Homilía para el Domingo 22
 del ciclo litúrgico C
 2 Septiembre 2.001
Las lecturas del domingo: Eclo 3,17-18.20.28-29
y Lc 14, 1.7-24
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Tanto la Lectura como el Evangelio
de este domingo
son o una provocación,
que tendría que sacarnos de quicio
o un reto para un cambio radical de opinión.

Al fin y al cabo también nosotros los cristianos retozamos como peces en el agua
en una sociedad,
en la que “carrera” es algo así como una palabra mágica.
Notoriamente la carrera es para muchas personas
algo tan deseable,
que a veces cuesta mucho definir,
si alguien se ha casado verdaderamente con una mujer o con un hombre o con la propia carrera.
En todo caso muchos matrimonios y familias se rompen
por esta clase de poligamia.
Por otra parte ni siquiera se realizan muchos matrimonios
-casi se desearía decir: gracias a Dios-
a causa de la carrera.

En otros casos es la carrera tenida como objetivo
el factor decisivo para una movilidad que desarraiga,
que en esta sociedad es altamente alabada.
La consecuencia: Las familias son desgarradas
y dispersadas por todo el mundo.
Los padres ancianos quedan atrás en su soledad. 
Las fotografías de los hijos y nietos están sobre el
armario del cuarto de estar
y reemplazan la referencia personal.

El texto de la lectura del libro de Jesús Ben Sira
tiene ciertamente este contexto ante la vista:
“¡Honra padre y madre
para que venga sobre ti la bendición!
Quien desampara a su padre
es un blasfemo,
un maldito del Señor,
quien maltrata a su madre”.

Según Jesús Ben Sira, la “discreción” es una actitud,
que no pierde de vista al prójimo
-sobre todo a los propios padres-,
generalmente observa las necesidades de otros
y está unido sobre todo a los débiles en solidaridad.

El Evangelio da un paso más,
poniendo del revés correctamente 
nuestras representaciones del aprecio.
Los que han escalado con éxito el escalafón de la carrera
y ahora, por consiguiente, ocupan los primeros puestos,
no valen nada en el orden de valores de Dios –
por el contrario:
Quien se siente impulsado hacía arriba, es humillado;
y quien se coloca muy abajo, del lado de los débiles,
será ensalzado.

Y este orden social de valores,
como aquí se expresa,
no es algo único sólo en esta parte del Evangelio,
por consiguiente no es de ninguna manera una forma de “desliz” de Lucas.
Más bien se muestra este orden de valores y jerarquía
como un hilo conductor a través de todo el Evangelio.

Las pruebas de ello son legión:
* Ya en el sermón de la montaña según Mateo
- más agudo aún en el discurso según Lucas-
son alabados como bienaventurados los “insignificantes”.
* En todos los Sinópticos se cita el logion:
“Los últimos serán los primeros y los primeros 
serán los últimos”.
O la otra formulación:
“Quien quiera ser el primero
debe ser el último de todos y el servidor de todos”.
* En el Magnificat se dice:
“Derribó de su trono a los poderosos
y ensalzó a los humildes”.
* El famoso “versículo del camello” pertenece a este contexto:
“Antes entra un camello por el ojo de una aguja,
que un rico alcance el Reino de Dios”.
* También la historia, que Jesús cuenta sobre el rico
y sobre el pobre Lázaro delante de su puerta
viene al caso aquí.
* E incluso la aparentemente tan romántica historia
de los niños, que se acercan a Jesús,
se refiere verdaderamente a los “insignificantes” y
desemboca en la exhortación:
“Si no os convertís y os hacéis como niños,
no podéis entrar en el Reino de los cielos.”
* Y naturalmente el mismo Jesús busca
continuamente el contacto con los “insignificantes”:
Come con el despreciado publicano,
se dirige a los mendigos,
toca incluso a los leprosos,
se deja ungir los pies por una prostituta
y así sucesivamente.

Todo esto es ilustrado otra vez en el relato
de la historia del gran banquete,
que hemos escuchado en el Evangelio.
El pintor Sieger Köder ha retenido esta escena en el cuadro:
“La comida de los pecadores”
o mejor: “La comida de los insignificantes, que no son
tomados en serio,
de los apiñados en el borde, de las existencias fracasadas”:

el negro con el brazo vendado,
el curioso intelectual,
el payaso,
la mujer vieja, inclinada sobre sí misma,
la prostituta, 
el judío con su  chal de oración -
todos están reunidos en una mesa,
sus miradas llenas de esperanza dirigidas al Anfitrión.
De Él sólo se ven las manos.

¿¿¿Quién es el Anfitrión???
Nosotros decimos –quizás algo precipitadamente:
es Jesús mismo.
Pero la mirada de los convidados se dirige a nosotros,
a  nosotros – los espectadores.
El pintor –no, el Evangelio mismo
nos exige ser anfitriones.
“Invita no a tus amigos...y vecinos ricos,
sino invita a los pobres, mutilados, paralíticos y ciegos”.

¿Quién de nosotros ha tomado este Evangelio
literalmente
o incluso lo ha interpretado como un mensaje que produce alegría –bien entendido, para nosotros–?.
Tenemos ciertamente tras nosotros 
el “oasis de St. Michel”.
¿Quién se sienta junto a quién en la mesa ?.
Naturalmente entran también personajes tan curiosos
como los que se ven en este cuadro.
Naturalmente también reciben algo para comer y beber.
Pero ¿son verdaderamente bienvenidos por nosotros?.
¿Buscamos el diálogo con ellos,
que quizás sería más importante que un bollo
o un vaso de cerveza?.

Hace once años existe la “casa de comidas St. Michel”.
El nombre “St. Michel” es en parte engañoso:
¿Cuántos de nuestra comunidad y de nuestras misas parroquiales participan?.
De cualquier modo nosotros hemos superado las dificultades todos los años –
con ayuda de personas reclutadas por toda la ciudad –
no sólo cristianos, dicho sea de paso.
Y, sin embargo, faltan continuamente en todas partes
colaboradoras y colaboradores en el papel de anfitrión.

Quizás el Evangelio del domingo de hoy
sea de nuevo un impulso
para darse cuenta de este papel 
que se nos ha encargado.

Amén.