Homilía para el Corpus Christi
15 Junio 2006
Lectura: Gen. 18,1-4
Autor. P. Heribert Graab S.J.
Desde hace años en el espacio del altar de
St. Michael hay un pequeño icono iluminado,
el famoso icono de la Trinidad de Rubeljew.
Representa el banquete en casa de Abraham,
cuyo relato hemos escuchado en la Lectura.
Los tres invitados del Patriarca están pintados como ángeles -
uno se asemeja al otro hasta en el más mínimo detalle.
Pero el ángel es en la Biblia, al mismo tiempo, mensajero de Dios e imagen del Dios mismo viviente.
Así también quedó pronto claro para Abraham
quien era este misterioso invitado y quien hace realidad ahora finalmente su antigua promesa de descendencia.

La Carta a los Hebreos del Nuevo Testamento alude a la escena del banquete en casa de Abraham:
“No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles.” (13,2)

Hoy, en el Corpus Christi, celebramos ahora aquel banquete, al que Jesucristo, el Hijo de Dios Encarnado, nos invita domingo tras domingo e incluso día tras día.
En el banquete de Abraham se anticipa la comida que celebramos hoy bajo cierta consideración, pero, al mismo tiempo, también superada:

Dios mismo está entre nosotros como invitado -
así como entonces lo fue en casa de Abraham;
y, al mismo tiempo, Él es el Anfitrión,
que nos invita a todos.
Cuando el equipo nacional mejicano es invitado en Göttingen, toda la ciudad anda de cabeza.
cuando el Papa Benedicto visita el día de la juventud en Colonia
o cuando viaje dentro de poco a Baviera,
entonces centenares de miles de personas,
incluso millones, se ponen en camino.
¿¿¿Y quiénes son estos mejicanos,
y quien es este Benedicto
en comparación con El que se hospeda siempre de nuevo en esta insignificante Iglesia
y que hoy por la noche es nuestro invitado aquí al aire libre???
Y ¿dónde están los centenares de miles de personas?

La Carta a los Hebreos nos exhorta:
“No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles.”                       
La Carta a los Hebreos no habla en absoluto de aquella hospitalidad que Dios mismo nos regala;
la Carta a los Hebreos se refiere a aquella hospitalidad, que nosotros nos debemos mutuamente, según el lema:
¡Si ya Dios lo hace, cuanto más nosotros!
Y: “Lo que hicisteis al más pequeño de mis hermanos y hermanas, a Mí me lo hicisteis.”
(Mt 25,40)

Por consiguiente, cuando también nosotros celebramos hoy la fiesta de la hospitalidad de Dios, entonces es más que oportuno, mirar un poco con lupa nuestra propia hospitalidad.
Aquí parece ser más eficaz que el Evangelio de Jesucristo y la Sagrada Escritura este campeonato mundial de fútbol:
En el partido de apertura y ayer de nuevo
descubrían innumerables vecinos a la vez muy espontáneamente el principio de hospitalidad:
Un televisor en el jardín o colocado en el patio,
un grill al lado, las bebidas necesarias
y ya podía empezar todo.
Esto en una sociedad individualista
no es muy normal.
Típico, sacándole un poco de punta,
el concepto arquitectónico del bloque de viviendas es más bien para nuestra coexistencia, lo que yo he visto hace algunos años:
Todo son casas individuales – adosadas unas con otras, que casi se corresponden con las celdas aisladas de los monjes cartujos.
Hacia fuera sólo la ventana de la escalera
y la ventana del cuarto de baño;
hacia dentro en cada casa un pequeño jardín,
separado del del vecino por un muro,
de tal manera que a nadie le sea posible una mirada
al espacio del vecino, ni mucho menos una comunicación o subirse a la valla.

Éste es nuestro mundo.
En él la hospitalidad está rigurosamente reglamentada:
¡Sin avisar, no ir nunca!
Un acuerdo telefónico o una invitación personal
son las condiciones previas mínimas de algo,
que no merece ni por lo más remoto el nombre bíblico de hospitalidad.

Recordemos las palabras de Jesús:
“Cuando des una comida o una cena,
no llames a tus amigos, ni a tus hermanos,
ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos;
no sea que ellos te inviten a su vez,
y tengas ya tu recompensa.
Cuando des un banquete llama a los pobres,
a los lisiados, a los cojos, a los ciegos;
y serás dichoso porque no te pueden corresponder,
pues se te recompensará en la resurrección de los justos.” (Lc 14,12 ss)

De una hospitalidad así estamos a años luz –
ya en el ámbito privado
y tanto más en el ámbito público.
El lema del campeonato mundial de fútbol reza así:
“El mundo como convidado en casa de los amigos”
Sin embargo, cuando por motivos esencialmente más existenciales,
quieren venir con nosotros extranjeros
y esperan nuestra hospitalidad,
se dan de bruces con los duros muros
del amurallado pensamiento europeo,
con un muro reservado,
en el que ya murieron en los últimos años personas
- de forma semejante a como sucedía en el muro de Berlín-.
Muchos de los que allanaron estas fortalezas,
después aterrizaron en la llamada
prisión preventiva.
Muchos permanecen allí – como criminales-
detenidos hasta año y medio.
Entre ellos jóvenes, embarazadas,
padres de niños pequeños,
enfermos físicos y psíquicos.
Las condiciones, bajo las que están alojados,
corresponden realmente a las de una prisión.
En los espacios carcelarios, a menudo hay una reja un metro delante de la ventana.
De este modo no pueden acercarse a la ventana enrejada, asomarse, abrirla o cerrarla.

Esto es más que la negación de la hospitalidad.
¡Esto es una radical inversión de la hospitalidad pedida por Jesús,
con un trato inhumano al ser humano en necesidad!

¡También sobre esto deberíamos reflexionar hoy
en la fiesta de la hospitalidad,
en lugar de blindar nuestra conciencia a esta realidad!
También podríamos hoy dejar de blindar todos los muros invisibles de nuestra sociedad:
El muro del racismo, de la explotación, del desprecio, del seguro de posesión y de influencia...

Sólo si nosotros mismos cambiamos de opinión y nos convertimos,
sólo si nosotros insistimos en nuestra sociedad
en un cambio de opinión y en una conversión
podemos aceptar de nuevo la inmerecida y regalada hospitalidad de Dios para con nosotros
sin que se nos caiga la cara de vergüenza.

Amén.