Homilía para el Domingo Sexto del ciclo litúrgico (C)
11 Febrero 2.007

Evangelio: Lc 6,17.20-26
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Por favor, reflexionen brevemente sobre
¿qué consecuencias tendría que algún partido de Alemania incluyese este Evangelio en su programa?

* Se le inculparía en público de radicalismo.
* Se le reprocharía su ideario revolucionario.
* Se le atribuiría el propósito de derribar el orden social y económico existente.
* Se le clasificaría en el sentido del edicto radial
de 1972 como fuerza peligrosa y amenazante para la Constitución de la Bundesrepublik.
* Se le pondría, por consiguiente, bajo la observación de la protección de la Constitución.

Como radicales, extremistas y peligrosos fueron considerados tales textos –de los cuales sobre todo en la tradición de Lucas hay muchos- sin duda también en tiempos de Jesús.
No se crucificó a Jesús por casualidad.

Contemplemos un poco más exactamente la tradición bíblica:
Tanto la bienaventuranza de los pobres,
como también la “malaventuranza” los ricos pertenecen a la más antigua tradición de Jesús.
El texto del Evangelio de hoy no está aislado aquí:
* Ya un anuncio del “programa” de Jesús dice:
“(El Espíritu del Señor) me ha enviado,
para que traiga una buena noticia a los pobres...
y pregone un año de gracia (compensatorio) del Señor.” (Lc 4,18 s)
* Marcos transmite la llamada “sentencia del camello”:
“Antes entra un camello por el ojo de una aguja,
que un rico alcance el Reino de Dios”.” (Mc 10,25)
* La sentencia de los primeros que en el Reino de Dios serán los últimos y de los últimos que serán los primeros, es igualmente transmitida repetidas veces.
* En el Magnificar se dice:
“Él arroja del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes.
Obsequia con sus dones a los hambrientos
pero a los ricos los manda con las manos vacías.” (Lc 1,52 s)
* Y después, por ejemplo, está la historia escalofriante del hombre rico y del pobre Lázaro (Lc 16,19-31)

Todos estos textos no hay que entenderlos como una “amenaza”.
Son más bien una declaración profética de hechos sobre el futuro del Reino de Dios que despunta.
Por consiguiente, se tiene que interpretar como una advertencia en dirección a los ricos, aún cuando no se pide inmediatamente nada a los ricos,
ni penitencia, ni conversión, ni renuncia a las riquezas.
En efecto el mensaje de Jesús en su totalidad sobre el Reino de Dios está bajo el signo de la conversión:
“¡El Reino de Dios está cerca.
Convertíos y creed el Evangelio!” (Mc 1,15)

Para nosotros como cristianos del siglo veintiuno
el texto del Evangelio se explora con la mayor facilidad si nos preguntamos por la intención de Lucas.
Pues Lucas ha tenido que tratar en su tiempo con una comunidad de cristianos “muy normal”.
En esta comunidad había “personas como tú y como yo”,
había pobres y necesitados,
pero también al mismo tiempo bien-situados, socialmente instalados, acomodados e incluso “ricos”.

Lucas intenta en esta comunidad anunciar el “Evangelio de los pobres” de Jesús, haciendo todo lo posible sin reducciones esenciales, para que lo puedan vivir “cristianos normales”.

Contemplemos de nuevo este Evangelio con los ojos de Lucas y escojamos la primera bienaventuranza:
“¡Benditos los pobres porque de ellos es el Reino de Dios!”

* En primer lugar llama la atención,
que Lucas no atenúe la expresión de Jesús, como hizo, por ejemplo, Mateo cuando alaba a los “pobres delante de Dios”.

* Luego llama la atención
que no sea alabada la pobreza, sino los pobres.
Son alabados no porque sean pobres sino porque para ellos es segura la benevolencia de Dios, Su donación y Su “parcialidad”.

* Finalmente llama la atención,
que Lucas distinga entre diferentes destinatarios del discurso de Jesús:
Aunque escucha una gran cantidad de personas,
Jesús se dirige con los bienaventuranzas
expresamente a los discípulos y les dice directamente: “Vosotros, pobres”.
Sin embargo, los discípulos proceden de una situación “sencilla”, pero de ningún modo “pobre”.
Ellos se han convertido en verdaderamente “pobres”,
porque han abandonado todo
por el seguimiento total e indiviso de Jesús y se han puesto al servicio del Reino de Dios.
Son pobres voluntariamente.
Por consiguiente, es válida también la bienaventuranza para estos comprometidos desinteresadamente en el Reino de Dios en el inmediato seguimiento de Jesucristo.

Ciertamente se halla enteramente en la pobreza voluntaria de los discípulos de Jesús la solidaridad con los pobres involuntarios y al mismo tiempo una crítica a los ricos
- y (en Lucas) a los cristianos ricos de su tiempo-
aún mejor: al trato de éstos con su riqueza.

Evidentemente se podría imaginar entonces, que los ricos usaban su riqueza de modo diferente a la típicamente egoísta.
Con dos relatos expresa el Evangelio de Lucas este escepticismo frente a los ricos:

* En primer lugar la historia del agricultor rico:
Construye pajares aún más grandes cuando ya tiene.
Se trata de atesorar el grano de forma demasiado especulativa para venderlo en tiempos de mala cosecha a precios superaltos-
naturalmente sin consideración para los pobres,
que en tales tiempos están amenazados de morir por inanición.
Pero él mismo se decía:
“¡Descansa, come y bebe
y alégrate de la vida!”

La segunda historia cuenta del pobre Lázaro y de aquel hombre que en la tradición se le llama el rico “sibarita”.
El Evangelio describe ambos destinos:
Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.
El rico, por el contrario, sufre en el infierno “angustiosos dolores”.
El resultado de la historia es:
Incluso si alguno de los muertos resucitase no podría cambiar el egoísmo de los ricos.
Estas vetustas historias,
que Lucas toma ya de la tradición recibida,
condenan el ser rico des-comprometidamente.
Los seguidores tempranos de Jesús, que se contaban tales historias, verdaderamente sólo tenían una alternativa radical:
Dios o el dinero.
Estaban convencidos:
La riqueza es un señor para los ricos e incompatible con la confesión de Cristo, el Señor.
Por consiguiente, para los ricos sólo había ante sus ojos una única posibilidad:
Separarse rigurosamente de su riqueza.

Lucas mismo tiene que tratar ahora
muy a diferencia de los primeros seguidores de Jesús, con cristianos ricos o al menos acomodados.
También los hubo muy pronto en las comunidades de Pablo donde su conducta se convirtió en el escándalo de la comunidad.
Gozaban de comidas abundantes, se emborrachaban y esto incluso en conexión con la Eucaristía,
mientras otros pasaban hambre. (1 Cor 11,10 s)

Ahora Lucas desea cambiar a un tono conciliador
para mostrar directivas éticas,
que posibiliten también a los ricos
a alcanzar la salvación de Dios
como hermanas y hermanos en la comunidad.

Lucas da a los ricos tres instrucciones:
1. Menciona la renuncia a la mitad (¡!) de los bienes.
Él (y sólo él) cita esta exigencia ya en su tradición del Sermón del Bautista:
“El que tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga que comer que haga lo mismo.” (Lc 3,11)
Luego también forma parte, como fuente especial de Lucas, el relato de la visita de Jesús a Zaqueo, el rico recaudador de impuestos
El punto esencial de esta historia es la conversión de Zaqueo:
“Señor, quiero dar a los pobres la mitad de mis bienes y si a alguien he exigido demasiado, se lo devuelvo cuatro veces.” (Lc 19,8)

2. Lucas empuja siempre al punto central de su anuncio la exigencia de dar limosna, por consiguiente, la caridad con los pobres.
Estáticamente nítida se encuentra la palabra de dar limosna casi exclusivamente en Lucas.
Para él, el dar limosna forma parte del núcleo de una fe cristiana vivida.

Lucas interpreta incluso el mandamiento de amar a los enemigos como un mandamiento caritativo -social:
“Amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio.
Vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno incluso con los ingratos y los perversos.
¡Sed compasivos, como también vuestro Padre es compasivo!” (Lc 6.35 s)

Ciertamente en atención a la Cuaresma situada ante nosotros y a la acción cuaresmal Misereor se recomienda reflexionar sobre la relación de fe y bienestar y en vista de las exigencias “radicales” a los acomodados, también en Lucas, meditar sobre si nosotros mismos nos hemos conformado con compromisos (¿perezosos?) y hasta qué punto.

Amén.