Homilía para el Domingo Vigésimo Séptimo
Ciclo litúrgico (B)
8 Octubre 2.006

Lectura: Gen 2, 18-24
Evangelio: Mc 10,2-16
Autor. P. Heribert Graab S.J.
Para el 30º aniversario de la existencia del
“Círculo de familias de St. Michael”
Ya los discípulos de Jesús tuvieron problemas con la palabra de Jesús:
“Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, también comete adulterio.”

Según el evangelio de Mateo, comentaban esta postura de Jesús con las palabras:
“Si tal es la condición del matrimonio, entonces no es bueno casarse.”

Casi se podría opinar que los discípulos de Jesús entonces habían articulado ya,
lo que hoy una gran parte de nuestra sociedad mantiene evidentemente y vive prácticamente.

Los discípulos de Jesús no hicieron ningún caso de la palabra adulterio,
porque la palabra de Jesús sobre el matrimonio es completamente positiva
y porque Él hace suya la gran alegría del relato de la Creación con sus maravillosas imágenes del amor y de la colaboración entre hombre y mujer e incluso se une al júbilo de esta historia de la Creación.

Hoy no celebramos sólo los treinta años de existencia de un círculo de familias.
Celebramos más bien, que los matrimonios no sólo treinta años sino cuarenta e incluso más permanecen fieles unos a otros,
y que en sus familias, los hijos han experimentado la casa paterna y la seguridad,
que, a pesar de todos los problemas que esto también lleva consigo, una parte del “Reino de Dios” ya se ha hecho realidad.

Si ustedes así lo quieren, se anticiparon y se anticipan a la comprensión de los discípulos sobre el matrimonio y la familia y tanto más a la comprensión frecuente en nuestra época.
Ellos han experimentado la realización del matrimonio y de la familia.
Y ciertamente de ello habla el relato de la Creación y de ello también habla Jesús mismo en el núcleo del texto del Evangelio.

En una peregrinación parroquial a Alsacia,
hemos contemplado en estos días en la Iglesia de los Dominicanos de Colmar una maravillosa pintura de Martin Schongauer, que pone en imagen esta mirada positiva del amor entre los seres humanos y lo interpreta como efluvio del amor de Dios.

Yo desearía invitarles también a contemplar ahora conmigo esta imagen del altar:

 

Un detalle de este cuadro muestra dos rosas y una parejita de pardillos (a la izquierda debajo del ángel).
Hasta el día de hoy, la rosa es un símbolo del amor –
y sobre todo del amor erótico entre hombre y mujer.
Probablemente la mayor parte de ustedes han regalado una rosa así a la amiga o al amigo y esperamos que también al cónyuge;
la rosa roja es sobre todo expresión del amor y de su intenso ardor;
la rosa blanca no es menos expresión de amor, pero sobre todo de la pureza de este amor y de su fidelidad.

Pero contemplemos ahora el cuadro en su totalidad:
Su título – “María en el bosque de rosas”.
En un espaldar trepa una enorme abundancia de rosas sobre todo rojas.
Y en total contraste con las representaciones habituales de la Madre de Dios, ella lleva aquí una túnica completamente roja.
Está, por así decirlo, perfectamente envuelta en el amor de Dios.
Para la Biblia y también para los pintores esto no es ningún contrario:
El amor erótico entre dos personas y el amor universal de Dios.
Por el contrario:
El amor de las personas entre sí vive por el origen de todo amor, por la abundancia del amor de Dios.
La Iglesia sabe esto también hoy:
Por ello, celebra el matrimonio como un sacramento –
como un signo poderoso del amor de Dios.

El fruto de este amor es el Niño en los brazos de la Madre de Dios.
Ciertamente este Niño es un Niño especial.
En este Niño, Dios se hace ser humano.
Pero este Niño aboga por todos los niños de todas las épocas.
Todos ellos tienen el derecho a ser hijos del amor y esto no sólo en el primer momento de su procreación.

Por ello está en la pintura de la Edad Media y precisamente también en Martin Schongauer
otro símbolo –
el símbolo de las fresas silvestres rojas y dulces.
Aparecen bajo la túnica roja de María.
¡Muchas al mismo tiempo!
No se trata sólo del Niño Jesús.
Se trata de todos los niños, se trata incluso de todos nosotros que somos hijos del amor de Dios.

La mística medieval, de la cual nació la obra maestra de Martin Schongauer,
da un paso más en la comprensión de este símbolo de las fresas.
Quiere decir:
En todo niño humano y en todos nosotros debe tomar forma el Niño Jesús.
Como cristianos todos somos bautizados en Jesucristo.
Él mismo debe crecer en nosotros y madurar.

Como padres, las parejas del círculo de familias y muchos otros padres cristianos se han tomado gran esfuerzo en proporcionar a sus hijos este misterio de la vida cristiana.
Con el éxito que lo hayan hecho no lo podemos juzgar todos nosotros y tampoco ellos mismos.
Nos debemos entregar con gran abandono en Dios,
bajo cuya amorosa mano bendiciente estamos todos y sobre todo los niños.

Martin Schongauer hace descender a dos ángeles del cielo, que sostienen una corona sobre la Madre de Dios – una valiosa corona ornamentada con piedras preciosas.
Pienso que una corona así la podían llevar todos los padres que transmiten a sus hijos, la fe, la esperanza y sobre todo el amor.

Esta corona debe ser también un signo de nuestra felicitación con ocasión del trigésimo aniversario de la existencia de nuestro círculo de familias más antiguo y al mismo tiempo de ánimo para todas las otras familias del círculo de St. Michael y para nuestros padres y familias en general y no en último lugar para todos aquellos que educan solos (sin el otro cónyuge) en la parroquia.

Amén