Homilía para el Domingo Décimo Sexto
del ciclo litúrgico

22 Julio 2007
En esta ocasión una homilía temática de la Declaración de la Congregación de la Fe sobre algunos aspectos de la doctrina de la Iglesia.
“¿Qué ha pasado en el Vaticano?”
El Padre von Gemmingen, redactor jefe del Departamento de lengua alemana de Radio Vaticano, hizo estos días esta retórica pregunta.

Precisamente en una época,
en la que todos se preparan para la pausa estival,
publica la dirección de la Iglesia dos documentos,
que levantan una polvareda.

El primer documento, un Motu Proprio sobre la liturgia romana,
fue el tema de la homilía del domingo pasado.

Hoy se debe tratar de aclarar un poco este segundo documento y también de comentarlo.
La Congregación para la Doctrina de la Fe
dio en una Declaración:
“Respuestas a preguntas de algunos aspectos, referentes a la doctrina sobre la Iglesia”

Es muy comprensible y también laudable
que esta Declaración para muchos cristianos de dentro y fuera de la Iglesia católica toque un punto lesionado,
con ello provoca dolor y produce un amplio grito.

El ecumenismo, desde la Segunda Guerra Mundial, ha hecho progresos relevantes:
En primer lugar en la vida común práctica,
pero después también en cuestiones fundamentales de fe.
La declaración consensuada sobre cuestiones de la justificación fue el punto culminante más reciente de este desarrollo y quitó un obstáculo para la unidad,
que separaba a católicos y protestantes desde
los días de la Reforma.

Pero el Vaticano ahora agarra un tema,
que probablemente es el último bocado grande y por ahora aún de muy difícil “digestión” para el ecumenismo.

Yo pienso que ya es tiempo
de poner este “bocado” sobre la mesa.
Por el momento probablemente sería más cómodo
“barrer debajo de la alfombra”.
¡Esto no sería bueno a mi parecer!
Algún día resbalaría el ecumenismo en esta alfombra.

Por consiguiente ¿de qué se trata?
Conjuntamente confesamos en el Credo:
“Creemos en la Iglesia que es una, santa, católica (cristiana) y apostólica.”
Esta Iglesia fundada por Cristo,
abarca finalmente a todos los seres humanos,
que confiesan a Jesucristo
y son bautizados dentro de Su Comunidad.

Esta Confesión de fe conjunta muy general
plantea ahora toda una serie de preguntas muy concretas,
sobre las que el ecumenismo tiene que hallar una respuesta.
¿Dónde está esta Iglesia única?
¿Ahora la hay sólo como una representación de la meta –
por consiguiente, al final de la peregrinación terrenal de la historia?
¿Por consiguiente la hay sólo como idea,
como algo que es concebido en el origen?
O ¿la hay sólo en una adición, en una suma de todas las muchas Iglesias parciales y comunidades eclesiales que se reconocen recíprocamente por encima de todas las diferencias – más o menos externas?

La Iglesia católica ha formulado en la declaración
su respuesta a estas cuestiones de forma muy concisa y precisa.
No dice en absoluto en ella algo nuevo.
Aclara exclusivamente y reúne
lo que ella – construido en la historia de la Teología –
ya ha dicho en el Concilio Vaticano II y en varios documentos siguientes.

Esta respuesta suena clarísima:
¡Existe esta Iglesia una de Jesucristo como realidad histórica!
Esta Iglesia de Jesucristo una se realiza en la Iglesia católica.
Naturalmente también la Iglesia católica es “Iglesia en camino” y, por ello, no libre de faltas.
Pero la Iglesia católica ha conservado a través de todos los indeseables desarrollos históricos la “plétora” de lo esencial,
lo que la hace Iglesia de Jesucristo.

La Iglesia católica comprende a sus Obispos como sucesores de los Apóstoles.
La Iglesia se ve en una ininterrumpida tradición desde los Apóstoles y en este sentido se comprende a sí misma como “Iglesia apostólica”.
En la comprensión de la Iglesia católica
Jesucristo está realmente presente no sólo
en Su Palabra y en los Sacramentos,
sino también en la Iglesia como tal y en su misión.

Naturalmente se pueden tener como falsas estas posiciones.
Pero no se puede negar a la Iglesia católica el derecho de formular claramente su comprensión de Iglesia,
Aún cuando de este modo se relativicen de forma más precisa otras imágenes de Iglesia.
¡Incluso se deberían saludar tales aclaraciones!
Pues en general sólo es posible un diálogo constructivo sobre la base de posiciones claras.
Todo lo demás conduce a resultados estúpidos,
que quizás complacen a muchos en primer lugar,
pero finalmente tienen que ser decepcionantes.

En las Iglesias evangélicas, en la última época
se da cada vez más valor al propio perfil.
Esto lo ha expresado claramente repetidas veces
por ejemplo el Obispo Huber.
Por su parte, él da gran valor a tener otra concepción de Iglesia diferente de la de la Iglesia católica.
Ahora me cuesta mucho comprender que precisamente él se sienta “desairado”,
cuando la Iglesia católica recuerda esto:
nosotros tenemos otra comprensión de Iglesia.

El Obispo Huber ha dicho también
que evidentemente los protestantes no dependen de que la Iglesia católica – romana los reconozca como Iglesia o no.
¡Yo deseo de corazón, que esto sea cierto!
¡Un protestantismo consciente de su propio valor  verdaderamente no necesitaría molestarse con el punto de vista romano!
Pero se mueve en mí la sospecha aquí y allí
de que nuestras hermanas y hermanos no han depuesto aún totalmente el “protestar”.
Tanta “protesta” también en la Iglesia es necesaria continuamente,
tanto estoy convencido también de 
que la mera “protesta” no aporta ninguna contribución a una identidad propia.
Un comentarista expresaba estos días la opinión de que el protestantismo necesita al catolicismo para el propio aguzamiento del perfil.

Por el contrario tiene que permitirse la pregunta
a nuestras hermanas y hermanos evangélicos:
¿Cómo os comprendéis vosotros mismos como Iglesia:
Comprendéis la Reforma –como la hicieron los reformadores –
como Reforma y renovación de una Iglesia universal?
O ¿resulta de la Reforma para vosotros un nuevo modelo de Iglesia que se deslinda “protestantemente” del catolicismo por una diferencia fundamental permanente?
Tales preguntas y otras semejantes quieren ir a la substancia y, por ello, también son dolorosas.
Pero además son dolores
para que se perciba la herida.
Si esto no hiciese daño
no nos preocuparíamos de la herida.
El dolor es el punto de partida y comienzo de la curación.
Y ciertamente de ello se tiene que tratar en el diálogo ecuménico.

Para concluir aún un estrecho análisis con el reproche de que la Iglesia católica no se “mueve”.
Esto finalmente lo ha aclarado otra vez la Declaración de la Congregación de la Fe.
Un diálogo ecuménico con esta Iglesia, por tanto,
no tiene sentido.

Tales reproches sólo pueden venir de personas jóvenes que no tienen ninguna experiencia del desarrollo de la Iglesia católica desde el Concilio Vaticano II.
Como “persona mayor” yo mismo he experimentado aún el provisional camino errado de un “todo o nada” en la Iglesia católica.
La frase de “sólo en la Iglesia hay salvación” se refería estrictamente a la confesión católica.
Esto, desde nuestro punto de vista, tuvo consecuencias desastrosas:
* Cuando niños – y esto no regía de forma diferente para los adultos – no podíamos entrar en una iglesia evangélica,
mucho menos participar en un servicio religioso evangélico.
¡Esto era pecado!
* “Ecumenismo” era una extraña palabra;
y una “reunificación” sólo era pensable en el sentido de: ¡“Vestíos de saco y ceniza!
Volveos finalmente arrepentidos a la única Iglesia, la católica.”   

El documento actual de la Congregación de la Fe parte de una comprensión totalmente diferente. 
Bien mirado llama la atención, por ejemplo,
que este Documento de ningún modo priva
a las Iglesias evangélicas del ser Iglesia,
sino que únicamente dice
que no son “Iglesias en el sentido auténtico”.
Expresado de otra forma: No son Iglesias en el sentido como la Iglesia católica se entiende como Iglesia.
Pero esto es exactamente
lo que los propios cristianos evangélicos dicen: 
¡La Iglesia evangélica no quiere en absoluto ser Iglesia en el sentido de la Iglesia católica!

El Documento de la Congregación de la Fe dice expresamente,
“que en las Iglesias y en las comunidades cristianas
que todavía no están en total comunión con la Iglesia católica,
a consecuencia de elementos existentes en ellas de salvación y verdad, la Iglesia de Jesucristo está presente y es eficaz.”
Por consiguiente, Cristo está presente eficazmente en estas Iglesias –
para salvación de los miembros de estas Iglesias.     

¡Una Declaración así hubiera sido en mi juventud totalmente impensable!
¡No se mueve!: Nada de eso.
Por el contrario: “¡Y, sin embargo, se mueve!”

¡Ahora se trata de que también en el futuro nosotros sigamos moviéndonos - y juntos!
Naturalmente tenemos que movernos todos.
No se puede pedir
que la Iglesia católica se acomode al modelo de suma de Iglesias que es muy frecuente en las Iglesias evangélicas.

La tarea, que está ante las Iglesias, es grande:
Se trata de una comprensión más profunda de ser Iglesia,
incluso de la comprensión de la misión y de la sucesión apostólica.
Sobre ello ya hay diálogos internacionales que permiten tener esperanza.

El Cardenal Kasper,
el presidente del Consejo Papal para el fomento de la unidad de los cristianos, cierra su comentario a la Declaración de la Congregación de la Fe
con estas palabras:
“¡La caravana continúa
y el ecumenismo marcha”!


Amén