Carta Pastoral del Obispo Norbert Trelle
en la Fiesta de la Exaltación de la Cruz de 2.006

“Iglesia en el horizonte de la Cruz”
Queridas hermanas y hermanos:
Hace algo más de medio año he empezado mi servicio como Obispo de Hildesheim. Cuando hoy me dirijo con mi primera Carta Pastoral a Vds. quisiera agradecerles de corazón en primer lugar todo la benevolencia que me han manifestado en estos primeros meses. La amabilidad y sinceridad, que he podido percibir en mis visitas pastorales y en los muchos encuentros y coloquios con Vds., su cordialidad y confianza son para mí una ayuda incalculable en mi servicio.
    En  mi primera Carta Pastoral quisiera ante todo tratar de los planes pastorales de nuestro Obispado y para ello tratar de mis ideas. Quisiera hacer esto con el fondo de la Fiesta de la “Exaltación de la Cruz”, que hemos celebrado hace pocos días.

La Cruz: Signo de Cambio
La Cruz señala el cambio totalmente decisivo que podemos celebrar en el misterio de Cristo, el cambio de la muerte a la vida. Sencillamente el horrible final se convierte en el comienzo de la salvación. La Cruz para todos nosotros hasta hoy está levantada para recordarnos que Dios está con los brazos extendidos delante de los precipicios que amenazan nuestra vida y nos preserva de la caída.
La Cruz clarifica como ningún otro símbolo la unión del cielo y la tierra: Une verticalmente a Dios y a los seres humanos y horizontalmente a los seres humanos entre sí. Que Dios busca la cercanía de nosotros en Jesucristo y nos une entre nosotros es la experiencia, que hacemos en la fe. Podemos anunciar este mensaje al mundo. Nuestra época necesita este mensaje.
Nuestra época está marcada por muchos signos de paso, de transformación brusca y de ruptura. Ellos impregnan nuestro presente y la vida en nuestras parroquias. Por no pocos son sentidos como extremadamente radicales y como alarmantes. Pero, al mismo tiempo, tienen también en sí algo de fascinantes. Ellos actúan muy prometedoramente y traen el recuerdo del lema del Sínodo Diocesano de Hildesheim de 1989/1990: “Nueva forma de ser Iglesia”. La Iglesia de Hildesheim pertenece gracias a las previsoras decisiones de mi predecesor, Obispo Dr. Josef Homeyer, a aquellos obispados del ámbito germanoparlante, en los que se han presentado a tiempo retos eclesiales y sociales y se ha dirigido la mirada hacia delante. Extensos cambios fueron transformados en el fundamento de una pastoral de concepción conjunta ya en la más amplia densidad temporal y otros se hallan en desarrollo. Además había que considerar especialmente la situación de diáspora de nuestro Obispado.
En numerosos diálogos in situ estuvo en el punto central la cuestión:
¿Cómo puede la Iglesia y en ella las respectivas parroquias concretas locales y la organización eclesial ante los signos de los tiempos anunciar adecuadamente el mensaje de Jesucristo y hacerlo experimentable para las personas?
Hoy sobre todo ¿qué tareas tenemos que poner ante la mirada?
¿Qué le faltaría a los seres humanos si no estuviéramos nosotros?
¿De qué forma podemos como Iglesia aquí y ahora acercar el cielo a los seres humanos?
¿Qué enriquecimiento representan para nosotros los que buscan?
    Me alegro de que se sostengan tales diálogos en muchos lugares de nuestro Obispado de aquí en adelante. Yo contemplaba el camino seguido como algo a continuar en el futuro. Junto con Vds. quisiera continuarlo de forma consecuente.

La Cruz: Signo de la misión
Aún cuando desgraciadamente es sentido así por muchos, no se trata en  primer lugar de meros cambios de estructuras a causa de inevitables presiones por las nuevas condiciones actuales. La Iglesia ha sido fundada por su Señor Jesucristo no por su propia voluntad. Recuerdo la declaración del Concilio Vaticano II en el primer capítulo de la Constitución “Lumen gentium”:
“La Iglesia es en Cristo como un Sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano.” (LG 1,1)
Una Iglesia, que cuida con miedo de sí misma y de la seguridad de su status quo, una Iglesia, que sólo se mira el ombligo y además pierde de vista a los seres humanos, no comprende la grandeza de Dios y Su promesa en Jesucristo, que nos atestigua:
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.” (Jn 3,16 ss)
Sobre esta promesa podemos y debemos reflexionar siempre de nuevo. La Iglesia no tiene que gastar toda energía y fuerza en ponerse a sí misma de relieve permanentemente para hacer respetar la exigencia de Jesucristo. Ella es únicamente instrumento, que el Señor toma en la mano para realizar Su obra de misericordia y de amor hasta el fin de los días. El amor de entrega total de Cristo, Su misión, que Le llevó a la Cruz, es la fuerza que empuja y que salva en medio de la Iglesia.
Este conocimiento nos preserva de la presión absurda y de la exigencia excesiva. Nos posibilita dirigir la mirada con gran estima a las personas e indicarles con hechos y palabras la grandeza y la voluntad de reconciliación de Dios. Esta afirmación existencial de Dios en ningún signo aparece más claramente que en la Cruz.
La monja Egeria escribe hacia finales del siglo IV en su informe a los diáconos sobre la liturgia de la Semana Santa en Jerusalem que tenían que custodiar la Cruz de Jesús durante la adoración muy rigurosamente porque los peregrinos siempre mordían trozos de madera, mientras la adoraban. La nostalgia de los seres humanos de un trozo de salvación, que llevan consigo a casa, era tan grande que se manifestaba en tales formas de actuar totalmente incomprensibles para nosotros.
La conducta piadosa del siglo V ya pasó hace mucho tiempo, pero la nostalgia de los seres humanos ha permanecido. La nostalgia de vida y la búsqueda de sentido aumentan más que disminuyen. Cuando nosotros como Iglesia nos aventuramos en esta búsqueda, no se trata de participar en las tendencias de la moda y de satisfacer todos los gustos. Se trata más bien de señalar el “más”, la plenitud, que nos regala Cristo en el signo de la Cruz. Este Señor exaltado en la Cruz habla de una fuerza que atrae, por medio de la cual Él quiere llegar a todos: “Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí.” (Jn 12,32)
Esto significa: El espacio se ensancha. Los seres humanos que buscan hay que hallarlos no sólo en el espacio interior de la Iglesia. Con ello, el espacio de la Iglesia se hace más grande en lugar de más pequeño. Ser Iglesia misionera tiene desde la Cruz de Jesús para nuestro tiempo cada vez más el significado de extenderse y ensancharse para alcanzar a todos los seres humanos. Cuando estamos obligados actualmente a fusionar comunidades parroquiales en nuestro Obispado, que a menudo originan nuevas parroquias muy dilatadas no debiéramos perder de vista este aspecto.
Por ello es especialmente importante para mí que los lugares en los que estemos presentes como Iglesia, lleguen a ser y permanezcan como lugares de experiencia de Dios. Aquí estará y debe estar lo ya conocido al lado de lo que se desarrolla nuevamente. Yo estoy agradecido a que en vista de las reflexiones sobre la atención a las almas en los espacios pastorales más amplios de nuestras parroquias y decanatos haya muchas formas de salida que son muy prometedoras.
Además se necesita – lo cual ha sido dicho ya reiteradamente- un estar juntos más vigoroso. Las tareas que se presentan a la Iglesia de Hildesheim, sólo juntos las podremos superar. Se necesitará aún más fuerte que antes el trabajo conjunto y la recíproca confianza de sacerdotes, diáconos, profesionales y honoríficos. Las reticulaciones y el remitir a otros pueden y deben también conducir a descongestiones. Desearía animarles a establecer prioridades en los decanatos y en las parroquias y además también a tener ánimo para dejar lo tradicional, lo que ya no es totalmente vital.
    No tiene sentido pretender en todo el Obispado las mismas prioridades y lo que en el futuro ya no debe hacerse. Hay que considerar las circunstancias sociales y los respectivos datos locales y pastorales. Yo confío en que todos en la acción pastoral, los profesionales de carrera y los honoríficos, encontrarán caminos conjuntos para establecer pastoralmente los puntos esenciales, que se trata de reforzar in situ.
En estas reflexiones pido que consideren tres ruegos esenciales:
1.    La mirada a la Cruz de Jesús es siempre una mirada a la pobreza e indigencia. ¡Por consiguiente, no olvidéis a los pobres!
2.    La mirada a la Cruz protege de la autocomplacencia. ¡No olvidéis el misterio que excede nuestro horizonte limitado y que abre el cielo!
3.    La mirada a la Cruz se convierte en mirada a los que buscan. ¡Dejaos contagiar y enriquecer por su nostalgia y abridles lugares de experiencia de Dios!

La Cruz: Signo de Esperanza
Quisiera volver otra vez a la Fiesta de la Exaltación de la Cruz. No cuesta mucho reconocer las sombras de la Cruz en la faz de nuestra Iglesia actual.
    Es realmente una Cruz no poder facilitar apenas la fe de las generaciones siguientes.
    Es una Cruz tener que experimentar que las perspectivas de actuación están más y más dominadas por las cuestiones de la financiación.
Es una Cruz tener que presenciar que se hace cada vez más pequeño el número de los activos en nuestras parroquias y de los que concelebran la Eucaristía dominical.
Pero vivir en el horizonte de la Cruz significa no dejarse paralizar por estas “cruces”. La Cruz da fuerza para oponerse a pretendidas legalidades e iniciar en sobrio abandono los pasos posibles ahora para nosotros.
Además Iglesia en el horizonte de la Cruz significa: En la experiencia de la impotencia está la promesa. Aún cuando lo que está ante nosotros es desconocido e incierto, podemos situarnos en la firme confianza del regalo del Espíritu de Dios de este futuro. A ello quisiera animarles de corazón.

Hildesheim, Fiesta de la Exaltación de la Cruz, 14 Septiembre 2006

✢ Norbert Trelle
Obispo de Hildesheim