Homilía para el Domingo Vigésimo Noveno del ciclo litúrgico (B)
22 Octubre 2006

Evangelio: Mc 10,17-30 (Evangelio del domingo 28º).
Ocasión: Bautismo de adultos, admisión en la Iglesia y Confirmación.
Si yo hubiera elegido por mí mismo este Evangelio para la celebración del Bautismo y admisión en la Iglesia de estos jóvenes,
no hubiera sido tan oportuno.
En todo caso es el Evangelio de este domingo.
Y espero que no será para ambos impulso para revisar otra vez su decisión.

Seguramente hay una considerable diferencia entre estas dos personas y el joven del Evangelio:
En el Evangelio se dice que aquel hombre poseía una gran fortuna.
Pero esto verdaderamente no se puede decir de estas dos personas, que hoy quieren ser admitidas en el seguimiento de Jesús y en Su Iglesia.

Y, sin embargo: Entonces incluso los discípulos de Jesús se precipitaron sobre la exigencia de Jesús, aunque también ellos eran algo muy diferente a ricos.
Pero ¿no soñamos todos nosotros ocasionalmente alguna vez al menos, ser tan acomodados que nos podamos construir una vida libre de preocupaciones?
¿Envidia Jesús una vida así para nosotros?

¡Yo no lo creo!
Jesús nos dice más bien, según la tradición de Mateo:
No necesitáis tener ninguna preocupación.
No tenéis que preguntaros:
¿Qué debemos comer, qué debemos beber, que debemos vestir?
Los “paganos” se preocupan de todo esto.
Pero vosotros debéis saber:
Vuestro Padre celestial sabe todo lo que vosotros necesitáis.
Pero tenéis que tratar en primer lugar del Reino de Dios y de su justicia;
Después se os dará todo lo demás por añadidura.

Por consiguiente, para Jesús están en primer término las prioridades, que determinan nuestra vida:
Nadie puede servir a dos señores.
Tampoco vosotros podéis servir a Dios y al dinero.
De quien se decida por el dinero dice Jesús, que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que pare un rico entrar en el Reino de Dios.

Esta afirmación se justifica fácilmente por la experiencia:
El dinero aspira siempre a más.
Quien le sirve ha elegido el tener y el tener cada vez más como principio vital.
Y desde algún momento los remedios tampoco juegan ningún papel.
Finalmente se dice no por casualidad:
El dinero no huele mal.

El querer tener pierde demasiado a menudo las fronteras entre lo legítimo y lo ilegítimo y, en todo caso, se hace a costa de los pobres, por los que Jesús toma partido claramente en el sentido de Su mensaje del Reino de Dios.

Consulten lo que por ejemplo día tras día pueden encontrar en el periódico sobre corrupción.
En los tiempos, en que Alemania todavía era cristiana, corrupción era un sinónimo para comprender una “república bananera”.
Hoy nosotros mismos vivimos en una “república bananera”.
Pero cómo puede funcionar – abandonar absolutamente todo por el Reino de Dios y, sin embargo, vivir libre de preocupaciones.
Esta cuestión también intriga a Pedro,
cuando le indica a Jesús si ellos finalmente tendrían que abandonar todo.
Detrás está la pregunta no expresada:
¿Y ahora? ¿Qué tenemos?

La respuesta de Jesús se podría resumir en una palabra.
Esta palabra es “solidaridad”.
O expresado de otra forma: hermandad –
de una verdadera comunidad cristiana,
en la que cada uno responde de los demás.

En una comunidad así recibiríais incluso el ciento por uno de lo que hubierais abandonado:
Evidentemente todo lo que necesitáis para la vida,
pero sobre todo esencialmente valores más significativos, que acaso con demasiada frecuencia son destruidos por el dinero:
Ataduras seguras en familia y amistad,
alegría del corazón en una vida llena de sentido,
luz también en las obscuridades de la vida y consuelo en los horas llenas de sufrimiento.

De una comunidad así, como Jesús la piensa, estamos ciertamente aún muy lejos.
Pero si aquí, entre nosotros, en St. Michael no hubiera como mínimo comienzos, seguramente yo no hubiera aguantado aquí veinte años como párroco.
Y el conocimiento de que “nosotros aún no estamos tan lejos”, podría ser para todos nosotros también un estímulo para preguntarnos lo que verdaderamente hace una verdadera comunidad de Jesucristo y ponernos siempre de nuevo en el camino.

Que aquí hoy haya dos jóvenes quieran hallar aceptación entre nosotros en St. Michael y en la Iglesia católica universal puede ser para nosotros otro estímulo y ánimo.

A vosotros dos os deseo de todo corazón que halléis en la comunidad y en la Iglesia una patria,
en la que podáis estar verdaderamente en casa,
y que también vosotros contribuyáis por vuestra parte a llenar con vida en el espíritu del Evangelio esta comunidad y también con ella la Iglesia en un pequeño punto.

Amén.