Homilía para el Domingo Décimo Noveno
del ciclo litúrgico C

12 Agosto 2007
Sobre la Segunda Lectura: Heb 11,1-2.8-19
Hay mucho que nos une con la pequeña comunidad judeo-cristiana, a la que se dirige la Carta a los Hebreos, alrededor del año 90:

Aquella comunidad era pequeña, insignificante socialmente, expuesta a la burla e incluso a la persecución de su entorno.
La Iglesia hoy cae también cada vez más en una posición de minoría,
pierde claramente significado social
y quien toma partido por la fe y por la Iglesia
da con frecuencia, como mínimo,
en la incomprensión.

Aquella comunidad había perdido el primer impulso y el entusiasmo de su fe.
Se sentía decepcionada en sus esperanzas.
Le faltaban perspectivas de futuro.
En lugar de éstas se imponían el cansancio y la frustración.
La impresión general era que no se podía continuar.
También aquí nosotros hoy tenemos experiencias enteramente similares.

La Carta a los Hebreos intenta tratar de la falta de fe de la época.
Su respuesta se resume concisamente:
* Este tiempo de prueba en la fe no es un reto que se produce por primera vez.
* No os halláis en una situación única,
cuya superación exceda las fuerzas humanas.
* Experiencias semejantes han hecho los creyentes siempre y en todas partes,
donde Dios estaba actuando en la historia de salvación.
* La fe está siempre expuesta a la crisis y a la impugnación.
* Seguridad y firmeza inquebrantable en la fe
son siempre un regalo de Dios
y de Su absoluta lealtad y fidelidad.

Al comienzo del capítulo 11, el autor da algo así como una definición sobre la fe:
“Fe es: Mantenerse firme en lo que se espera;
estar convencido de las cosas que no se ven.”

Esta frase ya reclama de nosotros un cambio de pensamiento:
Vemos la fe demasiado a menudo en contraposición con el “saber”,
como algo típicamente incierto.
Ponemos la “fe” más bien en el opinar, en el sospechar y precisamente en el no-saber.
Con ello la fe se deja al criterio de la arbitrariedad.
Creer se convierte en asunto privado.
En el fondo es insignificante
si alguien cree o no,
y tanto más lo que cree.
Con ello reducimos la realidad a lo visible,
a lo evidente, a lo superficialmente perceptible.
Al mismo tiempo con ello muere nuestra esperanza
a un sentido que podría estar oculto detrás de todo esto.

La Carta a los Hebreos expresa con ejemplos de la historia, lo que la fe práctica y concretamente significa.
En primer lugar:

Creer – significa: Estar en camino, ser peregrino.

Por ejemplo: la fe de Abraham.
Dios le llama fuera de todo
lo que formaba su vida hasta ahora.
Fuera de las seguridades bien ganadas,
fuera de la seguridad de estirpe y pueblo,
fuera de las tradiciones de costumbres y cultura, fuera del bienestar y de la riqueza.

Abraham sigue este llamamiento, se marcha, sale –
¡no por propio riesgo, si no en la confianza de que el que llama es Dios y por causa de una meta prometida!

Por el contrario nosotros nos hemos organizado de forma burguesa
en quebradizos castillos de fe.
Si nosotros creyésemos como Abraham
también tendríamos que marcharnos continuamente de la comodidad, de la indiferencia, de las tendencias de la masa y de la moda,
de las así llamadas sugestiones de las cosas,
de lo que una política y una economía neoliberal declara como natural y no analizable.
Creer nos sitúa internamente en la soledad de una decisión ante Dios.

En la fe estar en camino significa:
Dejarse echar continuamente fuera del camino;
estar dispuesto a dejarse mostrar continuamente nuevas metas;
prestar de nuevo atención día tras día a la llamada actual de Dios;
cultivar la “libertad de los hijos de Dios” que no se deja capturar por apariencias.

La Carta a los Hebreos trabaja para la aclaración de estas imágenes:
*Abraham y todos los que salieron con él vivían en “tiendas”:
La tienda es la morada apropiada para que el nómada, el eterno ambulante la levante en cualquier momento
* Abraham es caracterizado como “extranjero”.
Él es figura del peregrino – incluso también en el país de la promesa.
Actúa continuamente como extranjero,
“extraño” para otros,
incluso alarmante.
Está como extranjero en todas partes
adonde llega; “en el extranjero” significa con frecuencia también “en la miseria”.

Desde esta perspectiva de Abraham contemplemos ahora a Jesucristo:
De nuevo descubriremos en Él a Abraham:
* “Vino a los Suyos,
pero los Suyos no Le recibieron” (Jn 1,11)
* “La Palabra se hizo carne y acampó (en una tienda) entre nosotros” (Jn 1,14)
* “Los zorros tienen sus madrigueras...” (Lc 9,58)
* “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18,36)

Jesús también ve a aquellos que Le sucedan en el camino de Abraham:
“Si pertenecierais al mundo,
el mundo os amaría como cosa propia;
pero como no pertenecéis al mundo
porque Yo os elegí  y os saqué de él,
por eso el mundo os odia.” (Jn 15,19)

Por ello, la existencia de los cristianos en el mundo es como la de “ovejas entre lobos” (Mt 10,16)

Y por ello uno de los más importantes conocedores del Nuevo Testamento de nuestra época, Gerhard Lohfink, caracteriza a la Iglesia como “sociedad de contraste”.

Otro punto de vista de la comprensión de la fe en la Carta a los Hebreos:

Creer significa vivir del futuro, de una meta.

¡Estar en camino sólo merece la pena por amor a una meta!
Nuestro camino de la fe está sólo lleno de sentido,
cuando está determinado por la meta,
que no sólo es para superar,
que no sólo está lejos, en un vago futuro,
sino que actúa internamente en cada momento
de la vida.

La meta está bíblicamente representada precisamente por una imagen,
por la imagen de la ciudad que “está firmemente cimentada”.
En la Escritura esta ciudad se ha convertido en  suma de todas las promesas, de toda salvación y
de toda realización.
El capítulo 21 del Apocalipsis muestra la imagen de esta ciudad llena de fantasía y con colores espléndidos.
Por último, se trata de la realización de toda nuestra nostalgia de una vida en comunión con Dios.

De Abraham se dice que no ha conseguido esta última realización,
pero la ha contemplado de cerca
y ha determinado su vida aquí.
Y Jesús dice que esta plenitud
que Él expresa como el “Reino de Dios”,
es ahora ya realidad y actúa internamente
en esta época,
aunque su plétora aún no haya llegado.
(Mt 13,31 ss).

Por consiguiente, contemplemos esta meta, única favorable, que “ya” es evidente,
aún cuando “todavía no” llegue a su plenitud,
pues es absurda una “triste mirada hacia atrás”
como tampoco Abraham y los suyos miraron tristemente hacía atrás, hacia Haran.

La posibilidad de regreso también nos sitúa ante la pregunta:
¿dónde queremos estar domiciliados?

Jesús dice:
“Nadie que ponga su mano sobre el arado y vuelva la vista atrás es apto para el Reino de Dios.”
(Lc 9,62)

Aún un tercer punto de vista:
En el camino, el sol se oculta a veces detrás de las nubes.
La meta no ilumina en cada época con igual claridad.
Otra vez el camino de le fe de Abraham:
Dios le conduce intermitentemente en extrema obscuridad – hasta la aparente muerte de la promesa misma.

La Escritura sabe esto y profundiza en esta historia de Isaac como en una herida:
“Toma a tu hijo único, a tu querido Isaac…”           (Gen 22,2)
Y la Carta a los Hebreos:
“Abraham ofreció a Isaac – el hijo único-
aunque había recibido la promesa, en la que
le había sido dicho:
En Isaac continuará tu descendencia.”

La fe de Abraham está incluso preparada para el camino de la muerte,
para elegir el fracaso aparente –
exclusivamente en confianza a la fidelidad y al poder de Dios, que puede despertar incluso a los muertos.

Como Abraham, también nosotros podríamos permanentemente escocernos ante la pregunta sobre el por qué.
Diariamente nos podemos obstinar en esta pregunta paralizante, cuando somos confrontados con reveses personales de la vida,
cuando vemos imágenes de terror y violencia,
cuando contemplamos la injusticia de la política social y económica concreta.

La pregunta concreta desde la perspectiva de la fe de Abraham suena:
¿Para qué?
La fe de Abraham y la fe de Jesucristo nos conduce fuera de los círculos sin salida de nuestro pensamiento
y nos abre ante la vista la meta generadora de modelos de actuación –
tanto para nuestra vida personal,
como para la percepción de nuestra responsabilidad política.
Cuando nos aventuramos en ello se nos empuja continuamente a un papel exterior y a la oposición.
Sólo esta postura desarrolla aquella esperanza,
que produce un fundamento capaz de sostener una vida, que merezca este nombre,
por consiguiente una esperanza que puede “mantenerse firme”.
Sólo esta postura de la fe puede desarrollar también nueva esperanza,
para las muchas personas desorientadas de nuestra época y para el mundo, que algunos ya han desahuciado.

Amén.