Homilía para el Domingo Trigésimo del ciclo litúrgico (B)
29 Octubre 2006 

Evangelio: Mc 10,46b – 52
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La homilía precede a la canción cantada todos juntos de Wilhelm Wills para el Evangelio de hoy:
“El hombre ciego de Jericó”,
cuyo texto se reproduce aquí:
1. El ciego de Jericó, ahora puede ver de nuevo.
El paralítico de Jerusalem, ahora puede andar de nuevo, andar de nuevo.

2. En Colonia y también en Göttingen hay gentes ciegas y paralíticas
falta que uno de ellos vea como entonces le sucedió a uno...

3. Él los vio con una mirada y los tomó de la mano
habló de una forma nueva como nadie habla en el país...

4. Por eso así andan muchos ciegos y paralíticos y sordos y mudos
y algunos corren de un lado para otro muertos y ya no resucitan…

5. Falta uno que los despierte, que escuche, hable y observe
uno que se olvide de sí mismo, que cure y fortalezca a los demás...

6. Cuando llegue éste otra vez, quizás también dos y tres
a África, a América, entre nosotros, a Turquía...

7. Quizás cuando llegue este otra vez haya una gran marea
hacia todas partes y siempre, alguien así nos haría bien...   
Wilhelm Willms.
En verdad – alguien así nos haría bien:
Uno, que nos curase de la ceguera de nuestros intereses;
que nos enseñase a ver con los ojos del corazón,
que nos enseñase a ver con los ojos del amor,
en una palabra
que nos enseñase a ver con los ojos de Jesús. 

Podría comenzar como oftalmólogo en las iglesias cristianas:
Abrir sus ojos para la verdad del amor,
para que el diálogo ecuménico
no esté determinado en lo sucesivo
por los intereses confesionales -ciertamente  desarrollados históricamente – para evitar la desagradable expresión de intereses de poder.

Podría continuar por los países de Europa y también allí abrir la estrechez de miras por los intereses económicos y nacionales a las tradiciones culturales comunes de los seres humanos, de los pueblos y de los linajes de variedad multicolor.
Podría abrir los ojos de los políticos a los intereses culturales y sociales de los seres humanos y a la nostalgia de ellos por la paz, que en 1.945 puso en marcha el proceso de unificación de Europa.

Tendría mucho que hacer con el inmenso número de consorcios de intereses y Lobby – círculos, no sólo en la actual política sanitaria de Alemania.

No pocas tareas le esperarían con los medios a escala mundial,
que demasiado a menudo están ciegos para lo bueno que también sucede en este mundo
y que así tuviese valor para algún titular.

¡Pero sobre todo tendría que comenzar por nosotros mismos!
Pues cuan a menudo estamos ciegos para las personas que están a nuestro lado-
a veces incluso para las personas de nuestro entorno más próximo:
para el cónyuge, para los propios hijos
o para los padres;
sin silenciar a las hermanas y hermanos de nuestra comunidad.
Hubiera hecho bien en acompañarnos unido a nuestra peregrinación parroquial de este año,
cuya meta fue entre otras el Odilienberg en Alsacia.
Allí se venera a Santa Odilia,
la santa regional de Alsacia.
La leyenda cuenta de ella
que había nacido ciega.
Como adulta se quiso bautizar,
y por el bautismo pudo ver.

Esta leyenda es expresada profunda y misteriosamente.
Y precisamente por ello es rabiosamente actual
y nos interesa a cada uno de nosotros.
Cuando entramos en la Iglesia
- con frecuencia incluso cada vez que salimos de casa
nos santiguamos con agua bendita = agua del Bautismo y recordamos siempre nuestro propio Bautismo.
Pero ¿cuándo recordamos al mismo tiempo que nuestro Bautismo nos debió hacer ver?
Y ¿oramos que este Bautismo permanece eficaz a través de toda nuestra vida,
para abrir nuestros ojos y curarnos de la ceguera del egoísmo?

En el Odilienberg hemos tomado el dificultoso camino hacia la fuente de Odilia
y hemos lavado nuestros ojos en el agua clara de esta fuente.
Esto significa que quien lo haga gana una nueva fuerza en la visión.
Esta tradición no tiene nada que ver con las curaciones milagrosas en primer plano;
aunque cada vez es un verdadero milagro,
cuando alguien por el Bautismo adquiere visión.
Y evidentemente también el agua de la fuente del Odilienberg representa de forma simbólica el agua vital y dadora de vida del Bautismo.

Nosotros en la señal de la Cruz nos humedecemos con agua bendita la frente y nuestro corazón.
¡Quizás debiéramos también humedecer nuestros ojos!
Ciertamente se trata en último caso de los ojos de nuestro corazón y de una conversión de nuestro pensamiento si queremos convertirnos en personas que ven según la intención de Jesús.

Condición previa para ello es que este deseo sea verdaderamente vital en nosotros –
tan intenso como el deseo de ver era vital en Bartimeo.
Y que para nosotros no haya nada más importante que precisamente esto.
De modo que nosotros -como Bartimeo-
no tomemos ya en consideración lo que los otros piensen o digan y que sólo tengamos la intención de dejarnos curar por Jesús.

Amén.





 


Evangelio: Mc 10,46b – 52
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La homilía precede a la canción cantada todos juntos de Wilhelm Wills para el Evangelio de hoy:
“El hombre ciego de Jericó”,
cuyo texto se reproduce aquí:

1. El ciego de Jericó, ahora puede ver de nuevo.
El paralítico de Jerusalem, ahora puede andar de nuevo, andar de nuevo.

2. En Colonia y también en Göttingen hay gentes ciegas y paralíticas
falta que uno de ellos vea como entonces le sucedió a uno...

3. Él los vio con una mirada y los tomó de la mano
habló de una forma nueva como nadie habla en el país...

4. Por eso así andan muchos ciegos y paralíticos y sordos y mudos
y algunos corren de un lado para otro muertos y ya no resucitan…

5. Falta uno que los despierte, que escuche, hable y observe
uno que se olvide de sí mismo, que cure y fortalezca a los demás...

6. Cuando llegue éste otra vez, quizás también dos y tres
a África, a América, entre nosotros, a Turquía...

7. Quizás cuando llegue este otra vez haya una gran marea
hacia todas partes y siempre, alguien así nos haría bien...   
Wilhelm Willms.
En verdad – alguien así nos haría bien:
Uno, que nos curase de la ceguera de nuestros intereses;
que nos enseñase a ver con los ojos del corazón,
que nos enseñase a ver con los ojos del amor,
en una palabra
que nos enseñase a ver con los ojos de Jesús. 

Podría comenzar como oftalmólogo en las iglesias cristianas:
Abrir sus ojos para la verdad del amor,
para que el diálogo ecuménico
no esté determinado en lo sucesivo
por los intereses confesionales -ciertamente  desarrollados históricamente – para evitar la desagradable expresión de intereses de poder.

Podría continuar por los países de Europa y también allí abrir la estrechez de miras por los intereses económicos y nacionales a las tradiciones culturales comunes de los seres humanos, de los pueblos y de los linajes de variedad multicolor.
Podría abrir los ojos de los políticos a los intereses culturales y sociales de los seres humanos y a la nostalgia de ellos por la paz, que en 1.945 puso en marcha el proceso de unificación de Europa.

Tendría mucho que hacer con el inmenso número de consorcios de intereses y Lobby – círculos, no sólo en la actual política sanitaria de Alemania.

No pocas tareas le esperarían con los medios a escala mundial,
que demasiado a menudo están ciegos para lo bueno que también sucede en este mundo
y que así tuviese valor para algún titular.

¡Pero sobre todo tendría que comenzar por nosotros mismos!
Pues cuan a menudo estamos ciegos para las personas que están a nuestro lado-
a veces incluso para las personas de nuestro entorno más próximo:
para el cónyuge, para los propios hijos
o para los padres;
sin silenciar a las hermanas y hermanos de nuestra comunidad.
Hubiera hecho bien en acompañarnos unido a nuestra peregrinación parroquial de este año,
cuya meta fue entre otras el Odilienberg en Alsacia.
Allí se venera a Santa Odilia,
la santa regional de Alsacia.
La leyenda cuenta de ella
que había nacido ciega.
Como adulta se quiso bautizar,
y por el bautismo pudo ver.

Esta leyenda es expresada profunda y misteriosamente.
Y precisamente por ello es rabiosamente actual
y nos interesa a cada uno de nosotros.
Cuando entramos en la Iglesia
- con frecuencia incluso cada vez que salimos de casa
nos santiguamos con agua bendita = agua del Bautismo y recordamos siempre nuestro propio Bautismo.
Pero ¿cuándo recordamos al mismo tiempo que nuestro Bautismo nos debió hacer ver?
Y ¿oramos que este Bautismo permanece eficaz a través de toda nuestra vida,
para abrir nuestros ojos y curarnos de la ceguera del egoísmo?

En el Odilienberg hemos tomado el dificultoso camino hacia la fuente de Odilia
y hemos lavado nuestros ojos en el agua clara de esta fuente.
Esto significa que quien lo haga gana una nueva fuerza en la visión.
Esta tradición no tiene nada que ver con las curaciones milagrosas en primer plano;
aunque cada vez es un verdadero milagro,
cuando alguien por el Bautismo adquiere visión.
Y evidentemente también el agua de la fuente del Odilienberg representa de forma simbólica el agua vital y dadora de vida del Bautismo.

Nosotros en la señal de la Cruz nos humedecemos con agua bendita la frente y nuestro corazón.
¡Quizás debiéramos también humedecer nuestros ojos!
Ciertamente se trata en último caso de los ojos de nuestro corazón y de una conversión de nuestro pensamiento si queremos convertirnos en personas que ven según la intención de Jesús.

Condición previa para ello es que este deseo sea verdaderamente vital en nosotros –
tan intenso como el deseo de ver era vital en Bartimeo.
Y que para nosotros no haya nada más importante que precisamente esto.
De modo que nosotros -como Bartimeo-
no tomemos ya en consideración lo que los otros piensen o digan y que sólo tengamos la intención de dejarnos curar por Jesús.

Amén.