Homilía para el Domingo vigésimo noveno del ciclo litúrgico C
21 Octubre 2007
Lectura: Ex 17,8-13
Evangelio: Lc 18,1-8
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hoy en las Lecturas de la Sagrada Escritura se trata de la oración.
Probablemente estos dos textos no actúan invitando.

Sin embargo, nosotros hemos dicho ya siempre:
La Iglesia ora por la victoria de las armas e incluso las bendice.

Y la historia con la viuda que gimotea –
¿verdaderamente debemos con nuestra oración
a Dios “ dar la lata al Espíritu”?

Sin embargo, ambos textos nos invitan a reflexionar sobre nuestra oración y a extraer de ellos consecuencias para nuestra praxis orante.

Una fijación a los aparentes deseos de la oración
nos llevaría al error.
Ciertamente se trata de la victoria de las armas
sobre una tribu nómada guerrera,
que se pone en el camino del pueblo de Israel
en su itinerario hacia la tierra prometida.

Pero una mirada a este primer plano del texto puede ser ayudadora:
Nos muestra que la oración humana también (¡!) está marcada por las respectivas representaciones y modos de pensar culturales,
y que éstos cambian y se perfeccionan.

En la época de creación del libro del Éxodo
y aún hasta la época moderna
la guerra era indiscutiblemente
lo más natural del mundo.
Por otra parte, el libro del Éxodo
ha hallado su definitiva forma de expresión
aproximadamente en la misma época,
en la que el filósofo griego Heráclito opinaba
que la guerra era el padre de todas las cosas.

Mucho más tarde
- finalmente después de las experiencias de las dos guerras mundiales –
la Iglesia ha comprendido el mensaje de Jesús de nuevo en el sentido de que “¡la guerra no debe ser!”
Incluso la posición de repliegue intermedia
de la “guerra justa”
cede paulatinamente hacia la expresión de
“la paz justa”.

Con este fondo puede no servirnos a nosotros hoy como sugerencia orante un aparente modo de contemplación del texto de la Lectura.

Pero si penetramos un poco en la profundidad
del texto descubrimos enteramente signos a tener en cuenta:
En el fondo está la relación profundamente enraizada del pueblo de Israel con su Dios.
En el fondo está la inalterable confianza en Él
y en Sus promesas:
¡Dios es fiel!
No nos puede abandonar,
no nos abandonará.

En una ulterior oración visible en una colina
Moisés fortalece esta fe confiada del pueblo.
La cuestión, que también es actual para nosotros, suena así:
¿Puede la fe
- aún cuando todo vaya
de forma diferente a la esperada –
llevar por la vida?

Moisés no duda en absoluto de la promesa de Dios.
En la oración se concentra más bien enteramente en esta promesa.
Demuestra a su pueblo lo que nosotros hoy denominamos en la fe “confianza fundamental” enraizada.

Para Moisés es claro como el agua:
Si Dios promete la tierra,
regalará también la victoria de las armas
sobre todos los que se opongan a esta promesa.
Para nosotros puede no ser tan sencillo y claro este final.
Podemos aprender:
Si Jesucristo promete al mundo la paz,
Nosotros podemos y debemos orar llenos de confianza por esta paz.
Y al mismo tiempo tenemos que abogar por ella totalmente.
En efecto, -en el espíritu de Jesucristo y de Su sermón de la Montaña- sólo se puede tratar de ello:
Crear paz sin armas.

Naturalmente es un mal uso de la oración orar contra Jesucristo y Su principio de la no violencia.
No cambia nada el que este mal uso haya sido practicado a lo largo de siglos.

Aún podemos aprender algo de la oración de Moisés:
Orar encarecidamente en aislamiento puede fatigar.
En cambio la receta puede ser:
Orar solidario con otros y en comunidad.
Como Aaron y Hur sostenían los brazos de Moisés,
así también nosotros necesitamos para nuestra oración el apoyo de los demás.
Nuestra oración personal gana nueva fuerza
cuando es sostenida por el orar conjunto de la comunidad.
Naturalmente esto vale también para la oración conjunta en familia y en el círculo de amigos.

Miremos aún el Evangelio:
Continuamente elige Jesús para sus ejemplos y parábolas escenas de la vida diaria de su época.
Esto nos hace muchas veces difícil comprenderlas e interpretarlas correctamente.
Nosotros vivimos en un Estado de derecho, con clara separación del legislativo, el ejecutivo y el judicial.
Esto no era así en tiempos de Jesús:
El “juez” era al mismo tiempo el sheriff de la aldea y el alcalde.
Era el “señor” y con frecuencia corrupto.

La argumentación de Jesús es la clara argumentación del “más”:
Si éste es así ¡cuánto más Dios!
Pero ¿de qué se trata en cuanto al contenido?
No se trata del problema común de la condescendencia a los ruegos de la oración.
La parábola y su interpretación está en conexión con un discurso de Jesús sobre la segunda venida del Hijo del Hombre y sobre el “Juicio Final”.
En la parábola de la viuda se trata de su “derecho”:
Y en la interpretación se dice:
Dios proporcionará a Sus elegidos su justicia pronto.

En segundo plano para la formulación concreta del relato de la parábola en Lucas está la experiencia de los cristianos de su época:
Nosotros seremos perseguidos a causa de nuestra fe por todas partes.
Para otros el segundo plano forma el desengaño
de que se demora la segunda venida del Señor esperada para pronto.

Ante este segundo plano gritan en su necesidad al Señor y más de uno ha acusado a Dios por Su demora:
El relato de la parábola responde a esto:
“¿Hará justicia Dios a Sus elegidos, que están clamando a Él día y noche, aún cuando (así parece) Él se demore?.”

Por favor, observemos todavía lo siguiente:
Al final del párrafo, Lucas cambia la dirección de la pregunta.
La pregunta no es:
Si y cuándo Dios escuchará a la comunidad de discípulos y les hará justicia.
La pregunta suena más bien:
¿Encontrará aún fe el Hijo del Hombre cuando vuelva?

Un ambiente enemigo de la fe y
probablemente más aún,
un ambiente soberanamente “ilustrado”
y aparentemente de forma natural sin fe,
agota la fe de muchos cristianos,
de forma lenta, pero segura,
entonces, como hoy.

Contra este proceso de agotamiento sólo ayuda orar en todo tiempo, es decir, continuamente
y no aflojar en la oración.
Pues la fe vive de la oración,
ss sostenida y fortalecida por la oración.

No se trata de una oración cualquiera,
se trata más bien de la petición nuclear del
Padre nuestro:
“Venga a nosotros Tu Reino” –
Tu Reino de justicia y de paz,
Tu Reino de la perfección amorosa
en cada uno en particular y de todo el cosmos.

Pocos versículos antes ha dado Jesús respuesta a los fariseos a su pregunta sobre la venida del Reino de Dios: ¡Ya está aquí!
Él concreta ahora esta respuesta para la comunidad de discípulos:
Orad en todo tiempo y no abandonéis esto a pesar del ambiente.
Entonces vuestra fe en la venida del Reino de Dios permanecerá vital,
aún cuando parezca que Dios tarda.
Orando descubriréis que el Reino de Dios verdaderamente ya ha despuntado.
Vuestra oración os hará abrir los ojos.
Ciertamente de esto se trata también hoy:
No de orar “cualquier cosa”,
sino de esperar ansiosamente el Reino de Dios
y reconocer su realidad ya aquí y ahora con ojos,
que se harán clarividentes en la oración.

Amén