Homilía para el Domingo Décimo Tercero
del ciclo litúrgico C

1 Julio 2007
Evangelio: Lc 9,51-62
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Naturalmente es lógico
tomar como tema de una homilía la vocación de Elías y las diferentes vocaciones del Evangelio.
También merece la pena reflexionar
sobre lo que hoy significa el seguimiento de Jesús,
lo que a las gentes de nuestros días y
quizás también a nosotros mismos nos impide
seguir una vocación así
y lo que tenemos que hacer
para despejar todo lo que aparte de la vocación
al seguimiento de Jesús.

Sin embargo, yo quisiera dirigir la mirada de ustedes a la primera parte del Evangelio, de la cual opino
que siempre y precisamente también hoy es de rabiosa actualidad.

Jesús se pone en camino hacia Jersusalem
y tiene que pasar cerca de la región de los samaritanos.
Los samaritanos se habían separado del judaísmo oficial.
Con frecuencia hubo abusos hostiles por ambas partes.
La hostilidad vetusta se inflamaba continuamente otra vez.

El centro religioso de Samaria era el monte Garizim.
Pero Jesús iba camino de Jerusalem con sus acompañantes, el centro de peregrinación de los judíos.
Esto lo descubrieron pronto los samaritanos
y por ello Le negaban la hospitalidad.

Esto era demasiado para Santiago y Juan los “hijos del trueno”.
Reaccionaron espontáneamente y muy en la línea de la vieja enemistad:
“Señor, debemos ordenar que baje fuego del cielo y los aniquile?”
Tomada al pie de la letra esta pregunta oculta un ideario terrorista.
Además en esta pregunta se expresa una escalada:
La hospitalidad rehusada provoca como mínimo un pensamiento de violencia.

Este tipo se reproduce permanentemente en la historia de los religiones y también el la historia del cristianismo.
Cuando uno contempla, a modo de ejemplo, los libelos y las caricaturas malévolas de la época de la Reforma,
uno se pregunta:
¿Cómo puede crecer algo tan abominable en el suelo del Evangelio?
No es de extrañar que un pensamiento tan malicioso conduzca a la violencia asesina de la Guerra de los Treinta Años –
y esto enteramente independiente del hecho de que entonces naturalmente también se cociesen asuntos políticos.

Asimismo impuesta por los intereses políticos,
pero también una violenta disputa entre las confesiones cristianas está hasta en nuestros días de nuevo en el Norte de Irlanda en la “guerra” tranquila.

Pero sobre todo el terrorismo mundial actual tiene junto a raíces económicas e imperialistas también raíces religiosas.
También bien mirado – se trata de la incapacidad de convivir pacíficamente musulmanes y cristianos,
de descubrir lo común de su fe y de respetarse recíprocamente.

De momento son sobre todo los cristianos los que padecen esta situación:
Alrededor del mundo el número de sus mártires es por ahora más elevado que el de cada una de las otras minorías religiosas o también políticas.
En algunos países, en los que su historia casi se remonta 2000 años, son expulsados casi por completo.

Naturalmente esta situación influye en la convivencia de cristianos y musulmanes también aquí entre nosotros.
Desde hace años yo mismo hago la experiencia de lo difícil que es el diálogo conjunto de las religiones de Abraham en una mesa redonda de Göttinger.
En atención a los resultados del diálogo, uno es muy modesto.
Pero en todo caso:
¡Hay este diálogo!

En este contexto es muy importante a mis ojos ahora
contemplar otra vez el Evangelio del día de hoy y
el mensaje de Jesucristo.

Los “hijos del trueno” con sus ideas combativas recibieron de Jesús un desplante brusco.
“Volviéndose los reprendió” hemos oído.
Algunos textos añaden al final del versículo:
“Y Él dijo: Vosotros no sabéis qué clase de espíritu habla en vosotros.
El Hijo del Hombre no ha venido a aniquilar al ser humano sino a salvarlo.”

En todo caso, Jesús se va con Sus discípulos a otra aldea.
Con esta praxis se declara partidario por principio de la tolerancia.

En la historia de la samaritana en el pozo de Jacob, Él se mete más allá de un diálogo teológico con esta mujer – para espanto de Sus discípulos-.
Y en Su propia historia del samaritano misericordioso, elige a uno de estos “incrédulos” como ejemplo del amor al prójimo vivido-
esta vez sobre todo para espanto de escribas y fariseos.

Su deseo es ganar a los seres humanos –
en primer lugar a sus propios hermanos y hermanas judías,
pero después también a todos los demás.
Y además Él no trata en primer lugar de la pertenencia externa a una cierta comunidad de fe –
tampoco de la pertenencia al propio círculo de discípulos.
En eso se distingue Jesús con claridad de una praxis eclesial extendida más tarde ampliamente que trató continuamente de una pertenencia externa.

En todo fuego, que Él enciende con Sus palabras y Sus obras,
nunca es asunto Suyo la intolerancia, el fanatismo y la violencia.
Su programa es más bien lo contrario, incluso en situaciones en las que Él mismo sufre injusticia,
incluso hasta Su propia muerte en cruz.

En el sentido de Jesús también aquel que aboga por Su causa con toda pasión, tiene que permanecer abierto, dialogante y magnánimo.

Tengo que confesar que en este segundo plano, admiro a algunos Obispos de la Iglesia actualmente perseguida.
Muchos de ellos abogan por la reconciliación de las religiones y por el logro de los derechos religiosos de las minorías, a pesar de las más grandes persecuciones.
Ellos andan consecuentemente– como por ejemplo el Obispo Coutts de Faisalabad en Paquistán –
por el camino pacífico de la aproximación.

Ciertamente éste es el camino de Jesús,
que nosotros no nos podemos hacer con claridad suficientemente consciente.
Desgraciadamente ha durado siglos,
hasta que nosotros nos hemos despedido de la enemistad confesional en Europa
y ahora andamos muchas veces el penoso y
sobre todo tedioso camino del diálogo ecuménico.
No tienen que pasar siglos otra vez
 hasta que construyamos entre nosotros un diálogo interreligioso serio en relación con las religiones,
a pesar de todas las dificultades y hostilidades.

Bajo esta consideración merece la pena mirar a Bendicto XVI y a la política del Vaticano, que anda este camino del diálogo paciente en muchos pequeños y a veces también grandes pasos.

Amén.