Homilía para el Domingo 18 
del ciclo litúrgico C
Lecturas: Ecl 1,2; 2,21-23 y Lc 12,13-21
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
De antemano dos breves observaciones:
1. Como casi siempre la elección de la 
       lectura veterotestamentaria 
       está en sintonía con el Evangelio. 
      Sin embargo, la declaración de intenciones de los autores 
      no es de ningún modo igual.
      
2.    En ninguno ambos textos se trata de ¡denigrar nuestro bienestar!. 
       ¿De qué se trata entonces?. 

En primer lugar lancemos una mirada sobre Qohélet.
Es un texto pedagógico,
que se despide de una “piadosa” tradición transmitida tardíamente:
El bien es “automáticamente” recompensado,
el “mal”, por el contrario es castigado.
Expresado de otra forma:
La riqueza es recompensa por una vida en
justicia,
la pobreza, sin embargo, es el castigo bien merecido por la 
injusticia.

En el tiempo de Qohélet se había desplomado el antiguo orden de Israel.
La comunidad solidaria de las estirpes,
se había extinguido por medio del sistema de la Monarquía
y cada vez más se impusieron
explotación, opresión y corrupción.
Se originó un gigantesco desnivel entre pobres y ricos,
y las antiguas sabidurías existenciales no se armonizaban ya
con las experiencias concretas del tiempo.

En la “herida” de esta discrepancia pone Qohélet 
su dedo,
acaba con las antiguas “sabidurías” y dice: 
“¡Me va mal, aunque yo, sin embargo, soy una 
buena persona!”
El reproche le engaña: - no hay más que “vanidad”.
Muy diferentes conexiones,
– conexiones fundadas en el “sistema” –
son decisivas para el destino de los seres humanos.
No se refiere a responsabilizar a Dios
ni de la felicidad y la riqueza, 
ni de la pobreza y la necesidad.
Cada generación tiene que construir su vida por sí misma
y verdaderamente aquí en esta tierra,
bajo las condiciones que se dan aquí.
Especulaciones del otro mundo que entretienen con vanas promesas
aquí no vienen al caso.

Miremos ahora el texto de Lucas:
Aquí se trata del vicio de la codicia a costa de otros.
“¡Guardaos de toda clase de codicia”! dice Jesús.
Lo que quiere decir con ello lo ilustra con el ejemplo de rico labrador.

No se trata de ningún modo 
de asegurar su propia subsistencia para el futuro.
Más bien ahora es ya bastante rico
para invertir en un nuevo gran granero.
Lo que el labrador hizo, nosotros lo llamamos hoy “especulación”.

Atesoró su cosecha récord para tiempos peores, 
para después vender a un precio mejor y con mucho.
Hace subir el precio de los cereales,
reteniendo la cosecha,
y así participa en un crimen económico,
que precipitó a la antigua economía continuamente
a una enorme crisis y
a la gran mayoría de las personas
a una necesidad amenazadora para la existencia.

Por consiguiente, la historia es hoy también de gran actualidad:
La especulación se ha convertido casi en algo así como un juego de sociedad.
En nuestras Bolsas se ganan enormes sumas de dinero,
pero también se pierden.
Además siempre se trata también de plazas de trabajo
y con ello del destino de las personas.

Jesús sutiliza sobre la muerte del que especula
con la palabra definitiva:
“Así le va a aquel,
que sólo reúne tesoros para sí mismo, 
pero no es rico ante Dios”.

Esta palabra de Jesús es y permanece como una afilada crítica
a los abusos de la economía de entonces como de hoy.
En la lectura de las páginas de economía de nuestros periódicos
merecería la pena poner al lado la historia del especulador de cereales.
Ciertamente la economía es muy diferente cuando está
estructurada democráticamente.
Sin embargo o ciertamente por ello podemos y debemos 
nosotros como cristianos
no silenciar en un estado de derecho
los modos de conducta, que hoy son tan perjudiciales socialmente
como ya lo fueron en tiempos de Jesús.

Una interpretación que va más a lo personal
de la historia del rico labrador 
la da una leyenda rusa,
con la que desearía poner punto final a estas ideas:

Un hombre rico al morir pensó también sólo en lo que 
había pensado a lo largo de su vida: en su 
dinero.
Con sus últimas fuerzas soltó la llave del cordón,
que llevaba al cuello, hizo señales a la criada,
señaló el arca que estaba al lado de su cama
y ordenó que le pusiese la gran bolsa de dinero en el ataúd.
Después en el cielo vio una larga mesa,
en la cual estaban los más finos manjares.
“Dime ¿qué cuesta el salmón?”, preguntó.
 “Un copec*” le fue contestado.
“¿Y la sardina?”, “lo mismo”.
“¿Y este pastel?” “Todo, un copec”.
Sonrió satisfecho. Barato, pensó, ¡extraordinariamente barato!.
Y escogió una bandeja llena.
Pero cuando quiso pagar con una pieza de oro,
el vendedor no aceptó la moneda.
“Viejo”, dijo y sacudió compasivo la cabeza,
“¡poco has aprendido en la vida!”
“¿A qué se debe esto?” murmuró el anciano.
“¿No es mi dinero suficientemente bueno?”.
He aquí la respuesta que escuchó:
“Aquí sólo aceptamos el dinero que uno ha regalado”.

*Copec: Moneda rusa de escaso valor