Homilía para el Séptimo
Domingo del ciclo litúrgico (B) 22 Febrero 2009 |
Evangelio: Mc 2,1-12 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
¡No sólo confianza,
sino también fantasía, creatividad, propia iniciativa y
cooperación están en cuestión, cuando queremos ser
curados por Jesús!
Aquí se trata en el Evangelio de la curación de un paralítico. Es importante que la persona tenga a quienes tampoco le abandonen en esta larga enfermedad. Alguno de ellos tuvo la idea y la llevaron a cabo en conjunto: Sencillamente destejaron el tejado de una casa para ganar terreno ante Jesús. Hace bastante tiempo, exactamente 50 años, el 25 de Enero de 1959, convocó el Papa Juan XXIII el segundo Concilio Vaticano. Con ello verdaderamente no destejó el tejado de la Iglesia, pero abrió las ventanas de esta Iglesia y las abrió de par en par, así creó las condiciones previas para que el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu Santo de Dios pudiese soplar en la Iglesia más libre y sin impedimentos, incluso pudiese desencadenar una tormenta pentecostal. Todavía cincuenta años más tarde hay notoriamente muchos católicos cristianos que desearían que todas las ventanas se hiciesen impermeables de nuevo y ahogarse en su propio aire viciado. El paralítico del Evangelio fue curado por Jesús, porque él y sus amigos tuvieron el coraje, de andar un camino no usual. La condición previa más importante para ello fue el conocimiento de sí mismo: ¡Estoy enfermo! ¡Estoy paralítico! Vengo por el propio esfuerzo y no puedo abrirme camino! ¡Necesito ayuda! ¡¡¡Quiero ser curado!!! Ciertamente este conocimiento de sí mismo y la voluntad de “¡quiero ser curado!” les falta a muchos en la Iglesia, no sólo hoy, sino siempre en la historia. Por consiguiente: ¡Ventanas cerradas! ¡Ningún airecillo fresco, ningún viento fresco! ¡Podría llegar a ser una tormenta, un segundo Pentecostés! ¡¿A dónde podríamos llegar?! Ignacio de Loyola ha dicho análogamente: No tenemos ni idea de lo que Dios podría hacer de nosotros, si nos abandonásemos totalmente a su dirección, por consiguiente, si nosotros nos confiásemos al soplo, a la tormenta de Su Espíritu. Pero ciertamente tenemos miedo – individualmente, pero también en conjunto como Iglesia. Quisiéramos retener nuestra vida en las manos, no quisiéramos perder el control sobre nuestra vida, quisiéramos – como se decía hace algunos años – “realizarnos por nosotros mismos”. Imagínense ustedes tranquilamente qué posibilidades de “autorrealización” hubiera tenido el paralítico, si no se hubiera aventurado en aquel encuentro tan inusual con Jesús. O imagínense cómo hubiera sido la “autorrealización” del ciego Bartimeo si se hubiera dejado amedrentar por la multitud que consideraba importuno su gritar fuerte a Jesús y que quería hacerle callar. Por consiguiente, yo contemplaba al paralítico y a sus amigos. Yo contemplaba también a este ciego Bartimeo gritando. Y se me ocurre hoy en el sentido del domingo de carnaval, que todos están “locos”, que son “payasos”. Entonces ellos fueron contemplados como payasos locos y provocaron la protesta de los circundantes. Después miro a Jesús: “¡Levántate, toma tu camilla y anda!” dice Él justamente al paralítico. Y Él dice al ciego: “¡Vete! ¡Tu fe te ha ayudado!” ¿Acaso es este Jesús también un “payaso loco”? Después me pregunto: ¿Quién es en esta historia en realidad el “loco”? ¿El paralítico? ¿Sus amigos? ¿El ciego Bartimeo? ¿Jesús? O ¿quizás los otros? ¿Los escribas? ¿Los circundantes? Y ¿hoy? ¿Los seres humanos sensatos e ilustrados de esta época? ¿Nosotros los cristianos de tipo medio, que creemos en el Espíritu de Dios y, sin embargo, no contamos con él verdaderamente? ¿Los Hermanos Pius en su reposado aire viciado? ¿Los “funcionarios administrativos” de la Iglesia que quisieran tener todo “controlado”? O ¿quizás los “santos locos” que, gracias a Dios, también hay hoy? Más de uno piensa también en Colonia: ¡Hay demasiado Carnaval! No, yo quisiera sostener por el contrario: ¡Hay demasiado poco Carnaval, porque hay demasiado pocos auténticos locos- locos al modo del paralítico y de sus amigos, locos al modo del ciego Bartimeo, locos sobre todo al modo de Jesús, que estuvo bastante chiflado, para finalmente por amor a los seres humanos incluso tomar sobre sí la Cruz. Amén |