Homilía para el Domingo Vigésimo Primero
del ciclo litúrgico (B)

27 Agosto 2.006

Evangelio: Jn 6,60-69
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¡De nuevo el capítulo seis del Evangelio de Juan!
Ya por cuarta (y última) vez hemos escuchado hoy un párrafo del grande (y provocador) Discurso Eucarístico del Evangelio de Juan.
¡Y esto en el centro del Evangelio de Marcos!

Más de uno quizás se sobresalte: ¡Otra vez!
Sobre todo cuando debe predicar sobre él.
Y, sin embargo, este capítulo altamente teológico, que llega en el párrafo del Evangelio de hoy a su final y también a su punto culminante, es desde múltiples consideraciones sumamente interesante y actual.

Yo quisiera extraer dos puntos de vista.
El primer punto de vista es la crisis del temprano movimiento de Jesús y, en general, de las tempranas comunidades judeocristianas.

El motivo de la crisis en el temprano movimiento de Jesús es la frase de Jesús:
“El Pan que Yo daré es mi Carne”.
Lo hemos escuchado la semana pasada.
Esta frase fue comprendida por la gran multitud de discípulos de Jesús como exigencia y, en primer lugar, causa una violenta discusión.
Ésta conduce a que muchos de retiren.
Se puede hablar correctamente de una “apostasía de masas”.
Trasladado a nuestro horizonte experiencial, hoy se tendría que decir:
Entonces hubo la primera salida en masa de la Iglesia.
La reacción de Jesús es interesante:
Él no rema hacia atrás
Él no ofrece ninguna “Softversión”, de aquello que Él ha dicho.
Por el contrario – Él todavía continúa:
¿Qué diréis y cómo reaccionareis
cuando el Hijo del Hombre suba al Padre?
Si ya el Discurso del Pan de Vida causa escándalo
¿cuánto más la Cruz y la Resurrección? –
pues de ello se trata en esta expresión de Jesús.

Jesús da un paso más:
También pone al más estrecho círculo de Sus discípulos, a los Doce, ante la decisión:
“¿También vosotros os queréis marchar?”

Tampoco hoy pasa ningún camino por delante de esta decisión.
Y todo el que consciente y consecuentemente se decida por Él –también en público– choca a menudo con la incomprensión o incluso con la burla, la resistencia y la marginación.
Pues este Jesús – y sobre todo Su Muerte en Cruz y Su Resurrección –
son y continúan siendo una provocación –tanto más en un mundo secularizado–.

¡Nuestra fe no puede excluir este escándalo!
Sólo podemos desearnos a todos nosotros la claridad plenificada por el Espíritu,
que habla por la confesión de Pedro:
“Señor ¿dónde podemos ir?”
* ¿Acaso a aquellos para los que el único contenido de su vida es el dinero, el capital o el consumo?
* ¿Acaso a una de las religiones autoentretejidas que en nuestro mundo sin orientación tienen coyuntura?
* ¿Acaso a algunas ideologías de izquierda o de derecha?

Pedro mismo da la respuesta sin rodeos:
“¡Tú tienes palabras de vida eterna!”
¡Y verdaderamente Tú solo!
“Tú eres el Santo de Dios.”
Expresado de otro modo:
Tú sólo nos abres el “ámbito divino”,
* por consiguiente un fundamento capaz de sostener nuestra vida,
* una perspectiva que realiza,
* un futuro a prueba de crisis.
Con su confesión personal Pedro aclara otra vez,
lo que la fe significa verdaderamente:
No un consentimiento general a una enseñanza,
no el resultado de la especulación intelectual,
sino: Fe es decisión sin condiciones.

Un segundo punto de vista en este sexto capítulo del Evangelio de Juan me parece que es interesante y actualmente sugestivo:
La disputa sobre la comprensión de Mesías.

En tiempos de Jesús, la espera del Mesías del pueblo bajo la opresiva experiencia del imperialismo romano, estaba dirigida hacia la restauración del Reino de Israel.
Los discípulos de Jesús vieron en su Maestro al Mesías prometido y largamente esperado.
Y por eso Jesús mismo también se preocupaba de distanciarse de las expectativas mesiánicas religioso-políticas y sociales – sin embargo, Sus discípulos estaban considerablemente ligados a las representaciones tradicionales de su entorno.
Todavía cuando después de Pascua se reunieron para comer con el Resucitado, Le preguntaron:
“Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?” (Hch 1,6)

Un auténtico reconocimiento de la comprensión del Mesías Jesús, se estableció también en las comunidades judeo-cristianas después de la catástrofe de la “guerra judía” contra Roma y con ella después de la destrucción del Templo de Jerusalem.
Con todo esto, el Evangelio de Juan juega un papel sobresaliente.
El Evangelio de Juan destituye con especial ahínco aquel mesianismo comprendido políticamente.
Hace cuatro semanas hemos escuchado en el Evangelio el Relato de la Multiplicación del Pan, según Juan.
Éste se cierra con la constatación:
“Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo .”

En esto hay una corrección afilada de la más antigua tradición judía, pero también de la temprana tradición cristiana.
Se dice en este capítulo seis de Juan,
que el Pan que Dios da, regala la vida del mundo. (Jn 6,33).
Sin embargo no se trata aquí ya de una realización en el interior del mundo de la expectativa mesiánica de salvación,
sino del regalo de la vida eterna por medio de Jesucristo, que Él mismo es la salvación –
donante y don simultáneamente.

Por consiguiente, el Evangelio de Juan espiritualiza bajo la catástrofe del año 70, las tradicionales representaciones “materialistas” de “salvación”.
De este modo cae este Evangelio
y bajo su influjo la fe cristiana en una gran tensión existencial frente al “mundo”, que en el Evangelio de Juan se ve más bien negativamente.

Esta tensión a la larga no sostuvo.
Más tarde también en la Gran Iglesia fue abandonada cada vez más.
En la Institución eclesial se llegó a la funesta idea de que la “salvación” ya estaba aquí en la Iglesia – a diferencia del mundo.
Y se contempló la salvación como “requisito” disponible,
que la Iglesia podía “administrar”.

El judaísmo tardío entró con su citerior-materialista representación mesiánica en un callejón sin salida ideológico.
Después, de forma intermitente, la Iglesia en el seguimiento de una espiritualización rebasada condujo al callejón sin salida opuesto.

Después de mucho tiempo se ha implantado un cambio de opinión.
En esta relación también se hace consciente de nuevo más claramente, que la teología joánica es parcial y necesita de la lectura crítica en el contexto del Nuevo Testamento completo.

La mirada a la vida de Jesús y al mensaje como totalidad nos enseña a concebir de nuevo la fe cristiana de salvación como un reto, que también implica postulados sociales y políticos,
sobre todo la gran exigencia de compartir unos con otros los bienes existenciales humanos más importantes y a comprometerse con la paz en este mundo.
Sabemos hoy que los cristianos ya no podemos ni debemos negociar en el “puro apartado religioso”.

Al mismo tiempo también continúa siendo actual hoy la crítica joánica y la corrección:
Nos recuerda que el actuar cristiano en el mundo tiene que orientarse siempre a Jesús mismo y a Su Espíritu.
Esto significa sobre todo acentuar siempre la primacía del ser humano frente a todos los valores reales y de utilidad.

También y ciertamente para una Iglesia abierta al mundo y para cada uno de nosotros en particular sigue siendo irrenunciable la confesión de Pedro:
“Señor ¿a quién podemos ir?
Tú (sólo) tienes palabras de vida eterna.”
Para esta fe decisiva con el necesario servicio al mundo de la Iglesia necesitamos “equilibrar” todos nosotros la experiencia colectiva de fe y la comunión con el Señor ensalzado en la celebración de la Misa y sobre todo en el Banquete Eucarístico.

Si algún día el llamado precepto dominical fue necesario y estuvo lleno de sentido, también lo está hoy.
No debemos dispensarnos de él en ningún caso.

Amén.