión de la Eucaristía termina, como se nos ha sugerido por medio del Evangelio de hoy, con aquellos puntos de vista que se expresan sobre todo en los nuevos cánticos espirituales.
Por el contrario: En la Presencia de Jesucristo totalmente real está incluida naturalmente lo que Él en Su historia con los seres humanos ha vivido y anunciado:
Su actuar integrador y curativo,
Su compromiso con la justicia y el amor,
Su mensaje de la dignidad de todo ser humano.

“No se debe enfrentar a los santos unos contra otros”, dice ya Tomás de Kempis.
Esto es válido también aquí:
No se debería enfrentar entre sí los diferentes puntos de vista, que todos juntos forman el misterio de la Eucaristía.

Pero es oportuno a la vista del Evangelio de hoy, reflexionar de nuevo sobre la veneración eucarística –
ciertamente porque es “moderno” acentuar exclusivamente lo comprensible humanamente en el misterio de la Eucaristía.

¿No se ha convertido sencillamente para muchos de nosotros la “Comunión” en rutina?
Es corriente.
Nosotros creemos verdaderamente que una sola Palabra de Dios nos hace “dignos” de participar;
¿pero verdaderamente nos proponemos la cuestión de si somos “dignos” y nos dejamos obsequiar con esta “dignidad”?

¿Quién de nosotros cuando entra en la Iglesia hace una respetuosa inclinación de rodilla delante del Sacramento?

¿Es más que una costumbre externa, cuando como mínimo la mayor parte de nosotros se arrodilla en la plegaria litúrgica o en el relato de la Institución?

¿Cómo y con cuánta veneración recibimos en la Comunión el “Cuerpo y la Sangre” del Señor?
Según nuestra comprensión, la Comunión en la boca no es de ningún modo especialmente digna, pero el modo con el que recibimos la Comunión en la mano con frecuencia no es otra cosa que “digna”.
No por casualidad se recomienda, poner las manos abiertas una sobre otra y de esta manera formar, por así decirlo, un “trono” para el Señor.

En general ¿saben lo que significa la “Hora Santa” de adoración sacramental el viernes del Corazón de Jesús?

¿Quién se toma como mínimo aquí y allá tiempo el jueves por la tarde, por consiguiente el día de la Institución de la Cena del Señor, para orar y adorar aquí en la Iglesia delante del Santísimo?

Quisiera que nos fuésemos ustedes y todos nosotros con estas preguntas para la nueva semana.

Amén.