Homilía para el Domingo
Vigésimo Segundo del ciclo litúrgico (B)

3 Septiembre 2006

Lectura: Dt 4, 1-2.6-8
Evangelio: Mc 7,1-8.14-15.21-23
Motivo: 25 aniversario de la Schola Coral
“cantando praedicare”.
Veinticinco años, un cuarto de siglo, una corona de laurel de plata – para una Schola es muchísimo
y naturalmente motivo de celebración.
Sin embargo, para la coral estos veinticinco años  no son ni siquiera el tiempo, que se necesita,
para respirar hondo.

En todo caso esta coral acuña la liturgia de la Iglesia occidental desde hace aproximadamente 1200 años si bien con muchos altos y bajos.

Todavía hace cincuenta años casi todos hubieran estado de acuerdo con la formulación:
Una tradición así es “herencia y tarea”.

Hoy, sin embargo, se impone una mentalidad que malvende el mobiliario de la abuela en el mercado de baratijas.
A pesar de los decretos de protección de los monumentos de museos,
las tradiciones no valen ya mucho
en una época muy rápida,
en la que no sólo las novedades técnicas son superadas y olvidadas dentro de unos pocos años.
Esto es válido incluso para las personas:
Quien es mayor de cincuenta años apenas tiene ninguna posibilidad en el mercado de trabajo.
Su formación y sus experiencias ya pertenecen al ayer y ya no son utilizables.

La Iglesia, por el contrario, vive de las tradiciones y en las tradiciones.
No puede ser de otra manera, ya que se mantiene en pie y cae con la tradición viva de sus Sagradas Escrituras.
Pero quizás precisamente esta sujeción a la tradición es un motivo para que tampoco la Iglesia sea ya válida para una parte creciente de nuestra sociedad.

Y, sin embargo, precisamente en sus ricas tradiciones reside la verdadera fortaleza de la Iglesia y sus perspectivas de futuro-
ciertamente bajo una condición:
¡Tradición es herencia y tarea al mismo tiempo!

Cuando la Iglesia guarda la tradición sólo como herencia valiosa,
se convierte en una asociación de museo.
Esto también es válido para la tradición del canto coral gregoriano.
También la atención del canto coral tiene que proponerse la tarea de llenar la tradición con vida para el ser humano de hoy y hacerla fructífera –
pero esto significa, cambiarla siempre de nuevo;
pues el cambio es distintivo de toda vida.

Para el canto coral es válido, lo que es válido para esta tradición y lo que incluso es válido para la Ley divina transmitida en la tradición humana:
La Ley es para el hombre y no el hombre para la Ley.
La tradición es para el hombre y no el hombre para la tradición.
También el canto coral es para el hombre y no el hombre para el canto coral.

Con ello voy a hablar sobre las dos Lecturas de este domingo:
Los fariseos se comprendieron como guardianes de la tradición.
Fue en ellos un deseo absolutamente sincero,
no añadir ni quitar nada del texto original, con el que había obligado Dios a Su pueblo por medio de Moisés.
Ellos querían verdaderamente acatar y mantener estos mandamientos.

Pero ahora no puede ninguna ley humana transmitida dar respuesta a todas las preguntas que se hace la vida bajo condiciones cambiantes.
Por fidelidad a la Ley, desarrollaron los fariseos “decretos de aplicación”.
Estos fueron tan numerosos en el transcurso del tiempo que los pocos mandamientos de las Tablas de piedra de Moisés se convirtieron en una biblioteca, con el propósito de mantener santamente el texto original de la Ley.
Sin embargo, por esto el Espíritu se apartó.

Precisamente este desarrollo lo critica Jesús:
“Este pueblo me alaba con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
Es absurdo como me honran.
Lo que enseñan son leyes humanas.”

Naturalmente la crítica de Jesús se dirige al menos como pregunta también a nosotros hoy.
Evidentemente se mezcla siempre en la tradición sagrada también lo humano y lo demasiado humano.
Con seguridad esto mismo es válido para la tradición coral.

Yo puedo comprender bien
que es de interés palpitante rastrear las fuentes originales.
Del canto coral en sus principios se nos transmite:
Los cantos conmovían entonces a las personas con lágrimas y hacían ansiar los cantos angélicos.
Esto puede ser exacto, pero, al mismo tiempo, también puede estar idealizado.
Pues ya entonces una gran parte de la gente no entendía el latín.
¿Fueron tocados también por las lágrimas?
Y si fue así - ¿qué los conmovía?
No el texto, porque no lo entendían,
aunque éste para el canto coral es más importante que para toda la demás música vocal.

Por consiguiente si las personas antes se conmovían por el sonido como totalidad
¿cuáles eran las condiciones para ello?
Así se hace tanto más la pregunta, de cuáles podrían ser las condiciones para ello,
ya que el canto coral hoy, en un entorno vital totalmente diferente abre los corazones de los seres humanos para lo sagrado.
Esta cuestión no me parece de ningún modo que está respondida.
Pues sino no hendiría el canto coral a los cristianos católicos:
•    en ardientes defensores,
•    en la gran cantidad de indiferentes
•    y en estrictos adversarios.

25 años de Schola Coral –
esto no puede significar sólo cuidar y desenterrar la rica herencia del pasado.
¡Se trata más bien de herencia y tarea!
Aquí queda aún –me parece a mí- mucho que hacer para que fructifiquen en el futuro las tradiciones del canto coral y esto sin miedo ante el cambio.
La pregunta autocrítica tiene que sonar siempre de nuevo:
¿Cómo puede contribuir nuestro canto coral a la experiencia de la cercanía de Dios?
Y esto para personas en una sociedad secularizada.

“Herencia y tarea” – es por consiguiente un primer tema de vuestro aniversario.
El segundo se puede parafrasear igualmente con un par de ideas:
“Unidad y pluriformidad” en la Iglesia.

Como muchas cosas, así tuvo también la difusión del canto gregoriano un fondo político.
Los soberanos francos vieron en la multiplicidad de las liturgias y de los estilos de cantos litúrgicos un impedimento en el camino de la unidad de su reino cada vez mayor.
Con este reino finalmente querían tomar posesión de la sucesión del Imperio romano.

Una liturgia y un estilo de canto podía y debía formar un aglutinante para las regiones, pueblos y culturas que divergen.

La Iglesia romana hizo suyo este pensamiento probablemente ya entonces y después de nuevo hasta nuestra época:

•    una lengua uniforme – el latín,
•    una liturgia uniforme – la romana,
•    un estilo de canto uniforme en la liturgia – el coral –

y todo esto con la absolutamente legítima meta de la unidad político-religiosa.
Conforme a esto, Roma se había esforzado siempre también por conservar el control sobre el desarrollo del canto coral.

Sin embargo, por otra parte, la Iglesia de Jesucristo fue verdaderamente uniforme poco tiempo. Ya el círculo de los discípulos no se dejó ahormar.
Y el Nuevo Testamento es ya un espejo de
    * estructuras comunitarias múltiples,
    * liturgias múltiples,
* teologías múltiples de la temprana      cristiandad.

Esta tensión de variedad y unidad no conviene a la riqueza de la Iglesia.
Como comunidad muy reducida de personas la Iglesia había exigido siempre de nuevo resistir esta tensión.
Así llegó la Iglesia –en todo caso la Iglesia romana-
 por una parte, a enconadas polémicas y también a escisiones,
y por otra parte, a tentativas,
de meter en cintura con métodos autoritarios.
La coral jugaba enteramente un papel,
como también la tentativa en la época más temprana, de descalificar la música moderna espiritual e incluso prohibirla.

Tarea de la Iglesia del futuro continuará siendo vivir la fe en la multiplicidad cultural,
siempre bajo el modelo de la oración de Jesús por la unidad.
Si a la larga en esta diversidad cultural de la fe vivida, la coral gregoriana juega un papel no sólo de nicho de museo, dependerá no en último lugar de aquellos para los que el cuidado de la coral está en el corazón:
Si logran con su canto expresar una fe viva
y con ella al mismo tiempo dar impulsos para el despertar y el fortalecimiento de una fe viva en el mayor número de personas hoy.

Amén.