Homilía para el Domingo trigésimo del ciclo litúrgico C
28 Octubre 2007
Evangelio: Lc 18,9-14
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La cultura jidística del Este de Europa fue destruida casi totalmente por los nazis.
Martin Buber salvó algo de ella,
reuniéndola en los relatos de los Chassidim.

Quisiera exponer uno de estos relatos al comienzo de la homilía:
Digamos que es de Baalschem (el fundador del Chassidismus).
Un piadoso judío, de alto renombre, se detuvo en el umbral de una sinagoga y se negó a pasar:
“No puedo entrar”, dijo,
“está de pared a pared
y desde el suelo al techo,
desbordante de doctrina y de oración,
¿dónde quedaría sitio para mí?”
Y cuando observó
que los presentes le miraban fijamente,
sin comprenderle, añadió:
Las palabras que atraviesan los labios del maestro y del orante,
y no vienen de corazones orientados hacía el cielo,
no ascienden, sino que llenan la sinagoga
de pared a pared y
del suelo al techo.”

Me parece que esta profunda historia
es una maravillosa interpretación
para comprender el Evangelio de hoy.
Por consiguiente, olvidemos la pintura en blanco y negro de la interpretación superficial de uso corriente del Evangelio.
En último caso no se trata de la vanidad del fariseo
ni del humilde auto-conocimiento
del publicano pecador.

Se trata más bien de una persona,
que está aquí delante o en el centro de la iglesia:
Ella misma está desbordante de ortodoxia y de oración, y llena incluso todo el ámbito eclesial:
“de pared a pared y del suelo al techo”
con esta ortodoxia y con su oración.
Pero aquí no queda ningún sitio para el “publicano”, para el otro:
•    que de ningún modo está tan seguro,
•    que conoce sus límites,
los límites de su fe,
            los límites también de su humanidad,
•    que se sabe muy lejos de Dios,
•    que sencillamente está en busca,
•    que, a veces, se siente muy vacío
•    y se presenta sí mismo y también su existencia ante Dios.

Su oración incluso parece estar “vacía” –
como él mismo está “vacío” y en su fe es “pobre”.
Pero en este vacío y pobreza interior
Dios puede introducir Su gracia,
sin embargo, en el alma desbordante del “fariseo”
no hay ningún sitio para ello.

Expresado de otra forma:
¿Puede quedar sitio para Dios
y para la plenitud de Su vida
* en una persona
que ya sabe todo y puede todo,
* en una persona
que vive y también cree, según el lema
“¡Soy un hombre valioso!” (o una mujer),
* en una persona,
que el “principio de rendimiento” de nuestra sociedad
- quizás también el principio de rendimiento lo cambió por el principio racionalista –
lo ha interiorizado totalmente  - también en las cuestiones de fe?

Muy diferente de este “publicano”
que acaso en la iglesia encuentra su sitio
muy atrás y muy al margen.
Su oración es muy pequeña, pero precisamente también muy abierta:
“¡Señor, sé indulgente conmigo!”

En este día la Iglesia ha saltado por encima de sus propias sombras y ha declarado beato a un “publicano” así, contra muchas resistencias interiores eclesiales.
Me refiero al austriaco Franz Jägerstätter.
Era un sencillo agricultor y sacristán
de una pequeña aldea en la Alta Austria.
Pero este pequeño e insignificante ser humano
tenía una conciencia completamente despierta que le decía:
La meta de un tal Hitler,
no te puede arrastrar a la guerra
Aquí se alza un terrible peligro para la libertad y la humanidad,
también un serio peligro para la fe cristiana.

Franz Jägerstätter era padre de familia
y naturalmente sabía las terribles consecuencias
que podrían resultar de su negativa
para su mujer y sus hijos.
Sus manos estaban ya encadenadas y su muerte violenta la tuvo ante la vista cuando apuntó una frase de la Carta a los Romanos:
“Ni la cárcel, ni las cadenas, ni tampoco la muerte separarán a nadie del amor de Dios.”
(Cf. Rom 8,38 s)

Los “prudentes” en el país y también en la Iglesia
lo sabían entonces y lo saben también ahora:
El entonces Obispo de Linz le objetó su “mayor responsabilidad” para la familia
y le dejó solo en su difícil camino.
Hoy deploran asociaciones católicas femeninas y masculinas su beatificación,
a consecuencia de las contradicciones para la imagen familiar católica.
Y naturalmente muchos ponen en cuestión su beatificación,
los que entonces creían,
que tenían que realizar su servicio en la Wehrmacht.

Tampoco están entusiasmados con esta beatificación capellanes militares y soldados católicos
de nuestra época.
Dan gran importancia a resaltar
que la decisión de Jägerstätters
en ningún caso podría generalizarse
y que, acaso con el fondo de aquella época,
se comprende.

El Cardenal Schönborn constató
que esta beatificación
naturalmente no condena a la jerarquía de entonces
ni tampoco al Obispo de Linz
ni a los católicos que realizaban el servicio militar.

Todos estos escépticos seguramente ven algo auténtico.
Pero también dejan claro hoy otra vez,
lo mucho que Franz Jägerstätter está “marginado” hasta el día de hoy – al margen también de la Iglesia.
Dejan claro que para él no hay ningún sitio en el centro de la Iglesia,
que está tan desbordante de prudencia “creyente”.

Por eso, tanto más me quito el sombrero ante los responsables de la Congregación de beatificación y ante el Papa alemán Benedicto XVI,
que introduce a Franz Jägerstätter por medio de su beatificación en el centro de su Iglesia,
que entonces le dejó en la estacada.

El fariseo del Evangelio
era un hombre absolutamente “piadoso”.
En efecto, comprendía la piedad en personas
de su condición,
en orden al sentido encuadrado,
en un sentido que se puede transcribir con la idea de la “justificación por los obras”.

La piedad el publicano,
consistía, por el contrario, en una actitud fundamental abierta a Dios,
a Su voluntad
y a Su actuar.
En el sentido de esta piedad
firmaba Juan Sebastián Bach muchas de sus obras
con las iniciales S.D.G. = “Soli Deo Gloria”.
En este sentido eligió Ignacio de Loyola
para sí mismo y para su Orden
como frase conductora:
“¡Omnia ad majorem Dei Gloriam!” =
¡Todo a mayor gloria de Dios!

Amén