Homilía para el Domingo
Vigésimo Noveno del ciclo litúrgico B 21 Octubre 2018 |
Evangelio: Mc 10,35-45 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
En el transcurso de esta semana hemos celebrado la fiesta de
Santa Eduvigis. Fue duquesa de Silesia. Su marido, Enrique I de Silesia, fue como duque el “dueño” de la región. Aunque él era una persona absolutamente cristiana y religiosa. son adecuadas para él, en cierto modo, las palabras de Jesús: “Sabéis que los que se consideran dueños, oprimen a sus pueblos y los poderosos abusan de su poder sobre los seres humanos.” Enrique dirigió sobre todo algunas guerras para defender su poder y su señorío e intensificarlo con éxito. La duquesa, por el contrario, dio pies y manos a las palabras de Jesús: “Quien entre vosotros quiera ser grande que sea el servidor de todos y quien entre vosotros quiera ser el Primero, debe ser el esclavo de todos.” Ella socorrió a los pobres, cuidó enfermos y se preocupó por la paz. Este reparto de papeles en el matrimonio y en la familia fue totalmente corriente hasta nuestros días: También mi padre era el “mandamás” en la familia y, por ejemplo, no cuidaba en absoluto una pedagogía no violenta. Mi madre era sobre todo la responsable de una comprensión amorosa y de la paz de la casa. Hoy nosotros nos preguntamos: ¿Cómo es posible por una parte percibir una autoridad sin violencia ni opresión y, al mismo tiempo, estar totalmente presente para los demás sin renunciar a sí mismo? Silencio
No se puede tratar en el sentido de Jesús de renunciar a sí mismo en una permanente ayuda y servicio y quedar absorbido por el compromiso desinteresado hasta el agotamiento y hasta quemarse. Una clave para la comprensión de lo que Jesús quiere decir puede ser Su mandamiento de amor: “Debes amar al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todos tus pensamientos. Éste es el mandamiento primero y más importante. Tan importante (e incluso congruente) es el segundo: Debes amar al prójimo como a ti mismo.” (Mt 22,37-39) En este sentido de “servir” significa: Estoy presente para ti porque no tengo ningún temor por la pérdida de mi poder y de mi posición. Estoy tan seguro de mí mismo que no tengo que entrar en competencia contigo. Te puedo hacer crecer sin envidia porque yo mismo nada pierdo en el servicio por los demás, sino muy al contrario: Yo crezco y me “engrandezco”, abriéndome a otros. Y esta comprensión del amor y el servicio tiene sus raíces en que yo me sé amado por Dios. Mi respuesta a Su amor significa: Yo digo SÍ y estoy a disposición de mi prójimo como también digo SÍ agradecidamente a mí mismo. Silencio
Ahora queda aún en el Evangelio la pregunta de Jesús más seria y que hace reflexionar: “¿Podéis beber el cáliz que Yo beberé o aceptar el Bautismo con el que Yo seré bautizado?” Naturalmente esto evoca el destino del propio Jesús, Su muerte violenta en Cruz que Él percibe que se acerca de forma amenazadora. A veces en la Iglesia da la impresión de que Jesús ha atraído, por así decirlo, este perverso final para entregar Su vida como víctima en un sentido arcaico. Ciertamente Oscar Romero fue canonizado como mártir. Parece a primera vista que lo decisivo fue el testimonio de su sangre por Cristo mediante su muerte cruel. Y, sin embargo, queda por constatar que el asesinato de Oscar Romero fue de igual modo un crimen del ser humano, como también fue el asesinato de Jesús en Cruz, un horrible crimen de los ebrios de poder. Este crimen es ciertamente en el caso de Oscar Romero como en el caso de Jesús de Nazareth, la última consecuencia de un SÍ inquebrantable a la voluntad de Dios; emplearse totalmente a fondo en el servicio al ser humano y, por tanto, a un mundo cada vez más marcado por el amor y la humanidad, es decir, al Reino de Dios. Ésta fue la misión de Jesús, ésta fue la misión de Oscar Romero y es también nuestra misión. Pronunciar este SÍ indispensable puede significar también hoy pasión y muerte. Silencio
Gracias a Dios pasión y muerte no es normalmente la consecuencia del servicio a los seres humanos y al Reino de Dios. Por el contrario: La clave de la necesidad para la misión existencial de Jesús y para Su servicio está al comienzo de Su vida pública: Las bodas de Caná, un alegre y festivo servicio de Jesús a favor de la alegría de la pareja nupcial y de sus invitados. “Entregar” Su vida, es decir, ponerse al servicio de las personas por entero, lo cual puede proporcionar alegría sobre todo entre los seres humanos y también alegrar a aquel “que sirve” en este sentido. Incluso donde continuamente sigue al amor, carga, pasión e incluso muerte por este compromiso, no es la “cruz” el final, sino la resplandeciente Luz pascual que eclipsa a la cruz. Amen. www.heribert-graab.de
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