Homilía para el Domingo Quinto
del ciclo litúrgico (C)

4 Febrero 2007

Lectura: Is 6,1-2a.3-8
Evangelio: Lc 5,1-11
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hoy nos dejamos guiar en muchas decisiones significativas tanto en la vida pública como en el ámbito privado por los “dictámenes periciales”.
Unos conocimientos cada vez más diferenciados y especializados nos entregan normalmente a los “expertos”.
Más aún:
No sólo nos gobierna el experto.
Mucho peor aún es la dictadura de las “coacciones”,
de las cuales muchos de nosotros apenas escapamos.

En el Evangelio de hoy, Jesús se coloca ahora contra el experto de Pedro y contra las coacciones de la pesquería artesanal.
Empíricamente, es decir, desde la experiencia, la idea humana correspondiente es verdaderamente muy clara:
Sólo se pueden capturar peces en la noche, o bien al amanecer.
Sin embargo, Jesús –evidentemente un profano en la materia- dice:
“¡Id al lago! ¡Allí echad vuestras redes para pescar!”
Es evidente, que Pedro, moviendo negativamente la cabeza, se opone.
Ciertamente transige de forma sorprendente:
“Sin embargo si Tú lo dices, echaré las redes.”

* ¿Qué le ha sucedido a este Pedro?
Quizás no quería irritar a este Rabi, que además estaba haciéndose un nombre y estaban pendientes de sus labios cientos y miles de personas.

* Pero quizás ahora se le trasluce en el encuentro con Jesús, que ser experto posiblemente no lo es todo,
que aquí más bien se pone en juego una realidad, que va mucho más allá de nuestra experiencia y de nuestro saber limitado.

El resultado de esta acción contra toda pericia es imponente: ante los ojos de una gran cantidad de gente – si ustedes quieren: ante los ojos de una “nube de testigos” – capturan una cantidad tal de peces, que las redes amenazan con romperse.

¿¿¿Azar???

Pedro lo ve de otra manera:
Su presentimiento se convierte en certeza.
En el encuentro con Jesús y en la experiencia de lo aparentemente imposible se ve confrontado con una realidad transcendente, con una realidad, por consiguiente, que excede con mucho el horizonte limitado de nuestra experiencia diaria.
Él se ve –en el lenguaje de la Biblia, en el lenguaje de la Lectura de Isaías- confrontado con la “santidad de Dios”.
Como Isaías, se reconoce ante la santidad y la grandeza de Dios, como impuro y perdido,
como absolutamente indigno de tal encuentro.
Espantado cae  los pies de Jesús:
“Señor, apártate de mí porque soy un pecador.”
Pero en esta declaración no se trata en primer término de una “conciencia de pecado”.
Más bien se le deja entrever la pasmosa experiencia – porque es tenida como imposible-  de la grandeza de Dios y de la distancia entre Dios y el ser humano.

Todos nosotros tendemos a considerar nuestra vida bastante abarcable.
Esto nos da seguridad.
Nos gustaría mucho colocarnos sobre nuestra propia pericia y dado el caso sobre la pericia de los dictámenes.
Pero esto significa también: vivimos con anteojeras y no admitimos verdaderamente una realidad que excede a nuestra estrecha comprensión.
Evidentemente creemos en Dios – como también Pedro era sin duda un hombre creyente.
Sin embargo, esta fe tiene sus límites allí donde la realidad de Dios saca de quicio nuestra vida.
¡No quisiéramos haber apostado!

Sin embargo, merece la pena hacernos de nuevo una pregunta:
¿Qué cambiaría si yo contase con la realidad transcendente de Dios?
¿Qué cambiaría en mis relaciones en el matrimonio y la familia,
en el puesto de trabajo,
en el círculo de amigos,
qué cambiaría en mi relación conmigo mismo,
y qué cambiaría en mi fe si yo confesase la realidad transcendente de Dios, Su santidad y grandeza no sólo “piadosamente”,
si yo viese más bien en esta santidad de Dios la ventaja natural y fundamental de mi vida?

Un segundo pensamiento:

Este Evangelio relata un llamamiento en el seguimiento de Jesús.
Esta historia de llamamiento culmina en la constatación:
“Remolcaron las barcas a tierra, abandonaron todo y siguieron a Jesús.”
Ciertamente este final ha grabado nuestras representaciones de vocación:
En primer plano está para nosotros el “dejarlo todo”.
Lo unimos con la renuncia a la libertad,
renuncia a la autodeterminación,
renuncia a las posibilidades y oportunidades de este mundo,
y –si se trata del sacerdote – o de la vocación religiosa- incluso de la renuncia al matrimonio y a la familia.
En el Evangelio están colocados los acentos de forma muy diferente:
Aquí en el centro está la pródiga abundancia,
con la que Jesús, como el que llama, obsequia a los que Le siguen.
En este “signo” de la pesca abundante Él manifiesta algo muy esencial de Dios, al que llama Su Padre.
El Dios de Jesucristo no tacañea.
El de Jesucristo no es ningún comisario de ahorro, de los que hoy también pululan por la Iglesia.
El Dios de Jesucristo es un Dios de abundancia.
Como tal Él se manifiesta ya en el “milagro del vino” en Canáa.
Como tal se manifiesta ya en las primeras páginas de la Biblia en Su creación.
Cuando ahora dentro de poco llegue la primavera, lo podemos experimentar de nuevo nosotros mismos:
También la superabundancia de las flores,
de nuestros manzanos y cerezos por ejemplo, es un signo de su superabundancia creadora.

Todos los que siguen a Jesús serán obsequiados espléndidamente con esta abundancia divina.
¡Yo lo puedo atestiguar personalmente!
Pero no se trata sólo de sacerdotes y religiosos.
Todos somos llamados por el Bautismo al seguimiento de Jesús.
Todos nosotros podemos participar no sólo en la misión de Jesucristo en este mundo, sino también en la plenitud de Sus dones.
Sólo tenemos que desarrollar el olfato para trasladar la mirada fuera de nosotros.
Quizás debiéramos todos nosotros aceptar la pregunta de Pablo con gran sinceridad:
“Señor ¿qué quieres que haga?”
¿qué debo hacer como cristiano en la profesión.
como cristiano en mi familia,
como cristiano en mi entorno,
y también como cristiano en la política?

Tanto Pedro como Pablo fueron ante todo de la opinión:
Yo no estoy tallado de esta madera de la que se hace el verdadero cristiano.
En Jesucristo, Dios ha retirado de la mesa todas estas objeciones aparentemente tan piadosas.
Y tanto Pedro como Pablo pudieron reconocer posteriormente – como seguramente también muchos de nosotros:
Ha “merecido” la pena aventurarse en el seguimiento de Jesús en algo completamente nuevo.
Nosotros hemos sido colmados de regalos.

Abandonemos aquel espíritu burgués que se blinda contra todos los momentos de sorpresa.
¡Más bien abrámonos al Espíritu de Jesucristo, al Espíritu de Dios y no Le pongamos ningún límite!
Entremos con esta oración en la semana venidera y quizás incluso en la inminente Cuaresma:
“¡Muéstrame, Señor, mi camino, el que Tú quieres andar conmigo!”
¡Ciertamente no nos arrepentiremos!

Amén.