Predigt Homilía para la celebración fúnebre por Lukas Wilhelm
11 febrero 2.006
Evangelio: Mc 5,21-24.35-42
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Por qué esta muchacha?
¿Por qué no Lukas?
Entonces como hoy, las personas están
desconcertadas ante la muerte de una persona tan joven.
Entonces, como hoy, es inconcebible sobre todo para los padres,
que la muerte les arrebate a uno de sus hijos.

¡Lukas tenía la vida por delante!
Él amaba esta vida.
Salía siempre de nuevo a los viajes de exploración lleno de alegría.
Esperaba mucho de esta vida.
Su alegría y su optimismo también contagiaban a otros.
Quería a las personas e iba hacia ellas.
Por eso tenía muchos amigos –a todos nosotros y
a muchos más.

La muerte desbarató todo esto.
Su muerte también nos pone a nosotros y a nuestra vida ante preguntas existenciales.
Nos rebelamos internamente contra esta muerte.
Clamamos a Dios a consecuencia de esta muerte.
Quisiéramos romper la fe en Él.

A quien de nosotros aún pueda orar,
se le ocurren fácilmente las palabras del Salmo,
al que también recurrió Jesús,
cuando Su vida se extinguía brutalmente en la Cruz:
“¿Dios mío, Dios mío
por qué me has abandonado.
Estás lejos de mis gritos, de las palabras de mi lamento?
Dios mío, Te llamo durante el día, pero Tú no me das ninguna respuesta;
Te llamo durante la noche y no encuentro ningún descanso.”

Dolorosamente una única pregunta taladra nuestro corazón:
¿¿¿Por qué???
en nuestro corazón:
¿¿¿Por qué???
¿Por qué precisamente él?
¿Por qué tan pronto?

¡Yo no tengo ninguna respuesta para esta pregunta punzante?
Yo sé que esta pregunta es autodestructiva.
Yo sé que todo nuestro pensar y sentir gira en sí mismo como un remolino.
Quien se abandona a esta resaca,
le arroja totalmente hacia abajo en el agua de la depresión y finalmente de la muerte.

Sin embargo, en mí todo se defiende contra esto.
Pero ¿cómo puedo escapar de esta resaca mortal?
No conozco ningún otro camino más que éste:
Adentrarme nuevamente en mi fe como cristiano;
sumergirme en esta fe;
también preguntarle a Él;
descubrirle eventualmente de nuevo;
e incluso orar en la obscuridad de la fe.

Experimento siempre de nuevo:
Este mundo y nuestra vida no es ni con mucho “Reino de Dios”,
no es ni con mucho el ámbito de dominio de aquel Dios del que habla la Biblia,
no es el ámbito de Su amor y de Su bondad,
ni el ámbito de Su justicia.
Continuamente se sobreponen sufrimiento y muerte,
injusticia y odio.
Innumerables niños y jóvenes mueren día tras día.
Y no sólo la maldad extingue su vida.
También las fuerzas de la naturaleza golpean a ciegas.
Este mundo no es aquello que el Creador de la Biblia tenía en intención.

Por esto, nuestro primer pensamiento es
- cuando nos resignamos y no caemos en depresión:
¡Finalmente Dios tiene que intervenir!
Él tiene que sanar totalmente Su Creación,
que va a la deriva.
¡Su omnipotencia tiene que contrarrestar sobre todo la muerte!

Cuando me adentro en el mensaje de la Biblia, descubro:
Dios interviene –
Pero Él va por un camino muy diferente
cuando Le esperamos:
¡Él mismo se hacer ser humano!
Él no quiere sanar esta Creación desde fuera y no sin nosotros.
Él se aventura en nuestra impotencia,
se sitúa Él mismo bajo el dominio de la muerte
y acepta la lucha contra ella -¡como ser humano!

Contra la demencia de las fuerzas mortíferas
Él pone la aparente impotencia del amor.
Cura a enfermos – no a todos.
Incluso por la fuerza de Su amor despierta a muertos – no a todos.
Pero Él pide a las personas, nos pide a nosotros que Le sigamos.
que multipliquemos Su amor al servicio de un mundo nuevo,
al servicio de un mundo de amor y de vida.

A primera vista, parece que Él ha fracasado,
Su propia vida se convirtió en la Cruz en sacrificio de un poder absurdo.
Pero, según el testimonio de la Escritura,
esta catástrofe no es el final.
Al Viernes Santo le sigue la Pascua.
Innumerables personas, entonces como hoy,
Han experimentado: ¡Vive!
En último término la muerte no tuvo ningún poder sobre Él y Su amor.
Como “el primero de los muertos” ha pasado al otro lado, a una vida nueva y definitiva.
¡Ha vencido a la muerte – para todos nosotros!
Nos ha precedido para “prepararnos una casa”.

Su Apóstol Pablo llama a una “nube de testigos”.
Y yo pienso que Lukas mismo es uno de estos testigos.
Él era un cristiano creyente.
Y su alegría de vivir era, en último término, expresión de su fe.
¡Estoy convencido de que vive!
Ha consumado pronto la plenitud de la nueva vida y la ha alcanzado en compañía con el Dios de la Vida y del Amor.
Yo todavía oro por él,
para que esta esperanza mía sea realidad.
Pero también le oro a él:
Para que quiera ser para todos nosotros
un intercesor de la vida.
Que quiera pedir consuelo a su Dios y a nuestro dios para todos nosotros, que nos vamos rezagando.
Que quiera pedir a Dios para nosotros aquella fe,
que sólo ella – de lo cual yo estoy convencido-
nos puede regalar la fuerza,
que proporciona la irrupción del amor
y que confía en la vida.

Amén.