Homilía para el Domingo Undécimo
del ciclo litúrgico B
17 Junio 2018
Lectura: Ez 17,22-24
Evangelio: Mc 4,26-34
Autor: P. Heribert Graab S.J.
No sólo Jesús utiliza continuamente  maravillosas imágenes de la naturaleza,
para anunciar el mensaje del Reino de Dios que llega.
Ya en el Antiguo Testamente se hallan estas imágenes de la naturaleza para expresar de forma iconográfica el amor de Dios y la fidelidad a Su pueblo.

En los textos de la Escritura de este domingo
están puestos tres discursos iconográficos y poéticos en mutua referencia.

En primer lugar hemos escuchado la famosa parábola de Ezequiel,
en la que se habla de un cedro de gran corpulencia.
Este cedro que es el árbol del escudo de la dinastía davídica, no da frutos,
pero quiere ejercer dominio sobre todos los árboles en bosques y campos.
Esta empresa auto-señorial no puede tener éxito.
El corpulento árbol se seca, se muere,
después de que antes un águila haya sacado
en su pico un grano de suave verde y
lo haya plantado en el Sión, el monte de Dios.
Allí se desarrolla espléndidamente
y se convierte en un cedro magnífico,
que fructifica en abundancia
y en él los pájaros anidan.

Escuchemos otra vez el relato iconográfico de Ezequiel, en una interpretación muy libre de un poeta contemporáneo.
Wilhelm Willms, en la configuración poética del texto, se sitúa muy cerca del original del capítulo 17 del libro de Ezequiel:

árbol
Ezequiel
el profeta
ve un ÁRBOL,
un árbol muy exuberante
con muchas muchas muchas hojas
un árbol que ensancha
sus ramas
más allá de la tierra
ve un árbol
con muchas muchas hojas
ningún fruto propio

y de repente
aparece en el cielo
una gran águila,
en vuelo picado
choca bajando
con el árbol
y lo que quiere el águila
lo que hace
quiebra la copa del árbol
un diminuto grano sale fuera
un diminuto grano
que es de un verde muy suave
con yemas
un grano aún lleno de esperanza

y la gran águila lleva este grano
muy lejos
y planta este grano
en alguna tierra
y el grano
verde suave
brota y florece
ha echado raíces
crece hacia arriba un árbol
que fructifica
fructifica mucho
un árbol
en el que los pájaros del cielo
construyen sus nidos

el árbol viejo
el gran exuberante
lo que está seco
y está muerto
lo que ve el profeta Ezequiel
está total y rápidamente muerto
quien hubiera pensado
se le recoge
y es quemado.

Por tanto, en un segundo plano de este relato iconográfico está la potente aspiración de los reyes davídicos,
su cambiante alianza política con los poderosos de su época y finalmente el sistemático derrumbamiento en el exilio babilónico.
El mensaje de Ezequiel suena así:
* en primer lugar: sólo Dios es el Señor,
Él hace, dado el caso,
“al árbol alto, bajo y al bajo, alto”;
Permite que “el árbol verde se seque
y que el seco florezca”.
*en segundo lugar: A pesar de todo el Señor anuncia en Su misericordia y fidelidad que el tiempo de desgracia no será largo sino el de salvación.
Una pequeña rama del cedro es arrancada por el propio Dios y plantada en el Sión,
crecerá de nuevo y dará fruto abundante.
Vemos los nuevos comienzos de Dios
muy suaves y, sin embargo, irresistibles.

Naturalmente Jesús conoce – como también Sus oyentes- las antiguas imágenes bíblicas y también el relato iconográfico de Ezequiel.
Aunque Él no hace expresamente referencia,
Jesús cuenta Sus parábolas
de la siembra que crece por sí misma y del grano de mostaza con el fondo de estos antiguos relatos iconográficos.
Él habla –en todo caso aquí– tampoco expresamente de los fallos de los conductores políticos y religiosos de Su época; pero anuncia, por así decirlo, como mensaje de contraste el Reino de Dios venidero y que ya despunta.

Su mensaje del reino de Dios no se dirige con exclusividad a los responsables políticos y religiosos.
Pero también habla de un nuevo comienzo
y se dirige a todos los que Le escuchan
y ¡también a nosotros hoy!

Su círculo de destinatarios,
pero también Su mensaje mismo es universal:
Con Su mensaje se refiere Jesús a todos los ámbitos de la vida:
Se trata entonces como hoy de un mensaje político;
se trata del modo de la vida común interpersonal,
tanto en la vida social como en la privada – entonces como hoy; y ¡se trata de nuestro totalmente personal estilo de vida!

¡Dios es el sembrador!
Él quiere esparcir en todos nuestros ámbitos existenciales la semilla del Reino de Dios.
Él es también el que hace salir y crecer esta semilla.
Y ¿dónde quedamos nosotros?
Podemos quedarnos de brazos cruzados:
¿¿¿Ya lo enderezará Dios???

Con una parábola Jesús da a esta pregunta una respuesta.
Esta respuesta se halla precisamente en el Evangelio de Marcos (Mc 4,3-8), y sólo pocos versículos antes del Evangelio de hoy.
Ustedes conocen la parábola del sembrador,
cuya simiente cae en parte en el camino, en parte en suelo pedregoso, en parte en un suelo bajo el sol ardiente y en parte bajo las espinas.
Sólo una parte de la semilla cae en buen suelo y da fruto – el treinta, el sesenta o el ciento por uno.
Por tanto, nosotros somos suelo infecundo o
también suelo que da fruto.
Y aquí está nuestra tarea irrenunciable:
Preparar el suelo en nosotros
para que sea receptivo y fructífero.

Por tanto, la conclusión de todos estos relatos con imagen sería preguntarnos continuamente,
dónde crecen en nosotros mismos, en nuestra familia y en nuestros círculo de amigos,
pero también en el ámbito profesional o eclesial, árboles en el cielo con una indecible cantidad de hojas, hojas, hojas…
pero ¿sin fruto para el Reino de Dios, para el reino de la paz, de la justicia y del amor?

También podríamos leer el periódico ante este fondo:
¿Dónde se trabaja para un futuro más humanizado,
que es constructivo para el crecimiento del Reino de Dios?
Y ¿dónde sucede ciertamente lo contrario?
Y ¿cómo va mi co-responsabilidad para todo esto?
O reacciono rápidamente con la objeción que disculpa:
¿aquí yo no puedo cambiar nada?
¿Aquí “sólo los de arriba” son responsables?

Amén
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